Capital social, crisis económica, política y sanitaria en 2019
El año de 2019 significó para el país un momento de altas tensiones, tres ámbitos fueron particularmente los más afectados: la economía, la política y la salud pública.
El estallido social por la repostulación de Evo Morales, las denuncias de fraude electoral, y, finalmente su renuncia a la presidencia del país sería la antesala de la crisis. Acto seguido devino la asunción del gobierno transitorio de Jeanine Áñez, y, en su remate la pandemia de la Covid-19.
Los bolivianos y bolivianas tuvimos que afrontar una situación sui generis, los niveles de inseguridad social y económica se incrementaron, el sistema de salud nacional colapsó por los altísimos niveles de morbilidad y mortalidad a causa de la pandemia.
En esta vena, lo que nos interesa presentar es cómo, frente a estos episodios de crisis, la sociedad despliega creativamente un amplio repertorio de recursos sociales que propiciaron, en su momento, estrategias para la creación de “activos sociales” para la satisfacción de sus necesidades más inmediatas. Los datos son parte de una investigación desarrollada en el Centro de Investigación y Posgrado CESU-UMSS.
El capital social, en los términos de esa investigación, no es más que una red de relaciones sociales que se emplean para acceder a recursos y beneficios en la sociedad, puede ser en su forma: individual, familiar, colectiva o comunitaria. El estado del capital social varia de sociedad a sociedad, puede encontrarse activo o pasivo.
En nuestro caso, la sociedad cochabambina, se caracteriza por poseer un capital social activo pero a un nivel familiar, donde prevalecen los “lazos sociales fuertes”. Este tipo de capital social, típico en los países latinoamericanos, es muy bueno para establecer relaciones sociales en redes de alcance micro. Sin embargo, no es efectivo a la hora de hablar de generación de valor en términos económicos. Los ejemplos más claros de esto son: emprendimientos productivos familiares que se caracterizan por estar sometidos a una elevada auto explotación y altos niveles de riesgo.
En resumen, los “lazos sociales fuertes” son útiles a nivel familiar, pero insuficientes y/o perjudiciales para actividades económicas y productivas, ya que la información a la que se accede mediante estos lazos fuertes a nivel familiar es de corto alcance. Por ejemplo: una familia que confecciona ropa, sólo accederá a un limitado número de proveedores de materia prima, y a un número limitado de nichos de mercado.
Por su lado, los “lazos sociales débiles”, son los que se establecen en ámbitos productivos, deportivos, culturales, políticos, etc. Se caracterizan por poseer una ratio mayor a la hora de acceder a recursos y beneficios. Un ejemplo claro, es una empresa que establece relaciones comerciales amplias a nivel nacional e internacional, por lo tanto puede acceder a un abanico mayor de: proveedores, canales de comercialización, nichos de mercado, socios estratégicos, etc., reduce de esta manera los riesgos.
A nivel de la sociedad pasa algo similar, con la crisis de 2019 tuvimos que ampliar nuestras redes de relaciones por varios motivos: 1) la movilización política, 2) la emergencia sanitaria, 3) la precariedad económica.
Presenciamos un fenómeno interesante, y aunque no fue generalizado, se pudo evidenciar el tránsito de un capital social atomizado en el nivel familiar, a un capital social activo a nivel colectivo en las ciudades, y comunitario en el campo.
Se conformaron grupos para acopio y distribución de alimentos y medicamentos, para asistencia médica, y en ciertos sectores de la ciudad se instalaron puntos de congruencia campo-ciudad donde se establecieron centros de abastecimiento que aún hoy siguen en funcionamiento. Asimismo, sobre la base de la infraestructura instalada de las redes sociales de Internet se estructuraron emprendimientos familiares que ofertaban servicios, productos información estratégica ligada a las necesidades más inmediatas.
Sin embargo, todas estas “redes sociales activadas” en la crisis no lograron materializar procesos organizativos duraderos en el tiempo. Quiero decir que, con la coyuntura electoral por las elecciones presidenciales y legislativas, este capital social activado fue “fagocitado” por los partidos políticos y agrupaciones ciudadanas que derivaron en un movimiento de tipo “utilitarista”.
El autor es investigador del CESU-UMSS
Columnas de JORGE CHURME MUÑOZ