Arce: el desgobierno del gobierno
Está claro que el liderazgo político del Gobierno frente a los agudos conflictos que soporta el país es un desastre monumental.
Este descalabro administrativo no es nuevo, es una herencia del evomasismo, que siempre utilizó como un sistema de gobierno el abandono total de su responsabilidad hacia una posible resolución de conflictos.
El desgobierno como forma de gobierno se ha hecho evidente a lo largo de los dos últimos lustros. Desordenar por completo las estructuras políticas y jurídicas para que se viva eternamente en el caos, la confrontación, la corrupción. Es decir, las culpas no recaen en las forma o modelos administrativos, sino en las circunstancias coyunturales que estarían conformadas por los movimientos sociales como mediadores entre el problema y la posible solución. Paradójicamente, esos sectores sociales no son artífices del cambio ni aportan en nada a la dinámica del universo social nacional, sino son instrumentos políticos que van socavando cada vez más los pilares del Estado, pero también de una forma de vida primitiva y básica. No existe el imperio de ley, está secuestrado para acomodarlo a las necesidades del mandamás y su élite que ejerce micropoderes absolutamente corruptos. Así, desde hace 15 años, esta hermenéutica premeditada, soberbia y mediocre para administrar el país ha llevado hasta los puntos más inverosímiles de confrontación social.
Si la Revolución del 52 sirvió para que Bolivia ingresase a una nueva etapa histórica de modernización, de conocimiento y reconocimiento político, social y cultural, las décadas venideras conformaron un nuevo esquema de convivencia e instrumentalización de las líneas marcadas por la revolución. Es en esta etapa histórica cuando Bolivia afianza ese su presente y vislumbra su futuro hacia una construcción nacionalista, pero también con una polarización social compleja y profunda.
“Bolivia sufre la historia y no la hace”, decía Zavaleta Mercado. “La nación boliviana existe pero no es; es una nación en sí y no para sí”.
Post 52, la historia de Bolivia está hecha a base de múltiples rupturas, desde las sociales, políticas y culturales, hasta los modelos económicos y políticos más drásticos, incluyendo las dictaduras militares, claro está. Pero nunca se había institucionalizado una forma de desgobierno en función de sembrar el caos, el enfrentamiento, la subversión y la dictadura perfecta como ahora.
En 2006, Morales, con un bagaje altamente sindicalista y confrontacional, asume su gobierno como un proceso sistemático de expropiación de las libertades y de la institucionalidad democrática. Para eso se vale de un método lento pero eficaz: desarticular por completo todos los cimientos del Estado para que éste se constituya en la esencia de su poder y en su instrumento político que lo entronice para la eternidad.
A lo largo de su trayectoria, primero como dirigente cocalero, congresista y finalmente como presidente, Morales jamás asumió como método de gestión la negociación, el diálogo, la concertación, los pactos y los cogobiernos. No por ignorancia o estrategia, sino por la “libertad” que le confería el no estar atado al control político y a una administración pactada que le pudiera fiscalizar.
Instauró la “cultura” del bloqueo, de la amenaza, de las marchas y de las determinaciones de facto.
Esto, sin duda, le acarreó una triple consecuencia: la prebenda, el caos y la autocracia.
En el primer caso, asumió como forma de gobierno no ser protagonista directo o indirecto en la resolución de conflictos, sino asumir que sus mecanismos de control político y social lo hicieran o, en el mejor de los casos, se “resolviera” a través de las transacciones sectorizadas y no colectivas.
Los conflictos no resueltos, las preferencias político-partidistas y la incapacidad para atender los requerimientos del país dieron origen al caos. Finalmente, como forma de coerción y de administración, asumió el autoritarismo y las decisiones de hecho.
En la actual coyuntura, el panorama general se traduce en un “desgobierno”. Un Gobierno que no gobierna, sino que asume una continuidad del masismo exclusivamente en esa metodología de obviar la resolución de conflictos.
Santa Cruz ha ingresado a su sexto día de paro indefinido frente a una exigencia que no es departamental sino nacional. El Censo programado para este año fue abruptamente despejado sin mayor explicación coherente. Esa, sin duda, fue una determinación absolutamente política.
Como política es también la poca voluntad de procurar una salida consensuada. Arce Catacora aún conserva el cordón umbilical fresco que lo une a su jefe. Paradójicamente, hay una pugna de poderes a la hora de hablar de democracia, libertad, disenso y alternancia en el poder, pero una cordial amistad para unirse en el caos, el desorden, la subversión y el desgobierno.
El problema de la Gestora es otra papa caliente que está en remojo para su pronta explosión. Apañada por el tema del censo, su entrada en vigencia es cuestión de tiempo. Un problema monumental que seguramente formará parte de la colección de asuntos no resueltos o, como alternativa, será empujado hacia el caos y la confrontación social.
Este modelo político de desgobierno con guiños constantes a la subversión y al terrorismo de Estado, y frontales al desorden y a la polarización, es una fresca alfalfa para alimentar intereses políticos de los que ya suponemos.
¡Evo está en su salsa!
No olvidemos el informe contundente y claro de la CIDH sobre el caso “terrorismo”. La Fiscalía de este país, supeditada todavía al poder del huido, rechazó la investigación penal contra Morales. Éste es otro asunto mayor que sin duda tendrá que ser tocado en cualquier momento.
Mineros, maestros, economía, salud, inversión, crecimiento, corrupción, injusticia y narcotráfico son sólo algunos de los temas irresueltos que atizan un desgobierno evidente y que alimentan una bomba de tiempo.
Arce Catacora y sus aliados desorganizadores deben entender que las demandas nacionales no son personales ni responden a una amenaza política ni de poder. La escuela de Morales le sigue haciendo más daño a este país. Amenazar, cercar, agredir y complotar se han naturalizado tan terroríficamente que ya es un comportamiento de uso legal y ya se acepta como forma de vida.
El país está convulsionado y la mirada risueña de Arce Catacora se contrapone a los gruñidos amenazantes de Morales. No sé a qué le temo más: al silencio de Luis Arce, que sugiere que ese 55,10 % con el que ganó las elecciones contiene un k’epi misterioso, o a las reiteradas reuniones cumbre de Evo con Arce Catacora y el oráculo de las seis federaciones y ramas afines.
En Bolivia, todo está quebrado. Todo es una afrenta. No existe un horizonte claro y halagüeño que vislumbre una salida. Como decía Zavaleta Mercado, “El yo individual, en efecto, está incompleto y sin sosiego, frustrado y preso cuando no se realiza el yo nacional”.
En consecuencia, el yo personal no puede actuar, administrar y razonar a espaldas del yo nacional.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.