Relojero mecánico del tiempo
Guery Rivero es, en Cochabamba, uno de los últimos relojeros capaces de reparar relojes mecánicos. Hace unos 50 años había docenas como él en la ciudad. Hace medio siglo, cuando esos aparatos eran todos mecánicos, no se los encontraba en cualquier equipo eléctrico –que, además, eran escasos–, costaban caro y sólo se vendían en relojerías.
Hace 59 años que Guery Rivero aprendió la delicada mecánica de precisión de los artefactos que miden el tiempo en horas, minutos, segundos e incluso en días, pero no solamente, pues existen aquellos que indican hasta el mes y las fases de la luna.
También esos conoce este relojero que sigue ejerciendo su preciso oficio desde que lo aprendió, a sus 17 años. Ahora tiene 76 y el trabajo no le falta.
Sentado detrás de su mesa de trabajo, la lupa de relojero encajada en la órbita de su ojo derecho, una pinza de finas puntas en la mano del mismo lado y concentrado en la maquinaria que está arreglando, el hombre coge una diminuta pieza metálica de un pequeño bote y la pone delante de mis ojos: “Este eje se ha roto”, indica mientras me esfuerzo por distinguir de qué se trata lo que me está mostrando.
DOCENAS DE PIEZAS
Se trata de un trozo de metal gris oscuro, circular, minúsculo –de menos de un milímetro de diámetro. Es una de las 130 piezas que componen un reloj mecánico: “Tornillos, ejes, volantes, engranajes, espiral, áncora, rubíes, volante ruedas: primera, segunda, central, de escape, de trinquete, de agujas, de cañón; tambor, eje de tambor, tornillo, rochete, trinquete, espiral. El espiral es el corazón del reloj”, explica el relojero al describir la parte invisible de esos artefactos que funcionan sin batería y marcan la hora mediante unas manecillas que giran a diferentes velocidades gracias a un conjunto de engranajes y otras piezas. Docenas de piezas que encajan de manera perfecta en el reducido espacio de la caja de un reloj, pulsera, de pared, de mesa. O menos reducido si se trata de un reloj de torre, como el de la Catedral, o el de la iglesia de la Recoleta.
MIL AÑOS
Y Guery Rivero conoce al dedillo esa sofisticada ingeniería que se fue perfeccionando desde hace mil años. Porque fue en plena Edad Media que se inventó el reloj mecánico cuando nacieron los primeros, que se activaban mediante pesos colgados de cilindros y a través de engranajes, rodillos y palancas.
El funcionamiento del reloj es sencillo. Manualmente se le da cuerda y el resorte principal se enrosca almacenando energía cinética. A través del tren de engranajes se transmite la energía del resorte principal hasta llegar al oscilador y luego a las demás piezas, hasta llegar a las manecillas que señalan las horas, minutos y segundos sobre esa superficie plana y circular donde figuran los números o marcas: la esfera.
“Mi papá me enseñó, ya que no podía estudiar, él me enseñó la relojería. He sufrido un accidente, en mi cráneo tengo dos huecos. He pasado colegio muy apenas, ya no podía leer. Leía y me salían lágrimas. Por eso mi padre, como era relojero me ha enseñado relojería, cuando tenía mis 17 años”, cuenta el mecánico de precisión.
“INCALCULABLE”
Desde entonces, muchísimos relojes han pasado por las manos de Guery Rivero. ¿Cuántos? “¡Huy… es incalculable, tantos años, tantos relojes! En la relojería City, donde he trabajado 20 años, arreglábamos por lo menos 10 relojes al día, algunos eran para limpieza, que se hace con una máquina, para eso se desarma completamente, se mete todo en la lavadora y sale limpiecito..
He tenido dos relojerías: una en la calle Sucre, frente al cine Astor y otra en la San Martín, al lado del mercado 25 de Mayo, ahí me fue bien, tenía dos operarios.
Era el tiempo en el que los relojes costaban caro y la gente estaba obligada a llevarlos a hacer arreglar, cuando se estropeaban. Yo tenía bastante trabajo”, cuenta el relojero.
Luego de dos traslados de su tienda y taller, se instaló en su casa, herencia de sus padres.
RELOJERÍA
El cartelito de mediano tamaño instalado encima de la puerta da una nota de color a este patio, detrás de un edificio, en la acera norte de la calle Colombia entre Antezana y 16 de Julio.
Dentro de la relojería, el tiempo parece de otra dimensión. Docenas de relojes, en las paredes, sobre los muebles, en cajones esperan, detenidos.
“No me falta el trabajo, porque lo hago más para otros relojeros, hay cosas que ellos no pueden hacer, por ejemplo, reparar los relojes automáticos, los relojes más finos”, afirma Guery Rivero con cierto orgullo.
Sobre su mesa, uno de mujer reposa encima de un soporte blanco. “Este reloj es de cuando yo estaba aprendiendo relojería. Son relojes que cuando se caen o golpean se les rompe el eje y dejan de funcionar. Entonces yo voy a fabricar la pieza que hay que reemplazar. Voy a hacerla con mi torno de precisión, era de mi papá. Yo soy el único que fabrico piezas”, asegura.
Y parece que su singularidad desaparecerá con él, pues ninguno de sus dos hijos quiere seguir sus pasos. “Ya no es un oficio lucrativo, pero siempre habrá relojes mecánicos y yo puedo arreglarlos”, concluye.
RELOJES
Hasta principios de la década de los 60 sólo existían relojes mecánicos. A mediados de los años 70 se popularizaron los relojes electromecánicos, primero, y electrónicos, luego.
Esa invención se tradujo en una gran revolución en el campo de la relojería porque se consiguió fabricar relojes mucho más baratos y precisos que los de funcionamiento mecánico.