Ningún poder
La lucha contra el poder, la huida del poder, el desprecio por el poder o el situarse en las antípodas del poder, rehuirlo, vilipendiarlo y denunciarlo, siempre ha sido otra corriente paralela y venerable que ha recorrido las sociedades y la historia. Desde la repartición entre los dominios del César y los de Dios hasta la confusa contraposición entre el arte y el poder o la política. La lucha por el poder y la lucha contra el poder, contra todo poder.
Hay libros, obras, apotegmas que se estrellan contra el poder, como raíz de todos los males, pero también, excepcionalmente, fuente de orden contra el caos, racionalización y contención de los flujos descontrolados.
Entre las más elegantes maneras de esquivar del poder, en pos justamente de otros reinos, está famosamente esa frase deliciosa y perfecta con que Roland Barthes concluía su Lección inaugural Lección inaugural de la cátedra de semiología literaria del Collège de France, en 1977:
“Sapientia: ningún poder, un poco de saber, algo de sabiduría y el máximo posible de sabor”.
Donde está la sabiduría, siguiendo tan bella aserción, no está el poder. Ningún poder.
El apólogo más bello que conozco contra el poder, sin embargo, está en un extraordinario cuento chino, recontado (o creado), por otro gran escritor francés, Pascal Quignard. En una parte de su libro El odio a la música, investiga el fenómeno del oír, de la escucha y todo lo que acecha a los oídos, esos órganos frágiles que, a diferencia de los ojos, no pueden cerrarse a voluntad: los oídos no tienen párpados. En tal contexto, desliza esta historia:
El emperador Ti Yao, enterado de la sabiduría de Hi-yeou y harto de todo lo que le imponía su reino, mandó una importante comitiva al sabio. Cuán importante sería ésta, que partieron los mejores, con los más dignos atavíos.
Cuando encontraron a Hi-yeou, le transmitieron el mensaje del emperador: este quería cederle todo el reino. Todo el poder. Pero Hi-yeou les dio largas y, llegada la noche, todos se fueron a descansar. Entonces Hi-yeou huyó sin ser notado y se fue lejos. Cuando ya se sentía seguro, eligió dónde descansar, por las orillas de un arroyo. Lo primero que hizo, entonces, fue bajar a las aguas y lavarse las orejas. Las orejas que habían escuchado semejante e impío despropósito.
Pero ocurre que, cerca de ahí, vivía retirado otro sabio, T’chao-fou, en quien el desprecio por el poder y los asuntos políticos era aún más grande. Y, justamente, era él que venía a dar de beber a su buey mientras Hi-yeou se lavaba las orejas.
Le contó sus cuitas a T’chao-fou: “El emperador Ti-Yao me ofreció que tomara las riendas del imperio. Es la razón por la que me lavo concienzudamente las orejas”.
La respuesta de T’chao-fou no se hizo esperar y supera todo cuanto cabía imaginar respecto al rechazo del poder:
“Tchao-fou tiró de su buey por el ronzal y no le permitió beber más en la orilla donde Hiu-Yeou se había lavado las orejas que habían escuchado semejante proposición”.
Hoy, día de elecciones en Bolivia, ese tipo de reflexiones pareciera estar en las antípodas de cuanto está en juego y de nada nos serviría recordarlas. Cuando estamos viviendo, justamente, una especie de Feria del poder y los poderes. A elección. Por este pasillo las ofertas son estas, por aquél las otras. Día de los juegos de poder.
Es un día muy importante, qué duda cabe. Pero ni es el principal de la vida y habrá que tomarlo con el escéptico humor general a que alientan apólogos como el de los sabios chinos. Con tal humor, alejado del poder, el ciudadano común se va de feria, se va de voto y sí puede encomendarse, con todo, a mejores vientos.
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.