Mineros
Denny ingresó junto a su padre y otro trabajador a la mina Directorio 8, en Tocopilla, Chile, a realizar labores de reparación. El adolescente no sabía que no saldría con vida, ni tampoco su padre. Tres horas más tarde de su ingreso, ocurriría un derrumbe que taparía el ingreso a la mina. Leandro Condori, de 57 años, sería el único en ser rescatado con vida. Salomón Veizaga Delgadillo, de 45 años, y Denny Veizaga Soto, de 19 años, padre e hijo, perderían la vida aplastados por las rocas. Paisanos nuestros, bolivianos en tierras chilenas. El accidente movilizó a Chile y trajo a la memoria el rescate exitoso de los famosos 33 mineros ocurrido en 2010, también en Tocopilla.
El ministro de Minería chileno, en persona, estuvo presente en las arduas labores de rescate de nuestros compatriotas y ‘tuiteando’ novedades. Un contingente de rescatistas, mineros experimentados y operarios trabajó para retirar los escombros. Entre los rescatistas voluntarios estuvo una boliviana radicada en esa región. Las fotografías nos muestran un personal con dotación de uniformes y maquinaria acordes a la situación.
No queda claro exactamente para qué, pero nuestro gobierno envió una comitiva, en tanto los familiares clamaban, rogaban porque se les dé recursos para viajar en avión, luego, con llantos, para que se les ayude en la repatriación de los cadáveres.
No es la primera vez que ingresa a la mina un muchacho, una vida joven. El chileno Baldomero Lillo, en su terrible cuento “La compuerta número 12”, nos relata el ingreso de un niño de ocho años, Pablo, al interior de un socavón, llevado por su propio padre, enfermo y con tos de la mina, para que opere una compuerta. Lillo describe el infinito terror del pequeño al quedarse en las penumbras más espesas y ver alejarse a su padre: “sus ruegos y clamores llenaban la galería, sin que la tierna víctima, más desdichada que el bíblico Isaac, oyese una voz amiga”. Eran unas minas de carbón en el sur de Chile y corría el año 1904.
En 1947, el boliviano Fernando Ramírez Velarde aportó en forma grandiosa a la literatura sobre la terrible vida en las minas, con la obra “Socavones de angustia”. Resumiendo, los dos hijos mayores (tío y sobrino, en realidad, no viene al caso), niños todavía, entienden que deben dejar la escuela e ingresar ellos en lugar del padre, inútil ya para el trabajo, por el mal de mina, con pulmones que se le están deshaciendo. Las dos mujeres de la familia, madre y abuela, aceptando la realidad, salen al claro de la noche fría y reflexionan: “Todo se cierra en nuestra vida, ¿no te parece que esta misma noche es más oscura que nunca?”
Muy dura ha tenido que ser la vida de los Veizaga, para que Salomón se lleve consigo a la mina a Denny, muchacho tierno todavía, que tendría que haber estado en la universidad. La cancillería boliviana anunció que correría con los gastos de repatriación y, a estas alturas, seguramente los ataúdes ya habrán sido trasladados a tierras bolivianas. Para la foto, probablemente, figuren en las exequias algunas autoridades de mediano o alto rango. Tal vez, como se está en año electoral, el Gobierno “obsequie” viviendas a los deudos y otras dádivas demagógicas; quizás también le dé trabajo al minero sobreviviente, en YPFB o algo así.
Sin embargo, no es cosa aislada que mueran mineros. En Huanuni, mi tierra, ocurren accidentes tan a menudo (o atentados, que no queda claro porque no hay investigaciones) que apenas son noticia. “Googleando”, se puede leer: “Un juku muerto en Huanuni”; “Minero muere por inhalación de gas tóxico”; “Trabajador minero de Huanuni muere electrocutado”; “Tras cuatro muertos, Minería apunta a 35 grupos de jukus”, etc.
El caso más grave es este: “Explosión en Huanuni deja al menos siete mineros muertos y al menos 15 heridos”, en abril del año pasado. Se habló de atentado, pero luego dijeron que fue una torpeza de unos de los mineros. No sé si habrá asistido el Ministro de Minería al sepelio de esa hecatombe. Quizás, hubo entre ellos muchachos jóvenes. Es el precio del extractivismo. Pero, no son noticia. No es Chile.
La autora es docente e investigadora universitaria.
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE