Semana Santa
Con la emotiva procesión de Domingo de Ramos, el mundo católico ingresó desde ayer en lo que se llama la Semana Santa, un tiempo que la Iglesia organiza para recordar, revivir e inculcar sobre los últimos días de Jesús en la Tierra (dando crédito a la versión de los evangelios), con su mensaje de amor al prójimo, entrega, reflexión, perdón y redención, entendida como una nueva vida, al servicio de los demás.
Agitando palmas, dando paso simbólicamente al Divino Maestro, en algunos casos montado sobre un burrito, en otros, sobre los hombros de los fieles, los creyentes buscaron recrear el ingreso de Jesús a Jerusalén, lugar donde sufriría la pasión y muerte en manos del poder religioso de Judea y el poder político del Imperio Romano. Todos estos elementos terminarán engranando la columna vertebral de lo que será el mensaje de la Iglesia a los fieles durante toda esta semana, comenzando por la procesión de ayer, atravesando los días principales de Jueves y Viernes Santo y concluyendo en el próximo Domingo de Resurrección.
Jesús hace su ingreso en Jerusalén montando en un burrito (símbolo de humildad), pero días después serán los poderes político y religioso de su país los que se encargarán de hacer callar la Verdad y el mensaje de amor.
La procesión de ayer, ocurrida justamente un día después del Censo, con las elecciones judiciales aún en proceso, con la crisis de justicia sin resolver y con problemas económicos pendientes, dio ya su primer mensaje a la comunidad católica de Bolivia: el empleo del poder con responsabilidad y en beneficio de las mayorías en lugar de los intereses particulares. En este sentido, el llamado de la Iglesia a las autoridades y estratos políticos es claro y cuestiona a los aludidos si asumirán la actitud del maestro que ingresa en Jerusalén en un pollino o la de los poderosos que utilizarán la fuerza y la justicia para juzgar, condenar y dar muerte al que piensa distinto. También exhorta a dejar las calumnias y a no devolver “mal por mal”.
A nivel más personal, corresponderá a los creyentes asumir la reflexión de los malos actos de nuestra vida cotidiana, pedir perdón si ofendimos de pensamiento, palabra, obra u omisión, y volver a comenzar, esta vez buscando dar algo más de amor y solidaridad a nuestros días.
La Iglesia hace alusión, de este modo, a las contradictorias actitudes de la comunidad católica de ayunar, por un lado, o de hacer grandes comilonas, por el otro, cuando se pierde el verdadero sentido de rememorar la Última Cena, y es justamente la de compartir el pan.
Todos estos rituales, mezclados con la tradición, deberán confluir, justamente, en mensajes y acciones de fe, solidaridad y amor, y así llegar a lo que la Iglesia llama la resurrección espiritual.