Feminicidas y la coeducación
La prensa señala que los asesinos de mujeres entre los 16 y 18 años son los más sádicos. Estos jóvenes feminicidas, tres de los cuales invocarán su minoría de edad, han recibido lo que se denomina “coeducación”. Hace años, se ha suprimido en Bolivia la educación diferenciada, varones en una escuela y mujeres en otra. Estos asesinos han asistido desde prekínder hasta sexto de secundaria a establecimientos mixtos y, supuestamente, en ese contexto, habrían aprendido a apreciar distintos puntos de vista, tanto masculinos como femeninos, habrían percibido los cambios físicos y psicológicos de sus compañeros y compañeras de una manera natural; habrían entendido que varones y mujeres se potencian mutuamente, superando los estereotipos inculcados en nuestras generaciones. En fin, habrían aprendido una coexistencia respetuosa y amable, con el estímulo de parte de sus profesores de un ambiente de igualdad y equidad de géneros.
Parece que no es así. Se asume que los varones son más inquietos por “naturaleza” y puede darse el caso de que los profesores les brinden más atención al llamarlos a cada momento al orden, cimentando su prestigio de líderes revoltosos. Cuando alguna chica interviene con su opinión, puede ocurrir que el resto de varones, tipo manada, se burle de ella con rechiflas o descalificaciones; no sé si el profesor (o profesora) será severo cortando de tajo ese bullying.
Por otro lado, cuando hay festival de danzas, el rol protagónico lo tienen los varones y las chicas bailan periféricamente, casi tipo adorno. O, bien se lucen proporcionalmente, y ellos exhiben agilidad, destreza, hasta agresividad, y las chicas belleza, hermosura, muy maquilladas. Incluso, nadie ve extraño que cuando faltan varones para las danzas, las muchachas se transformen momentáneamente en “hombres” y se disfracen con trajes masculinos y como si tal cosa. En contraste, los varones muy difícilmente se pondrían polleras y trenzas falsas, digo, para cubrir los espacios que falten.
Por otro lado, los patios de las escuelas les pertenecen. Ellos campean al centro en los recreos y ellas se ubican en los márgenes. Si hay campos deportivos (polideportivos, en realidad), no hay casi chicas, sino chicos jugando fútbol, todo el espacio para ellos.
La situación se complejiza mucho más ahora con las redes sociales. Se sabe de ataques sexuales a compañeras y la denigración por las redes que hacen exhibiendo el ultraje. De cordiales amigos, hermanos del alma, a la menor ocasión, algunos se transforman en agresores que atacan en cuadrilla a su compañera de curso.
Entonces, nada ha cambiado. Mejor dicho, solo ha empeorado. Se los ha reunido en un aula, en un establecimiento y se ha proclamado las infinitas ventajas de la coeducación, pero no se los está educando en el respeto, la igualdad. Cierto que ya se enseña a los varones a tejer y a manejar la aguja y quizás a las mujeres a manejar un serrucho o martillo, pero no es suficiente. Ellos y ellas ven que son sus madres las que acuden al colegio, que se reúnen vía whatsapp para hostigar a los profesores, son las mamás las que cumplen el rol de asistentes de sus hijos y facilitarles la vida; por lo tanto, ven una paternidad distante y una maternidad subordinada. También ven más profesoras en los cursos inferiores y más profesores en los superiores, asumiendo, por tanto, como que ellas valen “menos” como profesionales y que, conforme se va subiendo de grado, “aumenta” el prestigio docente. Todo ello, la suma de todo ello y mucho más, que me quedo muy corta en mi planteamiento, hace que ellos sigan asumiendo roles de machos poderosos, dominantes, en un mundo que ya está dejando de existir como tal.
Por lo tanto, cuando este macho alfa, educado así a lo largo de su vida, advierte que su pareja o expareja tiene voluntad propia, que no se subordinará a sus dictámenes, que no está dispuesta a tolerarle exabruptos, entonces, levanta una piedra y destroza el rostro de la mujer, o la apuñala hasta coserla a cuchillo. Y la escuela sigue distante de la problemática.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE