Otra ciudad emerge de la quietud
Las calles silenciosas y libres de motorizados que ha generado la cuarentena permite cierta libertad para observar con mayor detalle ciertas virtudes y anomalías de la ciudad.
Permite, por ejemplo, ver con tristeza y nostalgia cómo varias casonas antiguas están a punto de desplomarse en la final oeste de las calles Santiváñez, Jordán o Gral. Achá, sin que autoridad alguna se preocupe por su recuperación. Aunque también permite apreciar algunas, muy pocas, que fueron elegantemente restauradas manteniendo su arquitectura.
Y entre muchas otras cosas permite percatarse del acelerado y caótico crecimiento de la urbe por los cuatro puntos cardinales, de su diversa e inclasificable arquitectura, del exceso de asfalto y cemento y su falta de árboles y áreas verdes y los múltiples rostros de la indigencia yla pobreza.
Otro elemento que llama la atención en esta otra Cochabamba que emerge de la quietud y el silencio es su curiosa variedad de monumentos y esculturas emplazadas en plazas, plazuelas, rotondas y parques.
Desde espantosas esculturas con musas degolladas y ensangrentadas hasta precariasfiguras humanas en fibrocemento a punto de caerse; desde bellas esculturas en bronce con sus respectivas plaquetas de identificación hasta bustos de anónimos señores sin nombre alguno. Desde figuras de políticos de la talla de Marcelo Quiroga Santa Cruz hasta “topadoras” como Humberto Coronel Rivas.
Por favor, que alguien se ocupe de ordenar y reglamentar qué y quién merece tener un monumento en la ciudad, además de cuidar la calidad de ese trabajo artístico y no llenar las rotondas y plazas con esperpentos que no contribuyen ni a la estética ni la historia de la ciudad.
Columnas de MICHEL ZELADA CABRERA