Navidad boliviana el reencuentro de Cristo y el sol
Infinidad de culturas han contribuido a la celebración casi mundial de la Navidad. En su momento, antes de la mercantilización de la fiesta, diversos rituales, de muy diversos orígenes, confluyeron en renovados encuentros populares. Hace cerca de 1.400 años, el catolicismo, vía inquisición, impuso la magnificente figura de Jesús el Cristo a las milenarias celebraciones dedicadas al sol. Sin embargo, bien podría decirse que el Cristo y el sol se hicieron uno en la memoria universal. Sucedió también así en las festividades de un lugar culturalmente tan diverso como Bolivia.
Eso recuerdan investigadores como Julia Helena Fortún, Pedro Callisaya o Rubén Santa Cruz. “‘Yo soy la luz del mundo’, dijo Jesús el Cristo y el sol es a su vez la luz del mundo —recuerda Santa Cruz—. A esa luz misteriosa y divinal recordaban, con sus respectivos nombres, sin que necesariamente sea un acto de ateísmo o de credulidad, sino de sus particulares conocimientos. Junto a esa figura central también se recuerda la de la Madre Divina o Madre Celestial que era anunciada por asirios y egipcios en rituales celebrados durante el solsticio. El nacimiento de la energía de la vida, de la vida misma”.
En ese escenario global, sabido es que en el Alto Perú la adoración al Dios Sol también fue dominante. Kon Tixi Huiracocha e Inti constituyeron las deidades identificadas con el astro rey.
“Tampoco la religión católica pudo mantenerse al margen de incrustaciones indígenas en los aspectos exteriores del culto —escribe Fortún en su libro ‘La Navidad en Bolivia’—. Aspectos sutiles que sirvieron más bien de adecuados medios de evangelización, como, por ejemplo, música y danza, sin las cuales el indio, en general, era incapaz de concebir el sentimiento de divinidad. (…) Los sacerdotes cristianos, luego de una prolija depuración de los elementos marcadamente idolátricos o eróticos, permitieron la entronización de la música y danzas y otra suerte de expresiones votivas indígenas en diversos actos de celebraciones religiosas. (…) Así encontramos, a través del año católico cristiano, un gran número de festividades, a cuál más peculiares, cada una con mayor o menor predominio de sus elementos originarios: americano o europeo, y en algunos casos también africano”.
CON RITMO AFRICANO
Africanos, sí, pues las tradiciones de aquel continente sumaron tanto por la vía de los esclavos como por lo ya asimilado en Europa. No por nada, las variadas formas de villancicos que se cantan y bailan en Bolivia responden a la clásica percusión de los tambores africanos. Es además, asegura el historiador Juan Angola Maconde, uno de los contados elementos que las culturas africanas heredaron al país. Eso en el occidente boliviano, por ello en La Paz los niños bailan el villancico “negro negrito”, días antes del 25.
Pero, con ritmo parecido, cuentan también las adoraciones de bailes como el chuntunqui, k’ajchito, huachi-toritos y prestes. Con ciertas coincidencias, pero grandes particularidades, a veces entre pueblos cercanos, recorren las calles de diversas poblaciones del centro-sur boliviano para recibir al Niño Jesús. Según los investigadores, precisamente entre Chuquisaca y Potosí es donde la confluencia de un sinfín de órdenes religiosas y culturas enriqueció más que en ninguna otra región a estas tradiciones.
“En poblados chuquisaqueños como Sopachuy y Mojocoya los niños, con el acompañamiento de charangos y percusión, bailan el k’ajchito para adorar al Niño —explica Callisaya—. En compensación reciben chocolate con buñuelos, ya sea de los vecinos o las autoridades.Gracias a un nuevo impulso en los últimos años, no son pocos quienes de jovencitos y ya mayores ‘ascienden’ y aprenden las acrobacias y destrezas del chuntunqui. Lo bailan por la tarde y no pocos se amanecen”.
Y así como sucedía hace más de dos milenios, antes de que la Iglesia fije como fecha festiva el 24-25 de diciembre, hay en Bolivia celebraciones ampliadas o distintas. En algunos municipios del occidente no sólo se celebra el nacimiento de Jesús la noche del 24, sino que se extiende hasta enero. En varias poblaciones del norte potosino y en la propia capital, como adoración al Niño se organiza el preste. Por turno y mérito, familias distinguidas y agrupaciones juveniles organizan bailes y sirven buñuelos con chocolatadas y comida de manera generalizada a lugareños y visitantes.
“Los villancicos suelen acompañar o realizarse en paralelo a las prestes —cita Santa Cruz—. Así como sucede en un sinfín de fechas en La Paz u Oruro, en Potosí, especialmente para Navidad, hay pasantes que organizan fiestas con banda. También hay pequeños carros alegóricos forrados con platería que participan en las procesiones por las calles que culminan en misas. No faltan las chocolatadas ni la comida especial”.
