Réquiem por la Defensoría
Ni duda cabe, es el peor que hemos tenido hasta el momento. Y en eso, en que era una triste caricatura bueno para nada, estuvo de acuerdo hasta su patrón, el gobierno que lo eligió y que lo tuvo que echar de la Defensoría, con la figura eufemística de “renuncia”. En su tiempo, acertadamente, María Galindo lo llamó el “balbuceante”, en referencia al pobrísimo desempeño de David Tezanos Pinto ante la comisión mixta que lo examinaba en mayo de 2016. El postulante farfulló un saludo en quechua, mal aprendido, y tropezándose con las palabras. Pero la comisión dio por muy bueno, fluido y cadencioso su quechua, cuando la verdad era que debía ser descalificado nada más a las primeras sílabas. No sabía quechua al igual que no lo sabía otro postulante, el periodista John Arandia, inhabilitado por ese motivo.
En este caso, todo estaba allanado para Tezanos Pinto, funcionario público de alto rango, confeso militante del MAS. Le hicieron preguntas sobre la ley marco del Defensor del Pueblo. No tenía ni idea y para ganar tiempo practicaba esa suerte de tartamudeo que se hace para ganar tiempo: ehhh…, este…, hum… La dicha comisión dio por muy satisfactorias esas ideas inconexas, erráticas, sin ponerlo en apuros y evidenciar su farsa. Luego, en la sesión de senadores y diputados, el abogado fue designado mediante la aplanadora gubernamental, con 103 votos de un total de 144, superando a otros 24 aspirantes. Nadie, ninguno de los padres oficialistas de la patria se desmarcó de la orden de elegirlo a como dé lugar.
Desde un inicio, ya mostró cómo iba a ser su gestión, de total obsecuencia. La alargada sombra de la portentosa primera defensora, doña Ana María Romero, lo hacía palidecer peor, verse enano. Tampoco se aproximó de ni lejos a la talla de Waldo Albarracín y menos de Rolando Villena. O sea, comparado con cualquiera de ellos, Tezanos Pinto resultó un fiasco.
Una de los primeros conflictos que encaró fue una larga protesta, con vigilia incluida, de las personas con discapacidad, en julio de ese año, 2016. Lo que hizo, lejos de sensibilizarse y sensibilizar al Gobierno, fue repartir algo así como viáticos para dividir el movimiento. Peor todavía, tal vez pudo haber salvado las vidas del viceministro Rodolfo Illanes y cinco mineros en agosto de 2016, en un punto de bloqueo en la carretera La Paz-Oruro. El conflicto fue tan mal gestionado que se tuvo que lamentar la muerte del único esclarecido militante que tenía el MAS, Illanes, cuando es cosa muy rara que en un país civilizado se asesine a golpes a un viceministro.
Y así siguió el desastre de Tezanos Pinto, hasta que tocó fondo exhibiendo impúdicamente su vida privada, su vida marital, en capítulos telenovelescos. Que si se separa, que si no, que si la pegó, que si no, que se reconcilia, que si no, hasta que se le ocurrió pronunciar –esta vez sin balbuceos– juntando en una sola oración las palabras “Evo” y “Zapata”. Quedó renunciado.
Ahora están por la labor de designar al defensor interino, claro, de entre ellos, de la gente de su confianza. No se tenga la más pequeña esperanza de que pueda ser mejor que el que se ha ido. Se podría creer que con Tezanos Pinto se había tocado fondo en envilecer una noble institución como era la Defensoría del Pueblo y que el siguiente (o la siguiente) no podría resultar peor. En todo caso, será alguien del mismo corte, tal vez no con tanta inmadurez emocional ni que necesite de mami para ser consolado de sus cuitas matrimoniales ante las cámaras de la televisión, pero será alguien funcional al Gobierno, sobre todo ahora que las llamadas primarias les han resultado un fracaso en cuanto a mostrar musculatura.
Réquiem por la Defensoría. Adiós a personas como Ana María, Waldo o Rolando. Veremos hasta cuándo.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE