A dónde hemos llegado
Se puede entender que se cambie la vida de una nación en más de una década, se puede entender que la gente pueda aceptar cambios, imposiciones y otras barbaridades por temor, por comodidad, por acostumbramiento o por el conocido “nomeimportismo”; pero de que todo tiene límite es una verdad irrefutable y llega el momento en que la gente diga basta y se procure un cambio, que generalmente debiera ser radical.
El llamado proceso de cambio, durante sus 14 años de detentar el poder sin límites, desconociendo a diario el Estado de derecho, ha perpetrado actos propios de la barbarie con la certeza de que serán los abogados que los arreglen, es decir que vuelvan legal lo ilegal.
El pueblo boliviano, una vez más salió a las calles y en una inédita revuelta llamada de “las pititas”, sin ningún tipo de violencia, menos ataques personales que produjeran daños, simplemente con su presencia en las calles de todas las ciudades del país, consiguió sacar del palacio a un personaje tiránico y engreído que gobernaba a voluntad y con la permanente genuflexión de quienes lo rodeaban y aseguraban su permanencia en el Gobierno.
Como era un movimiento ciudadano total, serio y responsable, el cambio se lo hizo, en lugar de asegurarse a bala, con las normas constitucionales vigentes. Ante el desbande general de quienes habían usufructuado sin límites el poder y sus canonjías (presumo que siguen disfrutando las mieles de lo obtenido) asumió la Presidencia, con toda la esperanza del pueblo boliviano, la segunda vicepresidente del Senado, poco conocida porque nunca tuvo relevancia en su actividad parlamentaria, y es más ni siquiera fue considerada en su partido para ser candidata en las fraudulentas elecciones de octubre, pero se le tuvo fe, confianza y encarnó la esperanza de que Bolivia reasumía su camino de construcción y de futuro.
Como si se tratase de una novela de terror, pasamos las páginas de la vida del país, y ahora, no nos encontramos en el lugar que pensamos después del desgobierno de 14 años: en una situación de poder mirar el futuro con esperanza y seguridad y que no volveríamos a caer en situaciones como las superadas en octubre-noviembre de 2019. Esa expectativa se frustró por la ineptitud de los gobernantes que no hicieron lo que tenían que hacer, que era simplemente gobernar, porque gobernar significa hacer cumplir la ley, castigar a los que cometieron delitos, actuar con autoridad. Ellos torcieron la voluntad el pueblo boliviano, para dedicarse a la política y procurar prorrogarse mediante candidaturas electorales, dejando en la estacada a millones de personas que estuvieron en las calles en la crisis poselectoral, permitiendo que todo el aparato construido por el proceso de cambio, continúe intacto y que siga con sus actitudes negativas de destrozar el Estado de derecho.
En lugar de castigar los actos delincuenciales, mantuvieron un silencio y una pasividad que condujo a la muerte de aquellos a quienes los enemigos del pueblo, no dejaron les llegue oxígeno vital, para mencionar solo un tremendo hecho ocurrido con la complicidad pasiva del Gobierno.
Adonde hemos llegado, muestra cómo la ineptitud y los intereses personales pueden destruir los anhelos y sueños de un pueblo que quiere vivir y trabajar en paz.
El autor es abogado
Columnas de FERNANDO RODRIGUEZ MENDOZA