Experiencia en clases virtuales
Las clases virtuales han sido una experiencia inédita tanto para docentes como para estudiantes. Quizá no volvamos íntegramente al pasado, porque no podríamos prescindir de las plataformas de Internet. Lo que sigue es una reflexión sobre el Internet.
Como dicen los que saben, no debe de haber una sola ciudad en el mundo carente de ese vicio maravilloso. Y digo vicio, pues a pesar de que ha revolucionado las comunicaciones, está sembrado de odio, en particular de los que creen que las redes son formas de hacer política. Pero ¿de convencer?, no se convence con insultos, con posts que rezuman odio hacia el contrincante sino con seducir, con persuadir democráticamente y con juicios, no con improperios, para dirigir intelectual y moralmente a la sociedad democrática, que es la mejor definición de la hegemonía, impensable sin democracia.
Hoy el trabajo a distancia es la única perspectiva, pero no puede convertirse en opción política sin el concurso democrático del electorado. Internet está en pocas manos, manos millonarias o billonarias que difícilmente medirían el pulso democrático de la sociedad, porque tienen una estructura oligárquica, donde no les interesa la opinión popular. Ni se atreverían a proponer el papel de Internet para el desarrollo humano.
¿Cuántos tienen Internet en sus casas? En cambio, la explosión de compra de celulares inteligentes ha sido incontenible, y muchos seguidores de clases virtuales usan sus smartphone, pero no tienen computadora. Es curioso que, habiendo brecha digital y dependencia tecnológica, el Internet se inmiscuye en la política y las elecciones de un país. ¿Cómo se inmiscuye? No directamente sino albergando discursos de odio, no de reflexión. ¿Será necesario alfabetizar a los usuarios de Internet?
Mucho daño hacen las fake news, las noticias falsas inventadas por el odio, por lo que se hace necesario crear organismos oficiales que confirmen o desechen por falsas estas noticias. Por su estructura, el Internet no tiene campo para la reflexión sino para la reacción rápida y hormonal. Los discursos de odio están generados por sentimientos, no por ideas; sentimientos como el propio odio, la bronca o los disgustos de la vida cotidiana. El usuario quiere escuchar lo que desea escuchar, no una opinión contraria. Y la comparte. Así los discursos de odio se difunden. No compartir por solidez ideológica es una forma de superar esos discursos, que preceden los crímenes de odio. Se alude al derecho a la libertad de expresión, pero con eso no se justifica el odio.
La mejor edad para la educación es la que corresponde a Primaria. Se han ensamblado en el país computadoras, pero no se las utiliza. Una pena que países más grandes que el nuestro lo han experimentado, como Argentina, por ejemplo, con los mismos resultados. Hay niños y jóvenes en Argentina, sin acceso a Internet, en poblaciones que exceden el total de habitantes de nuestro país. Hay que explicar los valores y riesgos de Internet; entre éstos, el odio. La violencia social parece algo cotidiano si uno frecuenta las redes, donde hay insultos y poca reflexión. En este sentido, la ley no basta sino la educación continua y constante. Quizás así no vamos a dar un like=== o compartir a cualquier cosa o noticia que nos guste.
La democracia se sostenía en las calles; ahora, también en las redes, que deberían ser escenarios de construcción de consensos, y no de discursos de odio mal reflexionados. Es necesario luchar contra esas fake news y su falta de reflexión.
El autor es Cronista de la ciudad
Columnas de RAMÓN ROCHA MONROY