Fálicos motores, selvas de cemento
¿Recuerdan al Dakar catalogado como “creativa” manera de “potenciar el turismo” en Bolivia según el gobierno de turno? ¿Obviaron que el chiste remite su origen a tierras africanas cuando cundían los violentos afanes “civilizadores” europeos? Qué paradójico que un Estado que clama a diestra y siniestra contra el colonialismo y por la “dignidad de los pueblos”, pagara para que el Dakar se digne a ensuciar lo más “sagrado” de su territorio. No obstante, lo más preocupante al respecto fueron los daños ambientales y arqueológicos de una carrera de esa envergadura que más de una vez fueron denunciados y documentados en otros países.
Hace unos días, en Cochabamba, las autoridades y funcionarios ediles se acordaron que existe la magullada laguna Alalay para habilitar el autódromo que la bordea. Parece que olvidaron que Cochabamba es la ciudad más contaminada de Bolivia y una de las más contaminadas de América Latina y que gran parte de esa situación es por la excesiva cantidad de motorizados que hay en la ciudad. Entonces, lindo pues colocar la cereza a la torta y en semejante contexto realizar una carrera de autos con recursos públicos. ¿No es una escena muy triste y de contrasentido el ver una laguna agonizante en la mal llamada “Kochapampa” en medio de una ostentosa carrera de autos (además, para variar, bautizada con el nombre del caudillo municipal), reflejando por dónde van las prioridades de los gobiernos?
Entre el Dakar y la carrera de autos municipal, llegué a la conclusión de que a los caudillos les deben encantar los fálicos motores. Sin embargo, allende los gustos deportivos particulares, hay un asunto más serio que refleja esa tendencia donde el culto al humo, al asfalto y cemento impera: la histórica priorización de proyectos de inversión pública más trilladamente desarrollistas en desmedro de áreas verdes, áreas protegidas, patrimonios naturales.
Tenemos como lúgubres ejemplos de ello al empecinamiento gubernamental de construir una carretera por el Tipnis, de vulnerar Tariquía con actividad petrolera, de herir el Madidi, Pilón Lajas, los ríos Grande y Rositas con represas hidroeléctricas, de mancillar las aguas con mercurio mediante la explotación de oro, de reducir los bosques por loteamientos, agroindustria y un largo etc. Lo paradójico es que la mayoría de estos proyectos comenzaron en décadas anteriores, generalmente entre las dictaduras y los “gobiernos neoliberales” y, aprovechando la amnesia colectiva, actualmente son continuados con pompa y sonaja por regímenes que se dicen “críticos” a la política anterior.
Por otra parte, los gobiernos municipales no distan mucho de los gobiernos nacionales (o plurinacionales) en cuánto a las lógicas del desarrollismo traumado del siglo XIX y que se traducen en políticas públicas que van enterrando la posibilidad de un mayor equilibrio de la planificación urbana con la naturaleza y de una pasable calidad de vida ambiental para las/os ciudadanas/os.
En Cochabamba también son trillados los casos al respecto, como cuando se percataron de la laguna de Coña Coña para construir un patinódromo de cemento de dudosa utilidad o cuando se priorizan distribuidores vehiculares incluso restando árboles y áreas verdes. ¿Cuántos molles se sacrificaron con el corredor Quintanilla? ¿Sabían que si no fuera por la movilización ambientalista el costo de árboles de ese proyecto hubiera sido mayor? ¿Qué hay de esa zona, antes sombreada, que ahora obnubila con el brillo del cemento y el asfalto al sol?
Lo que faltaba es que hoy mismo el gobierno municipal de Cochabamba continuara imponiendo distribuidores vehiculares que insisten en disminuir árboles y áreas verdes en la ya suficientemente deforestada Cochabamba. ¿Cuántos árboles, cuánto espacio verde podría mermar el distribuidor que quieren hacer en la Blanco Galindo y la Perú? ¿Y qué hay de un puente que plantean edificar en la zona del Frutillar en menoscabo de uno de los pocos bosquecillos de la zona, y de la “ampliación” de la Segunda Circunvalación que ya implicó la tala de molles? ¿No ubicaron que esas zonas se conectan con el espacio vital de lo que queda del Parque Tunari?
¡Y todo para comodidad del sedentarismo motorizado en una ciudad que a todas luces llora por la ausencia de alternativas de transporte menos contaminantes, espacios para peatones y ciclistas, más árboles y áreas verdes! ¿Cuándo saldrán las autoridades de sus lujosos y fálicos motorizados para ubicar lo que implica para el/la ciudadano/a de a pie una selva de cemento que amanece cada día atestada de esmog?
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA