En defensa de Los Tiempos, en defensa de la libertad
Qué difícil se hace resumir en esta columna una larga historia de casi 80 años en la que, sin duda, se aunaron frustraciones, triunfos, virtudes, impotencias, injusticias y censuras. Complicado, porque desde su fundación, el 16 de septiembre de 1943, hasta ahora, al diario Los Tiempos le tocó vivir e informar con determinación y solvencia momentos trascendentales en la historia del mundo y, desde luego, de Bolivia. Pero también revivir, cual Ave Fénix, de las cenizas del asalto, de la destrucción y luchar contra quienes hasta ahora sostienen la estúpida idea de que la libertad tiene fecha de caducidad, para seguir pregonando convicciones y talantes libertarios, para continuar la senda infinita que marcaron Demetrio Canelas, Carlos Canelas, Julio César Canelas y Alfonso Canelas y así, con el único espíritu combativo que tienen los visionarios: seguir en el debate, pese a los grandes obstáculos que impone la vida, pese a las cortapisas del autoritarismo.
“El periodismo es libre o es una farsa”, decía el periodista argentino Rodolfo Walsh. Los puntales históricos en los que se sostuvo Los Tiempos nacieron de esa convicción que siempre incomodó a los gobiernos autócratas y también democráticos. ¡La libertad! Esa que, sin empacho, se pretendió coartarla. Cortarla de una sola vez y en varias ocasiones, con las acciones oscuras y las manos ensangrentadas de nuestra variopinta y accidentada política; en dictaduras, en dictablandas o en “dictaduras perfectas”, como es el caso de los 15 años de evomasismo.
Libertad, para hacer y decir las cosas con altura y justeza; también para asumir los retos, pero no con esa independencia que “sugiere cierta doblez calculada”, sino con esa determinación invencible de ser un diario libre, lo cual siempre será diferente.
Los Tiempos, un diario que se forjó a base de coraje y lucha por defender la transparencia, la independencia y el derecho a informar en libertad, una vez más enfrenta al monstruo del asalto. El primero, lo había sufrido el 9 de noviembre de 1953, cuando fue completamente destruido a la sazón por la coyuntura política.
El 19 de julio de 1967, Los Tiempos retorna a las calles. Vuelve a abrir sus páginas como alas que le permiten continuar informando con equidad y apego a la realidad de entonces, para excluir, con férrea voluntad, el sesgo de esa “ausencia de determinación conciencial”.
Ahora, el cobarde accionar de parte del régimen no sólo a un diario, sino al trabajo de informar, pone en emergencia la defensa de la libertad de expresión y la independencia del ejercicio periodístico. Los métodos cambian, pero las intenciones criminales son las mismas.
Un régimen de facto o en ciernes siempre tiene un decálogo que seguir. Son mandamientos universales: clausura de medios de comunicación, presión, persecución, amedrentamiento, chantaje y monopolio.
La asfixia económica y presión política e impositiva denunciada por el diario Los Tiempos al régimen evomasista tiene su espejo retrovisor que refleja la práctica del castrochavismo y de Daniel Ortega en Nicaragua. El dictador, antes de jurar su quinto mandato y cuarto consecutivo como presidente, ejecutó una labor deleznable y terrorífica, encarceló a casi todos los líderes de oposición, atacó a la prensa, persiguió a periodistas y canceló, a través del Instituto Nicaragüense de Telecomunicaciones y Correos, la licencia de transmisión a 13 emisoras de radio.
Desde hace 14 años y más, en Bolivia se ejerce una dictadura perfecta, esa que se camufla entre los discursos de derecho y “democráticos” y las acciones de facto. La permanencia de un caciquismo al mando de un partido inamovible, que persigue y encarcela a los que critican y ponen en peligro su permanencia en el poder, es innegable.
El jefazo trabaja incansablemente en una campaña política con miras al 2025. Su único fin es retornar al poder, para ello debe borrar del mapa a cuanta oposición se le cruce. ¡Los medios independientes son su verdad incómoda! Hay que subordinarlos, expropiarlos o desaparecerlos.
El discurso furibundo de Juan Ramón Quintana, ex hombre fuerte del huido, no es un hecho menor. Advierte un peligro inminente para la democracia y la libertad de prensa.
En Bolivia, desde hace 14 años y más se ejerce una hegemonía que no es estrictamente política, sino de control, acción y coerción sociales, en la cual lo determinante es ocupar la mayor cantidad de espacios de poder, administrarlos bajo sus propias reglas y, desde esas posiciones, actuar como filtros y operadores para consolidar su influjo que se ve reflejado en una autocracia.
El mandamás, a través de sus élites, logró desbaratar la independencia de los poderes del Estado para convertirlos en “instrumentos políticos” de uso y abuso al servicio de sus bases.
La dictadura perfecta tiene su núcleo de acción en la erosión de las instancias democráticas más elementales: alternancia, libertad ideológica y de expresión, disenso y decisión del soberano y, desde esas posiciones, ejercer un dominio sistemático.
La libertad y la democracia constituyen un patrimonio de todos, no son vendibles, tampoco negociables, menos pueden ser adueñadas. La libertad responde a una necesidad sociológica de poder ejercer nuestra condición de seres eminentemente sociales.
La Declaración de Chapultepec del 11 de marzo de 1994, en su Principio cuarto, sostiene:
“El asesinato, el terrorismo, el secuestro, las presiones, la intimidación, la prisión injusta de los periodistas, la destrucción material de los medios de comunicación, la violencia de cualquier tipo y la impunidad de los agresores coartan severamente la libertad de expresión y de prensa. Estos actos deben ser investigados con prontitud y sancionados con severidad”.
Bolivia comienza a sentir señales de algo descompuesto. Los múltiples hechos registrados en el país que atentan contra la libertad, la circulación, la protesta, los derechos y la democracia son brutales y evidentes.
El asedio y la asfixia económica al diario Los Tiempos es también la asfixia y la persecución a todos los que estamos en favor de la libertad y la democracia. Defenderlas es un derecho inalienable e imprescriptible.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.