En el valle cochabambino las tradiciones se conservan con más fuerza en municipios como Totora. Allí festejan por tres días al Niño San Salvador. Según ha relatado el investigador Wilfredo Camacho, “el primer día bailan, el segundo confraternizan y se visitan entre familias, y el tercer día es la despedida al Niño”. Mientras tanto, en el entorno dela capital se cantan villancicos acompañados de platillos ch’ullu ch’ullus y silbatos pajarillas.
Tarija

BAILE DE LA FECUNDIDAD
Mientras tanto, en Tarija una tradición milenaria del amor, el erotismo y la fecundidad parece haberse sincretizado con Navidad. Las trenzadas navideñas, según Julia Helena Fortún rescatan ese tipo de rituales lejanos. Bailes similares bien vienen desde la lejana Europa como desde el próximo Chaco. La Iglesia Católica los adaptó al nacimiento, pero, claro, el nacimiento implica también una fiesta de fecundidad superior.
En todos los casos, es común el armado de pesebres que, finalizadas las fiestas, se guardan cuidadosamente hasta el próximo año. Son el resabio de una particular práctica que hace siglos se expandió por el altiplano boliviano y que responde a ritos precristianos que primero se expandieron por Europa. No se precisa su más remota procedencia. Pero, en el siglo II, ya en Roma, algunos grupos sociales armaban pequeñas estatuillas para adoración de deidades no cristianas o de sus allegados fallecidos. Luego las enterraban bajo particulares cuidados.
El historiador Pedro Callisaya recuerda: “En el altiplano, marcados por las imposiciones de la Iglesia, los caciques reunían a la comunidad para los villancicos. Luego, la tradición de armar nacimientos pasó de las casas de los españoles a las de los indígenas. Los hacían de greda y, pasadas las fiestas, los enterraban acompañados de plantas aromáticas. Luego, la iglesia se valió de los ceramistas que, años después, desarrollaron la célebre escuela de los niños cusqueños”.
Según Callisaya, hasta hace unas décadas, una costumbre parecida, pero con figuras hechas de quinua amasada, se realizaba en la lacustre provincia Omasuyos de La Paz. Mientras que en las principales urbes son aún varias las familias que conservan nacimientos que datan de hace tres o más siglos. Es el caso de la familia Bilbao-Llano que en La Paz guarda un nacimiento de 1770”.
SÍMBOLO DEL PODER
Y en la orureña población de Sepulturas, es célebre el nacimiento llamado huarak’aso. Todos los adoradores bailan en torno al Niño de la iglesia de santa Bárbara, con tarqueadas y agitando las huaracas. Las huaracas son una especie de látigos-hondas. Esta tradición coincide con una particularidad del otro extremo del país: en el oriente y la amazonía bolivianos, junto a rondas de visitas a los nacimientos se solían agitar cañas, chicotes o desatar algunas guerritas con frutas cítricas entre los adoradores.
Hoy en el Beni, la danza de los macheteros, realizada especialmente en Navidad, coincide también con ese estilo de celebraciones. Constituyen festividades donde, junto al festejo de la vida sagrada, se anuncia el poder simbolizado en el látigo, la espada o la vara, propio también, según Fortún, de milenarias culturas medopersas y de otros confines del planeta.
Y es precisamente en Beni donde la Amazonía presenta las más ricas variedades de rememoración navideña. A los macheteros, provenientes de la memoria sirionó, se suma el baile de “las Bárbaras”, mujeres que hacen el ademán de disparar flechas al público. Luego, están “Los Herodes” y el baile de los ángelitos, protagonizado por niños que arman alas rústicas sobre sus hombros. Y finalmente, ese día de Reyes, llega el Barco Santo.
Así, suman desde el recuerdo de las míticas amazonas hasta la representación de corte medieval en Los Herodes, pero asentada en la etnia moxeña. Mientras que el Barco Santo, armado sobre un gran carretón, constituye un sumun de mensajes y probable materia de tesis para antropólogos.
Fortún lo describe así: “Arrastran el barco seis parejas de indios, llamados esclavos, que impulsan los palos horizontales colocados perpendicularmente al eje delantero del carretón. Sentados en estos palos van los remeros, los que con su pala de remar siguen el ritmo de la música que acompaña este pintoresco desfile. Los esclavos se pintan el rostro de negro y generalmente se ponen barbas largas. En la parte del pescante va de pie el carretero, y a la vez que hace de jefe del barco lleva en la mano un látigo, simulando castigar con golpes rítmicos a los galeotes que impulsan el barco.
A ambos lados de este personaje, al que también se le llama Rey, se encuentran otros dos llamados ministros. El carro va íntegramente adornado con flores; en el interior del camarote (la parte mas destacada del carro) están las princesas, llamadas genéricamente reinas. Su vestimenta es lujosa (tipoy camba), flores naturales adornan sus cabezas”.
Es la Navidad plurinacional boliviana, cuya variedad y misterios contrastan con la monotonía de la “fiesta” globalizada que promocionan medios y escaparates comerciales.