El fútbol en EEUU busca un nuevo rumbo
Gary Silverman
Para mí, el punto más bajo del deporte fue hace años en Secaucus, una ciudad costera en Nueva Jersey, que quedaba a unos 20 kilómetros de la ciudad donde estaba viviendo. La temperatura había bajado a 15 grados bajo cero y el viento gélido nos estaba azotando. Estas condiciones dejaron de afectar a nuestros hijos una vez que comenzaron a jugar, pero los padres nos seguíamos muriendo de frío. Era nuestro destino como “padres futboleros estadounidenses”.
Se había vuelto nuestro ritual de los fines de semana. Despertábamos a nuestros hijos, los echábamos al coche y los llevábamos a donde tuvieran que ir para jugar “soccer”, el deporte que en todo el mundo se conoce como “fútbol”.
Éste ha sido el estilo de vida en los suburbios en Estado Unidos durante décadas, despertando esperanzas, especialmente en la comunidad empresarial, de que este país dejaría atrás sus tendencias aislacionistas de deportes y asumiría su posición debida entre las demás naciones amantes del fútbol.
Hay mucho dinero sobre la mesa para aquellos que quieren ver este resultado: los medios, que están intentando vender publicidad; las marcas de consumo como Coca-Cola y Nike, que desean difundir sus mensajes de mercadeo a través del mundo, y los grandes intereses futbolísticos que quieren participar en la economía más grande del mundo.
Sin embargo, las esperanzas de los seguidores del fútbol estadounidense se han desvanecido una vez más. Este mes, la selección nacional de hombres de Estados Unidos falló en su intento por calificar para la Copa Mundial, perdiendo 2-1 ante Trinidad y Tobago en su último partido de clasificación. Cuando comience el campeonato mundial de fútbol el próximo año en Rusia, Estados Unidos no jugará por primera vez desde 1986.
Este resultado no habría podido ser peor para el deporte. Si alguna vez hubo un momento para que el fútbol pudiera ocupar un lugar central en Estados Unidos, éste era el momento. El espacio de expansión ha sido creado por la mala suerte que asola al deporte de fútbol americano, que hace mucho tiempo suplantó al béisbol (un elegante juego demasiado relajado para las generaciones recientes) como el pasatiempo nacional.
Existe evidencia contundente de que el fútbol americano está dañando los cerebros de las personas que lo juegan. Los fanáticos como yo, que crecimos deleitándonos en la violencia de sus choques, estamos teniendo dudas y alejando a nuestros niños del juego.
Para colmo de males, el presidente Donald Trump ha pedido que los aficionados abandonen los partidos de fútbol americano profesional cuando los miembros de los equipos se arrodillen durante el himno nacional para protestar la violencia policial contra los afroamericanos.
La Copa Mundial de fútbol del año próximo prometió brindar alivio a los aficionados al deporte que buscan entretenimiento escapista, pero sin un equipo estadounidense en la mezcla, las transmisiones en la red Fox Sports de Rupert Murdoch seguramente tendrán problemas para atraer a televidentes. En el Mundial 2014, las audiencias más grandes de Estados Unidos tendieron a materializarse para los juegos estadounidenses.
El probable “plan B” de Fox es totalmente irónico. Su enfoque se desplazará a México, probablemente el segundo equipo más popular en Estados Unidos, que cuenta con el apoyo de 36 millones de personas de origen mexicano en el país. Como resultado, seguramente veremos cómo la atención de la red de Murdoch se enfoca en El Tri, mientras que su amigo en la Casa Blanca, el presidente Trump, intenta construir un muro a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos para detener la entrada de mexicanos.
Tal vez sea necesario que los padres futboleros también hagan un pequeño examen de conciencia. El equipo estadounidense que fue derrotado en Trinidad y Tobago, un país de sólo 1,4 millones de personas, estaba compuesto por jugadores más viejos, con muchos nombres familiares de 30 años de edad o más. Ya que hay millones de jóvenes en Estados Unidos que juegan en equipos de fútbol organizado, surge la pregunta de por qué el país tiene tan pocas estrellas masculinas en ascenso en el deporte (no lo olvidemos, las mujeres estadounidenses son las campeonas reinantes del mundo).
Sin duda, hay mucha culpa para todos. Podría ser que Bruce Arena, quien renunció como entrenador nacional después de la derrota, se haya equivocado en sus selecciones y estrategia. Tal vez fue un error que Estados Unidos enfatizara el desarrollo de jugadores en la Liga Mayor de Fútbol (MLS), su propia liga nacional, en lugar de enviarlos a las escuelas de fútbol en Inglaterra, Alemania, Italia y España. Las autopsias indudablemente persistirán hasta que el equipo estadounidense encuentre su rumbo.
Me pregunto si los padres futboleros como yo podríamos haber hecho las cosas de manera diferente. Tal vez podríamos haber hecho más para ayudar a los niños pobres a jugar en las ligas juveniles. Tal vez deberíamos haberles dado a nuestros hijos más espacio para descubrir sus pasiones deportivas. Cuando yo era niño, colgaba mi guante de béisbol en el manillar de mi bicicleta Stingray y buscaba acción. Mis hijos carecieron de una latitud similar.
Mirando hacia atrás, sospecho que cometí errores. Mi única excusa, como me decía a mí mismo en esa fría línea de banda en Secaucus, era que lo estaba haciendo por amor.