Crimen y castigo
De ida al colegio, sosteniendo una plantita sembrada en la base de una botella, mi hija de siete años observaba en silencio el paisaje urbano: montañas de basura en aceras y jardineras, focos de incendio en el Tunari y el horizonte sucio por el humo negro del tráiler que teníamos delante. “No es el apocalipsis, Martina, Cochabamba es así en septiembre”, le dije, mirándola por el retrovisor. Continuamos el trayecto escuchando en la radio a un diputado oficialista que, con tono paternal, le pedía a la población reflexionar sobre los chaqueos. Para dar esa declaración hay que ser cínico, pero también bastante cabrón, pensé, pero no se lo dije a la niña.
Ella recién comienza a tomar conciencia del país y sus circunstancias. En cambio, los adultos ya estamos (mal)acostumbrados a este tipo de paisajes y contextos. Sabemos que en estos meses ventosos los incendios feroces arrasarán con millones de hectáreas de bosques. Este acontecimiento ya forma parte del calendario nacional, como carnaval, Navidad o el año nuevo aymara. En Cochabamba, sabemos también que los vecinos de facto de K’ara K’ara tienen el hobby de bloquear el botadero municipal de un momento a otro y ocasionar, sin remordimiento, que la ciudad se inunde de basura. Cuando esto sucede, no sufrimos gran sorpresa. El hedor ya no nos indispone ni altera nuestra rutina.
Los ciudadanos bolivianos somos sistemáticamente trapeados por dos instancias sumamente atropelladoras. Primero, un poder político copado por improvisados y corruptos que, lejos de trabajar por el bienestar común y el desarrollo sostenible, destruyen el país con leyes que fomentan el insostenible extractivismo y los incendios forestales en nombre de un progreso que, hasta ahora, sólo se materializa en sequía, cambio climático y enfermedades; segundo, los benditos dirigentes vecinales, una tropa de esquilmadores que se llenan los bolsillos extorsionando al municipio y a la ciudadanía. Lo sucedido en Cochabamba a fines de septiembre es propio de ciencia ficción: el botadero de K’ara K’ara bloqueado durante 11 días por grupos de vándalos y loteadores asentados en la zona de manera ilegal, que exigen su cierre definitivo y se oponen al proyecto de industrialización de la basura.
¿Cuánto más tormento estamos dispuestos a aguantar? Nuestra resignación atenta contra el futuro de nuestros hijos tanto o más que el fuego y la basura. No sé usted, camarada connacional, pero yo ya me cansé de tanto crimen y estoy decidido a protestar. Y detrás de mi protesta no hay ningún interés personal, sólo busco defender el derecho de los ciudadanos, de mi familia y el mío propio. De la sociedad, en suma. Esta vez no hablo del derecho al libre desplazamiento, frecuentemente vulnerado por los bloqueadores. Me refiero al derecho a respirar aire sin humo y sin pestilencia. Ése sí es un derecho humano, Evo. Lo demás son pataletas de político caduco.
¿Acaso no es justo protestar contra un gobierno que se presenta como defensor de la Madre Tierra y el Vivir Bien, pero que multa a incendiarios y pirómanos con sólo 2 bolivianos por hectárea quemada? ¿No es legítimo censurar al Vicepresidente/Jilakata, un pachamamista que cada vez que toma un micrófono nos plancha la oreja con peroratas-zen sobre cosmovisión andina, pero que no se enfrenta ni condena a los principales responsables de los incendios? ¿No es correcto reclamar a la alcaldía de Cochabamba por dejarnos zarandear por los vándalos de K’ara K’ara? ¿No es posible preguntarle a su líder, que ostenta una popularidad superior a la de Freddie Mercury, si desde ahora es más importante su candidatura presidencial que el bienestar de su ciudad?
Las elecciones nacionales y municipales están próximas. Los ciudadanos deberíamos darnos una ducha fría que nos quite la mugre pesada de la resignación y despierte nuestro sentido crítico. Deberíamos exigir que los candidatos debatan e interrogarlos sobre los temas más calientes (nada más caliente que los chaqueos): “¿Cuál será el castigo para los incendiarios? ¿Cuántos años de cárcel les impondrá? ¿Cuánto dinero les hará pagar por cada hectárea quemada? ¿Cuál es su plan respecto a la basura? ¿Considera que la gestión de desechos es más o menos importante que una obra de ladrillo y hormigón?”.
De vuelta del colegio, intenté consolar a mi hija porque le anunciaron que, debido a la pésima calidad del aire, el resto de la semana pasaría clases virtuales. “Durará muy poco”, le dije, sin convencimiento. Pero luego aumenté, de corazón: “Comparto tu frustración, mamita. Voy a protestar, ¿está bien? Yo no acepto que la Bolivia del bicentenario siga igual. Tampoco tú, ¿verdad?”.
Columnas de DENNIS LEMA ANDRADE