Los famosos espantajos de hoy
Decía Hannah Arendt, una de las filósofas de mayor influencia en el siglo XX, que la fama tiene varios rostros y viene en muchas formas y tamaños. Las hay desde aquellas cuya notoriedad es de un momento, efímera, de coyuntura y su perduración dependerá, exclusivamente, del surgimiento de otra persona instantánea y absurda. Son las famas huecas, que se basan en fruslerías y en conductas empavesadas que relumbran cual luciérnaga que, torpemente, trata de ganarle al brillo de la luna llena.
En estas épocas de Twitter e Instagram, muchas de las figuras sociales y políticas que conocemos y que deambulan en cuantas páginas y programas de noticieros guirigay de nuestro medio, intentando ganar su espacio de fama, cuyo valor solo se equipara al de una moneda de cuero cuyo peso es levemente superior al de varios rostros televisivos y de redes afamados que circulan por el éter.
Pero también, está la fama que perdura. La fama póstuma. Quizás la más sólida, pero la menos deseada por lo insulsa que es. Se trata de una fama de muerto, inservible para su dueño. Ni se puede comercializar, ni se puede acceder a sus mieles y beneficios. De todas las famas, es la más ingrata. La rechazada por todos.
El autor es comunicador
Columnas de JAVIER MEDRANO