El valor del silencio
Tumbada a las seis de la mañana, apenas ha podido conciliar el sueño. La noche anterior estuvo llena de dolor, porque la cirugía fue traumática. Justo cuando puede conciliar el sueño, la disonante música del carro basurero pasa por la calle donde está la clínica e impide que duerma.
Aquel caballero, que ha pasado la noche en vela, porque el insomnio se ha transformado en su nuevo compañero, por fin abraza a Morfeo; pero el frutero ambulante va gritando su oferta por la calle y el letárgico abrazo se rompe en mil pedazos.
El bebé está por rendirse al sueño reparador, sin embargo los repartidores de moto, con el escape libre, y ruido atronador, lo sacan de las profundidades de su descanso y rompe nuevamente en llanto.
Bebés, pacientes, personas de la cuarta edad, gente de a pie y cansada de la rutina laboral, por dar pocos ejemplos, son víctimas del bullicio citadino, sea cochabambino, paceño o cruceño, y todos claman por un poco de silencio. Su clamor es incomprendido e ignorado.
Sin embargo hay una ciudad alarmada por perder lo más valioso que tiene, y, sin dudarlo, ha elegido el silencio.
La ciudad de Cremona, Italia, es el hogar de algunos de los mejores violines del mundo hechos por Antonio Stradivari. Ahora, todos los locales se mantienen callados para guardar el sonido de un instrumento precioso.
Un nuevo y ambicioso proyecto musical está haciendo que Cremona permanezca en silencio. Los artesanos del violín de la ciudad están grabando y conservando uno de los sonidos más icónicos de la música: un auténtico violín Stradivarius.
Para capturar perfectamente los sonidos, todos los ruidos externos deben reducirse al mínimo. El alcalde de Cremona, Gianluca Galimberti, ha implorado a sus conciudadanos que eviten los sonidos repentinos e innecesarios.
Las calles empedradas que rodean las sesiones de grabación se cerrarán durante cinco semanas a medida que las grabaciones prosigan, para evitar que las vibraciones de ruido retumben en los micrófonos y arruinen las grabaciones.
No se ha dejado piedra sin mover cuando se trata de garantizar una pureza de sonido total. Además de acordonar a las calles circundantes, la ventilación y los ascensores del auditorio se apagaron, e incluso los focos del auditorio se desenroscaron para eliminar el menor zumbido.
Leonardo Tedeschi, a quien se le ocurrió este proyecto, dijo: “Esto permitirá a mis nietos escuchar cómo sonaba un Strad. Estamos haciendo inmortal el mejor instrumento jamás creado”.
Aunque Bolivia no posea un Strad, por lo menos podría valorar más al silencio, transformándose en un país calmo y sereno.
La autora es magíster en comunicación empresarial y periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER