El niño que nos habita
Una vez, Juan Cristóbal Rios V. me dijo que el niño que persiste en nosotros es lo más auténtico que tenemos, lo más lúdico y liberador. Miro hacia atrás, muy atrás, y vuelvo a ver a una niña que tiene la cualidad de –quizá los niños de ese tiempo, los 80,– vivir con intensidad el aquí y ahora.
El mundo era el parque frente a la casa, el colegio de monjas, las compañeras y una, en especial, con la que recostadas en el pasto bajo la generosa sombra de los árboles, nos tomábamos todo el tiempo para inventar historias. Un mundo ancho y ajeno sí, pero como puerta abierta a su constante exploración. Qué grande era en ese tiempo el mundo, inmenso en realidad.
La niñez fue una etapa que se prolongó, en mi caso, más de lo que debería, porque el encantamiento del mundo era una biosfera demasiado cercana a la felicidad, aunque esa niñez tuviera el miedo a la dictadura, las enfermedades mortales para los afectos familiares, la imposible perfección de la familia Ingalls y una timidez insoportable.
Los niños de ahora, está por demás decirlo, habitan en otro mundo. Desgarrados por la guerra, niños que viven en la violencia absoluta, los que trabajan. Niños en tiempos de coronavirus que venden hojas de eucalipto, con barbijos improvisados, en los mercados. Los niños que no salen de casa y que tienen parques frente a sus condominios. Niños que deben aprender sobre distanciamiento social, barbijos y miedo. La Unicef en el informe ¿Qué futuro les espera a los niños del mundo?, destaca: “A pesar de las mejoras dramáticas en la supervivencia, la nutrición y la educación en las últimas décadas, los niños de hoy enfrentan un futuro incierto. El cambio climático, la degradación ecológica, las poblaciones migratorias, los conflictos, las desigualdades generalizadas y las prácticas comerciales depredadoras amenazan la salud y el futuro de los niños en todos los países”. Además de la pandemia que hoy nos azota, tiempo de inflexión definitivo que los niños y niñas viven también con rutinas y recetas para hacer más controlable ese ímpetu intenso que los habita.
David Anderson, psicólogo clínico en el Child Mind Institute, recomienda generar ideas para los chicos pensando en maneras de “volver a los 80”, antes de que hubiera todo este universo tecnológico, afirma: “He estado pidiendo a los padres que piensen en sus actividades favoritas en el campamento de verano o en casa, antes de las pantallas”.
Desde esta columna, ahora más que nunca celebramos de manera especial a los niños y niñas que hoy miran el mundo a través de una ventana y con un futuro que no sé qué promesa trae bajo la manga, también a aquellos que han dejado esa etapa pero que persisten en cuidar a ese niño que habita con toda una vasta vida lúdica, esos niños grandes que se ríen sin convenciones sociales en volumen e intensidad. A aquellos que, pese a la frustración y la imposibilidad de absolución que ahora el mundo tiene, crecen bajo nuevas sensibilidades y caminos.
Y a los niños y niñas que habitan en nosotros, decirles con firmeza que afuera nos esperan todos los parques, los columpios y los amigos, esos, con lo que podremos contarnos historias interminables bajo la sombra de los árboles.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO