¿Cambia?, nada cambia
Zulma Yúgar me concedió el privilegio de comentar su libro A Bolivia desde el alma en la presentación que hizo el martes en Potosí. Eso me motivó a documentarme sobre la carrera de la prestigiosa cantautora y buscar la película que protagonizó en 1974 junto a Juan Carlos Aguirre y bajo la dirección de Antonio Eguino.
Se trata de Pueblo chico, un drama de hora y media de duración que cuenta la historia de Arturo, un joven del ficticio pueblo de San Antonio de los Yamparas que vuelve a Bolivia luego de haber estudiado sociología en el exterior.
El primer choque entre él y su padre se produce al comentar la reforma agraria, que todavía era reciente para el tiempo en que esté ambientada la película. Arturo esperaba que eso ayude al desarrollo de Bolivia, pero don Lucas estaba en contra porque él era un propietario de tierras cuyos intereses se habían visto afectados por esa medida. La conversación se interrumpe porque el bus en el que viajaban a San Antonio debe detenerse por un bloqueo ejecutado por los campesinos.
Con excepción del vestuario, que corresponde a los años 70, la Bolivia que se puede ver en Pueblo chico difiere poco de la actual y no solo por los bloqueos, ejecutados desde hace medio siglo sin resultados beneficiosos para nuestras sociedades, sino por los grandes males nacionales.
El primer gran problema es el racismo. Los propietarios de tierras se consideran a sí mismos como “gente decente” con el agregado de “blancos”, pese a que pocos personajes tienen esa condición en la película, y califican a los demás como cholos e indios. Al hablar del tema, Arturo le dice a su padre que, cuando él se ve al espejo, mira el rostro de un mestizo. “Los sudamericanos somos pueblos mestizos”, le dice y subraya que “nuestras caras hablan caro”.
El otro gran mal es la corrupción, presente en todos los niveles. Los propietarios se han coludido con el subprefecto, la comisión de la reforma agraria y la justicia, para modificar los límites de las tierras de los comunarios, que son yamparas. De por medio está el dirigente de un sindicato fantasma que se vale de esa condición inventada para exaccionar a los campesinos y convencerles de que no pasa nada raro. En ese panorama, Arturo aparece como el elemento perturbador porque muestra el engaño a los yamparas.
La película no tiene un final feliz. Los campesinos se rebelan contra la modificación de los límites y el Estado comienza a movilizarse para contenerlos. La conspiración para que Arturo se vaya del pueblo tiene éxito porque uno de los confabuladores es su propio padre. El sociólogo se va sin rumbo fijo y por eso no le promete nada a su novia, Arminda (Zulma Yúgar), aunque lanza una consigna: “voy a hacer algo”.
En aquella ficción, ese “algo” que hizo Arturo no sirvió de nada porque, medio siglo después, Bolivia sigue con los mismos problemas.
Los que sí han cambiado son los bloqueos, que ahora son ejecutados con una mecánica perversa que sólo sirve para perjudicar a los más débiles.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA