De la derrota electoral del MAS a la victoria democrática de los bolivianos
“Una imagen vale más que mil palabras”, esa afirmación antigua, popularizada ya en 1921 por el publicista Fred R. Barnard, siempre es irrebatible.
El mapa resultante de las elecciones generales del 17 de agosto pasado es un discurso completo acerca de lo sucedido: el rojo de Pando y Santa Cruz, el amarillo de Beni y Tarija, y el verde de Chuquisaca, Cochabamba, La Paz, Oruro y Potosí –llamativa coincidencia en la reproducción de la bandera cuyo día se recuerda precisamente el 17 de agosto– borraron del territorio boliviano al azul por decisión soberana de la ciudadanía, en las urnas, en una jornada que demostró la apuesta de los bolivianos por la contienda electoral como vía para el encuentro de las soluciones a los problemas que les aquejan.
Ese mapa tricolor es la evidencia de la derrota electoral del MAS. No pudo haber sido de otra manera ante la conciencia ciudadana sobre las causas de la situación catastrófica del país: la pésima gestión masista prolongada por casi veinte años y el cinismo con el cual sus representantes lucieron el amplio abanico de sus abusos.
El resultado de la votación fue inesperado, por mucho. Muy pocos lo vieron venir, revelando esto un limitado y generalizado alcance de comprensión de la realidad que, entre otros factores, se debe al déficit de empatía con los compatriotas que conforman los sectores que le dieron la primera mayoría a una opción casi desahuciada porque se armó con muchas dificultades y no tuvo un gran despliegue de campaña.
Sí, a esos sectores que votaron militantemente por el MAS en busca de reconocimiento e inclusión, al principio con ilusión y convicción, después acicateados por prebendas y, finalmente, obligados bajo amenaza de sanción. En todos los casos, corporativamente, sin ser ciudadanos todavía.
Tal hecho encuentra explicación en la falta de contacto consciente con las personas que integran eso que muchos denominan “bloque nacional popular”; sí, en esa lejanía, objetiva y subjetiva, que han mantenido los aspirantes a la función pública electiva, sus “gurúes” en materia política electoral, los especialistas de alta capacidad teórica y los simples interesados en la política, de estas personas que finalmente han definido al ganador de la primera vuelta que logró ese resultado no por casualidad, sino como efecto de una estrategia genial que es importante analizar.
En los votos de Paz Pereira, más allá de él mismo, se revela la actuación de operadores políticos de larga trayectoria, poseedores de mucha intuición y sentido de oportunidad labrados a lo largo de una experiencia muy rica, con base además en muy pocos escrúpulos morales, ratificándose en la práctica la validez de las célebres consejas de Nicolás Maquiavelo.
Se trata de antiguos militantes que tienen en su haber el logro de sus objetivos a través del posicionamiento de consignas a su favor vía su extraordinaria influencia con sectores sociales importantes. De ellos se establece que el reclamo de “renovación” tiene razones pero que de ninguna manera invalida aquello de que “el diablo sabe más por viejo que por diablo”.
Así se llega a la derrota electoral del masismo veinte años después. Esta es una muy buena noticia pues es la premisa que abre la posibilidad de recuperación de la democracia, sea cual sea el resultado de la segunda vuelta de octubre próximo.
Y es necesario reiterar: “abre la posibilidad”, pues la recuperación de la democracia es un camino cuesta arriba que se debe recorrer cada día durante muchos días, desde la palabra y la obra, individual y colectivamente.
No es una cuestión limitada a la validez de las propuestas teóricas de los dignatarios de Estado, ni del carisma personal de uno de ellos o de la genialidad de algunos hábiles operadores políticos.
Es una cuestión de construcción de ciudadanía como eje fundamental de la cultura democrática cuya antítesis es la cultura autoritaria, esa que descansa en caudillismos de cualquier tipo que tienden a desembocar en mesianismo, sin remedio, y, por consiguiente, en abuso de poder.
Requiere vitalmente el combate al corporativismo, ese ingrediente del populismo, hermano del fascismo, multiplicador de reyezuelos opresores de los individuos, la superación de que “todo vale” y la justificación de los medios con el fin. Requiere el fin de la impunidad.
Es una apuesta por la ciudadanía que hace libre a toda persona, sujeto de derechos y deberes, igual a todas las demás en tal dignidad.
Es una lucha constante contra la corrupción y la demagogia, por la honradez y la verdad.
Es un largo camino, como el recorrido por María Corina Machado en Venezuela, cuya victoria electoral del 28 de julio fue el desemboque de una sucesión de avances en años de labor por la democracia y, por tanto, no es sólo electoral; es política, pues garantiza que a la caída del régimen narcodictatorial terminará la pesadilla horrorosa de veintisiete años y se inaugurará el tiempo de libertad.
Que la tentación totalitaria no vuelva a Bolivia. Que cada demócrata haga su parte.
La autora es abogada
Columnas de GISELA DERPIC