Lluvias que duelen
Es marzo y el periodo de lluvias normalmente debía estar terminando en Bolivia. Sin embargo, las precipitaciones se han intensificado dejando luto, dolor y desastres: “la situación en este momento es más grave en relación a las semanas anteriores”, constataba el Viceministerio de Defensa Civil.
Las escenas más desoladoras son las de decenas de familias abandonando sus hogares en Codavisa, una urbanización ubicada entre la ciudad de La Paz y Palca, que en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una zona de desastre, con casas desplomadas.
“A las 6 de la mañana, un golpe seco de tierra despertó a los vecinos de Codavisa y, de pronto, la ladera cedió, arrastrando consigo alrededor de 50 mil toneladas de tierra. Las primeras horas fueron un caos”, contó uno de los afectados.
El impacto de las lluvias puede medirse y ponerse en cifras que dan una idea de la magnitud del desastre. Pero la parte humana de estas circunstancias sólo puede expresarse en preguntas: ¿Qué sentimientos embargan a las personas que pierden sus viviendas en un instante? ¿A dónde irán? ¿Quiénes podrán ayudarlas? ¿Cómo soportar la pérdida del techo que se hizo con el esfuerzo de toda una vida? ¿Habrá alguien que se interese de manera genuina por ellos? ¿Las autoridades ejecutivas y legislativas son conscientes de la pérdida de estas personas? ¿Se tendrán los suficientes recursos para responder a una emergencia como la que estamos viviendo?
Otro ejemplo que duele es el Tipuani. Esa localidad minera, de vocación, quedó prácticamente sumergida por el agua del desborde del río. Unas 400 familias fueron afectadas por las inundaciones, el agua alcanzó los 10 metros de altura. Los pobladores perdieron todo, los colegios se cerraron y más de 200 estudiantes tuvieron que pasaron clases a distancia. Además, los expertos advierten que Tipuani puede desaparecer por la minería descontrolada.
En Cochabamba, los deslizamientos han afectado a los vecinos de la OTB Nuevo Amanecer y de Ticti Sur, entre otras. Son más de 500 familias perjudicadas. En tanto, en Quillacollo, hay barrios que anegados desde hace semanas.
Las lluvias también dejan luto. Unas 40 personas han muerto como consecuencias de riadas, derrumbes y otras catástrofes. Además, hay siete desaparecidos y 163 mil familias afectadas en todo el país.
Después de los desastres se activan los planes de emergencia, pero el futuro de los damnificados es incierto porque para mitigar el daño, irremediablemente, se necesitarán recursos económicos.
Por la magnitud de las pérdidas se va a necesitar toda la ayuda posible y de todos los niveles del Estado. El Ejecutivo y el Legislativo tendrían que destrabar los créditos específicos para la atención de desastres naturales. Y todos los bolivianos ser solidarios con esas familias que lo han perdido todo.