Pura Pura en el primer centenario
Cada amanecer nos acercamos más al bicentenario de la firma del Acta de la Independencia de la República de Bolivia, el 6 de agosto de 1825; una fecha conmemorativa de gran significado para el destino de los habitantes —originarios o arribados en barco— de la Audiencia de Charcas.
Las naciones vecinas, salvo Brasil, han celebrado sus respectivas emancipaciones. Acá, desde hace un par de años aparecieron publicaciones y debates sobre el impacto de esa fecha para Bolivia (para el Alto Perú) y para América Latina. También asoman teorías, algunas polémicas y de simple alcance doméstico, que seguramente serán desmenuzadas en los próximos meses por los especialistas en ese proceso histórico.
En cambio, hay escasos textos sobre lo que fue el centenario de las repúblicas, entre 1910 y 1925. La América, continental y caribeña, se mostraba entonces altiva y llena de esperanzas para la humanidad. No exigía trámites engorrosos ni visas a los millones de migrantes que Europa expulsaba por razones económicas, políticas, científicas. También huían familias afectadas por los combates de la Primera Guerra Mundial o por la creciente expansión imperial británica y francesa en las antiguas provincias del derrotado Imperio otomano.
No era fácil llegar a Bolivia, ya sin puerto propio, sin conexiones eficientes en una compleja realidad topográfica, con poca y dispersa población. Sin embargo, la fama del magnate cochabambino-orureño Simón Patiño y el espejismo de la riqueza minera en los Andes atraía a inversionistas, profesionales y aventureros. La primera senda de migración moderna había sido abierta por la explotación en los gomales del norte, la región amazónica del país, desde las últimas décadas de los novecientos.
En el primer cuarto del siglo XX, La Paz y Oruro concentraron la aparición de cientos de viajeros. León Bieber estudió la venida de europeos judíos, varios autores cuentan sobre los alemanes; Alan Shave prepara un gran volumen sobre los ingleses y Alberto Asbún documentó más de mil páginas con cientos de fichas de familias árabes (palestinas) y su descendencia en Bolivia.
Esa migración trajo conocimiento (sobre todo en nuevas profesiones como las ingenierías), capitales de diversa importancia, gastronomía renovada, bebidas espirituosas sofisticadas, gaseosas industrializadas, molinos, zapaterías, cementeras, estudios fotográficos: la modernidad. Al mismo tiempo importó una forma de vivir el día a día con más confort, practicando algún deporte de moda, brindando con el copetín en los nuevos clubes sociales o tomando té en las flamantes confiterías; más teatros, dancings, cinematógrafos, exposiciones.
El goce se centró en lo urbano y La Paz fue beneficiada. En 1910 todavía era una semialdea; en 1925 se extendían los servicios básicos de agua potable, luz eléctrica y transporte moderno a más barrios y villas. La arborización de las calles, parques, miradores y el cuidado de las manchas verdes eran una prioridad del municipio.
El buen gusto trascendía las capas sociales porque las iniciativas de la sociedad en su conjunto empataron con las novedades forasteras. Así lo detallamos, junto a José Alejandro Peres-Cajías, en un libro sobre la industrialización en Bolivia y en una investigación sobre el significado de la ingeniería en el desarrollo nacional.
En La Paz, el bosquecillo de Pura Pura (sembrado por vecinos) y toda la zona de Achachicala son representativos de esa visión de vida. Ahí quedaba la Estación Central, las viviendas de los ferroviarios, los primeros clubes deportivos que perviven con canchas de tenis y de pelota vasca; las primeras industrias con fantásticas construcciones como la chimenea de la Cervecería Boliviana Nacional (CBN) o el complejo de fábricas y viviendas de la Soligno, la Forno, Simsa, Venado, la empresa del agua, el cementerio inglés, el puente de la Villa.
Las empresas y los ciudadanos crearon alamedas, jardines, paseos, escuelas de oficios, templos. Las viviendas fabriles compartían espacio con las viviendas de los gerentes. Aún hoy sobreviven esas huellas, como los pinos y eucaliptos que bordean la autopista entre La Paz y El Alto y la avenida Naciones Unidas y las primorosas casitas de tejas rojas y piedra laja.
Alrededor de esa pujanza se fundaron colegios y carreras universitarias que sembraron saberes; varios establecimientos celebraron su centenario en 2023. Personajes de clases altas, medias y emergentes, hombres y mujeres, sobresalieron en diversidad de profesiones y oficios.
El modelo liberal, aún con todas sus deficiencias en igualdad y fraternidad, era un marco auspicioso. El economista uruguayo Luis Bertola describe cómo Bolivia brillaba en el contexto regional en vísperas del Centenario, tal como brilló también en 1825, como relata Erick Lange.
En cambio, en estas vísperas no sentimos el mismo entusiasmo. En 2025 habrá mayor igualdad social en Bolivia, pero no más conocimiento. Las instituciones republicanas están trizadas. No existen políticas para fomentar el saber y el arte. Los chinos, rusos, iraníes o cubanos extraen riquezas de Bolivia sin sembrar futuro. Los incendios provocados y los avasallamientos tienen respaldo oficial y esa parece ser la principal motivación con relación a la naturaleza.
En La Paz, ni las autoridades ni los vecinos defienden los espacios verdes; los perros han ganado a los niños, la farra ha derrotado al libro y el bosquecillo de Pura Pura es ambicionado por los loteadores y cerricidas. ¿Qué quedará de él el próximo año?
La autora es periodista
Columnas de LUPE CAJÍAS