La dama de negro que lleva a taxistas al cementerio

Cultura
Publicado el 14/09/2018 a las 0h00
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Jackeline Rojas Heredia

No es difícil imaginar la cantidad de historias que las paredes antiguas de esta ciudad guardan. Es posible que no exista un solo lugar en sus calles donde no se desarrollaran, en otro tiempo, hechos y situaciones que, enriquecidos o no por el imaginativo popular y por los años, queden en la memoria de aquellos a quienes impresionaron y de las generaciones que los heredaron.

 

Éste es uno de tantos casos.

Lo cuenta don Ubaldo, con canas brillantes en su poblada cabeza y casi 40 años de trabajo como transportista.

“Sucedió que con el afán de ahorrar, usted sabe, cuando uno es joven y forma una familia, me puse a trabajar en doble turno. En ese entonces, el taxi que manejaba era prestado; ahora ya soy dueño de dos.

Era una noche muy fría, un mes de junio, si no me equivoco. Había poco pasajero y las calles estaban vacías. Le estoy hablando de hace como 40 años atrás.

Yo manejaba por las calles buscando pasajeros y así llegué cerca de lo que ahora es la avenida Aroma. Entonces, veo una mujer joven, delgada… No le vi bien el rostro, pero podía asegurar que era bella por la forma de su cuerpo; algo alta también, me pareció.

Ni bien la vi a la distancia empecé a conducir muy lentamente, mientras me preguntaba ¿qué podía hacer una mujer sola caminando a oscuras calles desiertas y además a esa hora?

Me parece que ya había pasado la medianoche. Sí, eso mismo.

Pues me acerqué con el taxi despacito y, ya junto a ella, le ofrecí llevarla. Me pareció que me respondió con una sonrisa. Le digo esto porque estaba oscuro y, además, ella vestía de negro, y tenía también el cabello oscuro y largo que le cubría la cara.

No recuerdo si me habló o sólo me pareció, pero ya estaba dentro del vehículo en el asiento trasero.

Recuerdo que traté de ver su imagen por el espejo retrovisor. Era como una obsesión, me sentía inquieto e intrigado. Me pasaban miles de cosas por la cabeza. Usted sabe, el diablo no duerme, y una mujer sola y joven a esa hora es siempre una tentación. Sin embargo, me sentía muy confuso, me costaba creerlo.

No recuerdo su voz, pero me pidió llevarla al cementerio. No quedaba lejos, pero algo extraño me impedía avanzar con más velocidad. Manejaba y manejaba, igual que cuando sientes los pies pesados o tienes una pesadilla de la que no puedes despertar, así yo no podía avanzar.

Al final, llegamos a la puerta del cementerio. Recuerdo que sentía en ese instante un fuerte dolor de cabeza. Así que, resignado a no proponer nada a la chica, le dije cuánto me debía. Ella extendió el brazo y me alcanzó unas monedas, y se bajó del vehículo.

Encendí el motor y empecé a avanzar. Quería salir pronto del lugar, pero me asaltó la duda. Quizá esa extraña me estaba engañando y me había pagado menos. Así que me detuve a contar lo que tenía en la mano, cuando en eso que cuento y las monedas se transforman en dedos sangrantes. Un instante, no se cuánto duró, pero recuerdo el frío que me atravesó la espalda e instintivamente voltee a mirar atrás. La figura estaba ahí a las puertas del cementerio, pero no era una mujer, era un esqueleto vestido de negro. La impresión fue tan fuerte…

No sé bien si grite,¿o escuché mi propio grito? No sé qué paso, pero amanecí cerca de un botadero de basura y con la nariz sangrando, muy lejos del cementerio.

Al despertar, estaba tan atontado… era como si me hubiesen golpeado. La cabeza a punto de estallar, los ojos me dolían, tenía mucho frío y, lo que es peor, sin dinero nigasolina. Como pude caminé. Para mi suerte encontré a un amigo taxista como yo; él me llevó a una farmacia y luego a mi casa. Mi mujer se enfureció. Me dijo que me había ido de farra y me había gastado toda la plata, pero yo sé que la dama de negro me quiso llevar.

Sabe, señorita, desde entonces que me da algo de miedo trabajar de noche. Trato siempre de no pasar por lugares alejados, y nunca más paso y ni pasaré de noche por el cementerio”.

 

Otra versión

“Doña Olguita, la novia bella que aguardaba el retorno de su enamorado, hacía pasar el tiempo sentada en el balcón de su casa y contando con los dedos de la mano cuántas parejas acudían al cine “Aguirre”, uno de los más antiguos, junto al “Rex”. Ambas salas actualmente desaparecidas.

El “Aguirre”estaba donde ahora es el mercado de comidas de la 25 de Mayo.

Volviendo a la historia, doña Olguita, la jovencita de 15 de aquellos tiempos, compartía ciertos cuentos y chismes con las criadas que complacían sus caprichos.

Una vez, en el afán de observar a parejas de enamorados, Tomasa, una de sus criadas, le contó lo que le había sucedido a un noviecito suyo. Gualberto. Sí, así se llamaba. Era un joven taxista que solía aguardar a la salida del cine a las parejas o familias para ganarse unos pesos. Tomasa coqueteaba con él y la muy ladina (así la califica la relatora) le preparaba, a escondidas, unas empanadas de carne; claro, con las cosas que robaba de la despensa de mi casa.

