¿Ponemos todas nuestras cartas sobre Mesa?
En pocos días nos toca escoger entre lo malo conocido que se llama “MAS Evocracia” y una película que está por verse llamada “El Retorno de Carlos Mesa.” Ninguna de las dos opciones es color de rosa. Las dos pueden terminar siendo de terror.
Uno de cada cuatro encuestados está entre los indecisos. Con nuestro voto podemos definir lo que venga. Suponiendo que nuestro voto no sea robado por el organismo electoral ¿es mejor que votemos con el cerebro, con el corazón o con el hígado?
Somos libres de votar con el corazón por el candidato que nos dé la gana. Por rechazar a Mesa podemos votar por cualquier otro o podemos pifiar nuestro voto o votar en blanco o abstenernos. Nada evita que votemos con el hígado para desahogar nuestro fastidio, así sea a costa de un voto desperdiciado.
El cerebro nos dice que estamos a tiempo para corregir la falta de unidad de los opositores. Podemos obligarlos a que se asocien por la fuerza en una segunda vuelta. La única manera de lograr una segunda vuelta es que le demos prioridad a una candidatura factible. Eso requiere subordinar los derechos del corazón y del hígado.
No somos ciegos. Tenemos muy claro que un presidente Carlos Mesa tendrá las calles en su contra, bien financiadas y manejadas por Evo. No tendrá una mayoría que lo respalde ni en Diputados ni en Senadores. Su estilo tieso y poco humilde de hacer política no le ayudará a prevalecer ante la avalancha de narrativas falsas y artimañas sucias que le arrojará el MAS. Tendrá que lidiar con lo peor de la herencia de Evo y tratará de preservar lo rescatable.
La parte más dañina de esa herencia no es la económica.
Es la prostitución del organismo electoral que destruye la convivencia pacífica. Es la subordinación y degradación de la justicia. Es una Asamblea Plurinacional que no vigila al Poder Ejecutivo y que aprueba a fardo cerrado todas las leyes que le pide Evo. Es el centralismo secante que marchita todas las iniciativas regionales contra el que se ha pronunciado el cabildo de Santa Cruz con admirable claridad y valentía.
Es el desmoronamiento de las reglas institucionales para favorecer a una persona y su partido. Es la ineptitud, la adulación y la sustracción de recursos estatales campeante entre los funcionarios públicos. Es la normalización de todo tipo de trampas y modos de corrupción a lo largo y ancho de la sociedad. Es la amenaza del tráfico ilegal de la coca y sus derivados. Es la humillación de La Haya y el deplorable manejo de nuestras relaciones internacionales.
Esos nubarrones ya son bastante negros. Los de orden económico cargan todavía más tormenta.
Incluyen el agotamiento de las reservas de gas y la reducción de los ingresos fiscales, el aumento del déficit presupuestario y de la balanza de pagos, la proliferación del fraude y el desperdicio, la evaporación de las reservas internacionales, la angurria prebendal de los movimientos sociales, el ahuyentamiento de la inversión extranjera, ni qué decir el pacto de intereses entre colonizadores ilegales y ávidos agroindustriales apañado por el Gobierno, una componenda cínica que ha acelerado la escalofriante devastación de los incendios forestales.
El próximo presidente tendrá que concentrarse en las dos o tres llagas más urgentes y sentar las bases para que sus sucesores traten de curar las más importantes, de a poco. El punto de partida para curar las heridas lacerantes que nos deja Evo, y preservar la convivencia pacífica, es la designación de un organismo electoral honesto y transparente. Un presidente Carlos Mesa pasará a la historia si tan solo nos deja un legado de elecciones limpias.
Los indecisos que votaremos con el cerebro tenemos que estar preparados para lo peor, pero debemos esperar lo mejor. En el mejor de los escenarios un presidente Carlos Mesa se pone las pilas, recibe todo nuestro apoyo y termina exitosamente su mandato.
El autor practica análisis de ideas
www.walterguevaraanaya.com
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