La industria de la moda: gran contaminante invisible en Sudamérica
Cuando se habla de industrias contaminantes en Sudamérica, la atención suele dirigirse al agronegocio, la minería o los hidrocarburos. Sin embargo, hay un actor silencioso que gana terreno como uno de los grandes responsables del deterioro ambiental en la región: la industria de la moda.
Aunque su impacto ha sido históricamente subestimado, la moda –y particularmente la tendencia fast fashion (moda rápida)— se ha convertido en una de las industrias más contaminantes del planeta. La Organización de las Naciones Unidas estima que el sector textil es responsable del 20% del desperdicio total de agua industrial y del 10% de las emisiones globales de carbono. Estos efectos se replican, con particular intensidad, en países sudamericanos que cumplen roles clave en la cadena de producción, consumo y desecho de ropa.
En países como Brasil, Perú, Colombia o Argentina, la producción textil representa un sector económico significativo. Sin embargo, su huella ecológica es preocupante: se emplean tintes y productos químicos altamente tóxicos, que frecuentemente son vertidos sin tratamiento en fuentes de agua locales. El cultivo de algodón, uno de los principales insumos de la industria, exige grandes cantidades de agua y pesticidas, afectando la biodiversidad y la salud de las comunidades rurales.
En el caso boliviano, aunque la industria no tiene una escala de magnitud comparable con las de Brasil o Colombia, sí se observa un crecimiento sostenido del mercado informal de ropa nueva y usada, cuya regulación ambiental es prácticamente inexistente.
Sudamérica no solo produce, también consume. En los últimos años, el continente ha experimentado una rápida expansión de tiendas de ropa económica, impulsadas por plataformas digitales y cadenas internacionales. Este fenómeno promueve un consumo desmedido: se adquiere ropa barata, de baja calidad y corta duración, lo que acelera los ciclos de desecho.
En ciudades como Santiago, Buenos Aires o Lima, los vertederos reciben toneladas de ropa cada semana. La mayoría de estas prendas están hechas con fibras sintéticas como el poliéster, que tardan más de 200 años en degradarse y liberan microplásticos que contaminan suelos, ríos y océanos.
El caso de Chile es emblemático: en el desierto de Atacama se ha creado un gigantesco basural de ropa usada proveniente de Estados Unidos, Europa y Asia. Esta ropa no comercializada termina como residuo en un ecosistema altamente frágil, generando un desastre ambiental de escala continental.
La dimensión social también es clave. Gran parte de la producción textil en Sudamérica se realiza en condiciones informales, sin control ambiental ni derechos laborales garantizados. Talleres clandestinos en zonas urbanas generan residuos, contaminan el aire con partículas tóxicas y muchas veces funcionan con mano de obra infantil o en condiciones de semiesclavitud.
Esto no solo representa una deuda ambiental, sino también ética: detrás de cada prenda barata, hay una cadena de precariedad e injusticia.
Frente a este panorama, se hace urgente repensar el modelo de consumo textil en Sudamérica. La moda sostenible no es una tendencia estética, sino una necesidad estructural. Implica promover el uso de fibras orgánicas o recicladas, fortalecer los circuitos de producción local y garantizar condiciones de trabajo dignas.
Asimismo, los Estados deben asumir un rol más activo, implementando políticas de fiscalización ambiental, promoviendo la economía circular y educando a la población sobre el impacto de sus decisiones de consumo.
La industria de la moda ya no puede ser tratada como un sector "ligero" o superficial. Es, en realidad, un factor de peso en la crisis ecológica global. Y en el caso de Sudamérica, constituye un desafío urgente para quienes piensan el desarrollo desde una perspectiva ambiental, social y ética.
El autor es comunicador social, escritor y medioambientalista
Columnas de YESID MARIACA