Bien, me dijo que su Gualberto se había quedado a la última función. Era una noche extraña, con vientos fríos, y parecía que iba a llover. Me acuerdo de eso porque era la época para cosechar mandarinas y no solía ventear en las noches.

Esa noche, el Gualberto no había tenido suerte, poca gente fue al cine y de repente se puso a caminar con su coche por las calles, cuando se encontró con una chica guapa vestida de negro.

La muchacha subió a su coche y le pidió que la lleve al cementerio. El chico, embelezado por la belleza de esa extraña –hasta el último la Tomasa le recordó celosa el asunto (ríe)–, accedió gustoso a llevarla.

Cuando dice, pues, que el Gualberto, bandido como era, le había propuesto encontrarse con ella (la chica de negro) al día siguiente, y la chica aceptó.

Entonces, habían llegado a las puertas del cementerio, cuando la joven se bajó del coche y el Gualberto, entre dudoso, le pide que le pague el pasaje. La chica abrió su bolso y le alcanzó una bolsita llena de monedas. El taxista intenta contar para darle el cambio, pero la muchacha le pide que se quede con la bolsa entera.

Cuando ya se iba, dice, le dominó la curiosidad y ahí abre la bolsa y sólo encuentra unos dedos llenos de sangre.

Con el susto, el pobre del Gualberto se quedó paralizado y se perdió durante muchos días. Dice que vagaba por las calles como un loco. La Tomasa le preparó unos brebajes especiales. ¡Qué no sabía la imilla ésa!

 

La viudita de los transportistas

Las versiones sobre “la aparecida” son diversas, unos le atribuyen hasta un bebé en sus brazos. Lo cierto es que todas ellas tienen elementos comunes: una mujer joven vestida de negro que camina sola por las noches y que sólo se les aparece a los taxistas y les pide que la lleven al cementerio. Sin embargo, los transportistas interdepartamentales también tienen su propia “viudita”.

Juan Carlos maneja un bus que lleva pasajeros a Colomi, Corani y Villa Tunari. Su padre, antes que él, manejaba el mismo bus pero con ruta a Punata y Toco.

Él cuenta que una madrugada apareció el padre con la ropa desgarrada y con el rostro ensangrentado. Como era de suponer, su familia pensó que había sido asaltado, pero el vehículo y el dinero ganado estaban intactos.

El señor –cuenta Juan– se enfermó por semanas y había perdido el habla. Según su madre, el papá de Juan no dormía por las noches, y cuando lo hacía, tenía pesadillas que le provocaban un sangrado continuo de la nariz. Fue entonces que un tata (curandero) le había hecho una limpieza y había pedido el retorno de su alma.

Cuando el señor se recuperó, contó que tuvo un encuentro extraño en el camino de regreso a Cochabamba con una mujer de negro, quien, en recompensa por haberla recogido, le dejó una bolsa con mucha fruta, pero en lugar de la fruta el señor había encontrado restos de una calavera.

Otros dicen que “la viudita” ofrece una bolsa de joyas en oro, pero que sólo son huesos que luego de ser vistos desaparecen, porque cuando sus “víctimas” reaccionan del encuentro nunca hallan ni la bolsa, ni los huesos.

 

¿Quién era o quién es la mujer de negro?

Muchas de las historias de aparecidos tienen como fuente una creencia muy arraigada entre la gente del pueblo. Según cuentan, todos los fantasmas, duendes o aparecidos son personas que vivieron en otro tiempo y que, en muchos casos, sufrieron una muerte trágica.

Si partimos de esta teoría, también podemos rescatar la explicación que de manera casi similar dan los protagonistas de las historias.

Cuentan que hace mucho tiempo existió una pareja de recién casados; la esposa no pasaba desapercibida por su belleza y juventud. Un día, los cónyuges fueron invitados a una fiesta a la que asistieron contentos, para socializar con sus vecinos. Pero ignoraban que varios de ellos, guiados por la envidia y el deseo de poseer a la esposa, habían planeado emborrachar al marido para luego quedarse con la joven.

Sin embargo, el plan no funcionó y los bandidos terminaron asesinando al esposo, por lo cual fueron encarcelados. Pero la mujer no pudo recuperarse del trauma y solía buscar a su esposo vestida de negro todas las noches en el cementerio, hasta que terminó muerta de tristeza. Esa mujer solitaria es la acompañante nocturna de los taxistas.

 

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Un susto para siempre “Des­de en­ton­ces que me da al­go de mie­do tra­ba­jar de no­che. Tra­to siem­pre de no pa­sar por lu­ga­res ale­ja­dos, y nun­ca más pa­so y ni pa­sa­ré de no­che por el ce­men­te­rio”.
Archivo

“LA VIUDITA”

Una bella dama vestida de negro

Así la llamaron. Uno, porque se vestía de negro, y otro, porque su ruta era el cementerio. Esta extraña sólo se presenta a los varones, de preferencia a taxistas o transportistas interdepartamentales.

Los hombres que la llegan a ver, caen en la tentación de llevarla y, además, se obsesionan con ella porque creen descubrir una bella dama, pero jamás le ven el rostro.

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