Primaveras de gobernanza
La crisis política de noviembre de 2019 en Bolivia no sólo marcó el colapso de un tipo específico de gobierno crecientemente extendido en la región –la democracia hiperpresidencialista regresiva–, sino el profundo agotamiento del estado nación como modelo de organización y de la democracia liberal como utopía política de la sociedad en Latinoamérica.
En noviembre de 2018, apoyada en el último reporte de Latinobarómetro, La Nación publicó un reportaje titulado “La democracia pierde atractivo en la región: la mayoría no la prefiere como forma de gobierno”. Para lo que aun valgan las estadísticas –inmersas en su propia crisis– el reporte establecía que apenas 48% del continente la consideraba como “preferible”, mientras que ese número se desplomaba a 34% en Brasil y 38% en México, estados reputados por su institucionalidad democrática.
Un año más tarde, de Quito a Santiago y de La Paz a Bogotá, ciudadanos se volcaron a las calles y la red a cuestionar no a gobiernos, sino ideas estructurales del estado moderno como participación, representación, soberanía e intermediación, adoptando de manera espontánea un nuevo modelo de organizarse, opinar y actuar en política: la gobernanza interactiva.
Fueron movimientos de condena al estado omnímodo, cuestionando la eficacia misma de los mecanismos formales de representación política, pero también la estructura mediática de legitimación paraestatal cuya acción impuso a los ciudadanos una disciplina de sumisión a la soberanía de estados formalmente democráticos pero totales, con agendas divorciadas del imaginario social.
Porque en gobernanza el estado no es más el lugar privilegiado del poder, ni los medios son más la “arena” política; los “expertos” y las encuestas no son ya parámetros de la opinión pública, ni los ciudadanos son ya meros espectadores.
Las redes sociales son el nuevo campo político. Su simultaneidad restablece la posibilidad de organizarse, disputar y crear balance en la distribución de la información y la producción de la opinión pública; cancelando la ventaja estratégica del framing y el setting de los oligopolios mediáticos; rompiendo con el fetiche de la imparcialidad y la “opinión calificada” y entregándole a la ciudadanía el control de la agenda política.
La irrupción de las redes sociales en la política, o para ser más cabal, el desplazamiento de la política a las redes sociales, terminó con una serie de sentidos comunes que consolidaban esa otra forma de biopoder, esa otra soberanía que había adquirido la media paraestatal y que le permitía actuar cual institución absoluta, imponiendo una disciplina de la corrección política basada en la “legitimidad” de su intermediación en la distribución de la información y la formación de la opinión.
Desde las redes sociales la ciudadanía se re-empoderó de la política y la comunicación; entendió que ambas son una y la misma indisociable realidad y que la producción de la opinión pública y la opinión política son parte de esa misma tecnología de poder que reproduce la viciosa soberanía, no de gobiernos totalitarios, sino de estados que son en sí mismo absolutos y de una democracia liberal cuya máxima concesión era una participación filtrada y en última instancia despolitizada.
Las estrategias de organización, autoconvocatoria y acción política en redes sociales cancelaron el monopolio de las intermediaciones clásicas en la producción de la opinión pública (media, encuestas, expertos) y la opinión política (partidos, sistema electoral) y determinaron la dimisión del gobierno de Evo Morales, pusieron en jaque a Piñera en Chile y dieron una alerta a Duque en Colombia.
El desplazamiento de la ciudadanía a las redes sociales, su empoderamiento de la producción de la opinión ha arrebatado a los mecanismos de reproducción de sentidos comunes el monopolio de la administración de la información, un bien público hoy tan estratégico como fue el combustible fósil durante el siglo XX.
Habrá nuevo gobierno en Bolivia y se compondrá la representación formal en países vecinos, pero la generación nacida de esta primavera de gobernanza no será más un espectador pasivo de la política sino un auditor permanente de la agenda que los movilizó y un actor listo para irrumpir en la historia en cualquier momento.
El autor es M.A. en Comunicación Política y Gobernanza
Columnas de ERICK FAJARDO POZO