La falsa división del MAS es una farsa astuta
Después de conocer algunos detalles del último congreso del MAS en El Alto estoy convencido de que la ciudadanía juega inocentemente una partida de damas en un tablero donde los gobernantes azules están moviendo piezas de ajedrez. Es que las jugadas del Gobierno son tan predecibles como eficaces. Últimamente, hemos sido testigos de una táctica que se ejerce con alarmante regularidad y que es la falsa división dentro del partido de Gobierno. Este movimiento, aunque astuto, es engañoso y erosiona la confianza de los mismísimos opositores que terminarán simpatizando con el ala menos radical del masismo.
Tengo tres razones para confirmar que el MAS está íntegro y falsamente dividido. La primera: Los militantes y simpatizantes del partido son gente sin iniciativa, poco cultivada y con genes ancestrales aliados con la violencia física extrema. En esta farsa o falsa división no hay muertos de ningún bando, pero sí sobran las sillas voladoras para beneplácito de los tontos. Otra razón es que la burocracia estatal está plagada y parasitada con toda la militancia azul, sin distinciones. Y la última, es que los poderes tutelares extranjeros, sean chinos, iraníes, cubanos o venezolanos, siguen operando en el país con el beneplácito de la única cúpula del partido azul que dirige la trama.
Sólo basta revisar las noticias de los diarios bolivianos para imaginar por un momento que el partido en el poder parece dividido. Las dos facciones, evistas y arcistas, simulan estar en desacuerdo sobre varios temas cruciales, desde políticas económicas pasando por leyes sociales y terminando en el liderazgo en disputa. A simple vista, esto podría parecer una señal de democracia saludable y debate al interior del partido, pero los ciudadanos sensatos no deberían dejarse engañar tan fácilmente.
Estoy absolutamente convencido de que el MAS, desde que asumió el poder absoluto, ha utilizado la estratagema “dividir para reinar”. Cuando el partido se muestra unido se pone manos a la obra para fracturar a sus opositores en mil pedazos, pero ahora que se muestra dividido está en la tarea de capturar a los opositores en desbande total. Al poner en escena esta división artificial, cada bando del MAS, arcistas y evistas, intentan atraer a segmentos de simpatizantes para convertirlos en el futuro cercano en fieles votantes. Los políticos del bando arcista se pintan como moderados, intentando ganar la simpatía de aquellos opositores que se sienten descontentos con sus propios líderes, muy decaídos en sus aspiraciones. Por otro lado, el grupo de evistas se inclina hacia posturas más extremas, solidificando la base de seguidores más leales y fervientes.
No existen personas sinceras que estén en condiciones de confirmar que “el MAS está dividido de verdad”, y tampoco tengo razones para estar equivocado al lanzar esta pregunta: ¿Qué sucederá cuando la crisis del MAS alcance su clímax? Sorprendentemente, las facciones “divididas” se reconciliarán. Lo que parecía un abismo insalvable entre arcistas y evistas se revelará como un espectáculo para el público. Este teatro político tiene un propósito claro: primero desarticular a la oposición para después asimilarla, si bien no en las filas del MAS pero por lo menos capturando su voto.
Es que los opositores antievistas, definidos como derechistas, que actualmente simpatizan con la facción moderada del arcismo se hallan ahora en una posición complicada. Por increíble que parezca ese apoyo tácito está sirviendo para reforzar la posición del MAS en las próximas elecciones. Al final de la puesta en escena de la falsa división, la oposición quedará fragmentada, sus voces diluidas y su capacidad de actuar severamente disminuida, y lo que es peor con el arrepentimiento de haber reelegido a los masistas por otros cinco años en el poder.
Esta estrategia no sólo es desleal con la democracia, sino que también está logrando la aniquilación perpetua del sistema de partidos políticos, diseñado para ser diverso y plural. Está de más pedir a mis lectores que estén atentos y cuestionen críticamente las dinámicas internas de los partidos, especialmente cuando las divisiones parecen surgir en tiempos de elecciones o debates importantes. La transparencia, la honestidad y la integridad deben ser la base de cualquier partido que realmente se dedique a servir a los intereses públicos. En fin, la metáfora Theatrum Mundi se aplica a este caso sin maquillajes de ningún tipo.
El autor es abogado
Columnas de MARCELO GONZALES YAKSIC