Los príncipes del siglo XXI y su poder real
Son consideradas, por más de un analista y no pocos movimientos críticos como anacrónicas e injustas para el desarrollo social e intelectual del planeta. Sin embargo, 44 monarquías subsisten en el planeta en pleno siglo XXI. Bueno, hay quienes opinan que son 45 si se suma al Vaticano con el heredero del príncipe de los apóstoles y octavo soberano de Roma. En todo caso suman casi el 23 por ciento del total de países. Además se hallan repartidas en los cinco continentes. Hasta ahí, probablemente no deje de sorprender esa todavía notable vigencia de las denominadas familias reales.
Su presencia mediática ha ido copando también todos los espacios de la modernidad. Si bien entre fines del siglo 19 y principios del 20 aún mantenían casi un valor sacralizado, en décadas posteriores sumaron características propias de las novelas del corazón con casos tan sonados como el monegasco o el del inglés Eduardo Séptimo. En tiempos actuales, las familias reales ya ocupan hasta generosos espacios incluso en la prensa roja o la rosa, con escándalos y hasta asesinatos o drogas, que van desde Europa hasta Oriente Medio.
Sin embargo, frente a los números y famas surge una pregunta: ¿cuánto poder real detentan los monarcas del siglo XXI? Es más, su presencia en al menos cuatro potencias mundiales (Japón, Inglaterra y España) y varios países de segundo orden alienta la idea de un peso significativo.
En ese marco, quienes detentan un especial papel resultan los príncipes. En algún caso resultan ya la cabeza de la monarquía y en otros la transición en curso para la pervivencia de estos poderes familiares y hereditarios. De hecho, la propia definición etimológica señala que la palabra viene del latín, “Princeps”, y significa “lo que va adelante”, “lo que va primero”.
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CLASES DE MONARQUÍAS
“Pero, según los órdenes políticos de este siglo y tras las consecuencias también políticas de otros siglos, pareciera que son contados los príncipes que realmente van primero en sus países –ha escrito la analista española Eugenia Aldana-. Es posible definir su papel en varios sentidos. Hay países en donde efectivamente son más importantes, por ejemplo en el Medio Oriente. Allá, el rey tiene un papel preponderante en la medida que las principales decisiones son tomadas por el monarca y rubricadas o influidas por su heredero. Si bien hay un Consejo de ministros, en donde se discuten los temas más delicados y se vota, es en el rey y frecuentemente en el príncipe heredero, a la vez asesor y a la vez validador, en quienes recae toda la responsabilidad”.
Allá la democracia no existe. Destaca en estos casos Arabia Saudita como principal representante de ese modelo, que también se llama Monarquía absoluta. En esa misma línea están Catar, Brunéi, Emiratos Árabes Unidos y Omán. Por ello, bien podría decirse que los príncipes como el saudí Mohammad bin Salman bin Abdulaziz Al Saud sí tienen un significativo poder fáctico y no sólo sobre sus países, especialmente en el caso de las potencias petroleras.
“Menos arcaico resulta el modelo de la monarquía constitucional-sostiene Aldana-. En esta clase de gobierno, el Rey tiene el poder ejecutivo, mientras que el legislativo es ejercido por un parlamento, que generalmente es elegido democráticamente. En Mónaco, Países Bajos, Marruecos, Noruega, España, Suecia, y el Reino Unido funciona así. En la mayoría de estos casos ese carácter ejecutivo asume un valor relativo y casi de rúbrica sobre el poder de los primeros ministros y sus respectivos gabinetes. Sin embargo, en el caso de Mónaco, el poder de la familia Grimaldi que detenta buena parte de la economía del pequeño país (220 hectáreas) hace que el príncipe Alberto sí tenga un definitivo y decisorio peso político en diversas decisiones importantes. En todos estos casos, igualmente, los monarcas son considerados un símbolo nacional de unidad y los príncipes el de la vitalidad y esperanza en un siempre próspero futuro”.
Y, precisamente, un valor aún más simbólico asumen los monarcas de reinos como Dinamarca Luxemburgo, Jordania, Liechtenstein y Japón. Se trata de las monarquías parlamentarias. En ellas, el rey tiene la función de jefe de Estado, pero se debe acoger a las disposiciones del parlamento (poder legislativo). El poder ejecutivo recae en el primer ministro o presidente. Es en este caso en el que el monarca tiene menos poder. Sin embargo, hay igualmente un matiz en los pequeños Luxemburgo y Liechtenstein por razones parecidas a las de Mónaco.
PODER OSCURO
“Mónaco constituye un entramado de casinos, bancos y lugares de recreo donde todo depende de la autoridad del príncipe, existe un gestor y a los sucesores de los Grimaldi de esa manera que el principado sobreviva...”, dice el historiador español Fernando Vallespín. Como toda monarquía pequeña sobre ella, y especialmente sobre la monegasca, recaen sobradas sospechas de lavado de capitales oscuros de todo el planeta. Y mal que mal, sus donairosos príncipes gozan, por ello, de un poder singular.
Sin embargo, si de excepciones se trata, igualmente surge un caso particular: Gran Bretaña. No sólo que el príncipe debe prepararse para ser la jefe supremo de la iglesia anglicana,manejar las relaciones internacionales, expresar su opinión sobre las decisiones de las cámaras legislativas, inaugurar o prorrogar las sesiones del parlamento, perdonar a los condenados por delitos así como ser responsable de nombramientos y rangos nobiliarios. Más allá de esas responsabilidades mayoritariamente simbólicas, surge su figura de presencia imperial en territorios de todo el planeta.
PODER GLOBAL
Como es sabido la monarquía inglesa mantiene la continuidad con el viejo imperio británico a través de la Commonwealth, una mancomunidad de 53 países independientes, pero que cooperan entre sí y tienen una jefatura de estado común, hoy la reina Isabel II.
Entre ellas hay americanas, como Jamaica, Bahamas, Barbados y Canadá. Y también se hallan oceánicas, como Australia, y asiáticas, como la India.
Así, por muy devaluadas que se hallen figuras como las de Carlos de Gales o Guillermo de Cambridge, el hecho de que se hallen a un escalón de ser cabeza de más de una cuarta parte de los países del planeta implica un poder que más de un análisis profundiza en elementos más que simbólicos. Ya a nivel oficial y de las revistas del corazón se informa que el sueldo que anualmente recibe la reina es de 132 millones de dólares y que su fortuna personal en efectivo bordea los 500 millones.
Se le reconocen además otros 30 millones de ganancias por propiedades diversas que le rinden réditos. Sin embargo, “la cadena nobiliaria asociada al tronco real de la reina y los príncipes se engarza con inversiones que se sumergen en los más variados y rentables negocios del planeta y hacen indescifrable su real valor –dice el politólogo argentino Marcelo Gullo-. Denuncias sobre cómo los capitales fluyen hacia inversiones petroleras o armamentísticas han sido emitidas en diversas publicaciones dentro y fuera de las teorías de la conspiración”.
Así el poder económico de las familias reales, y en especial de la británica, agita lobbies que activan botones muy efectivos dentro de las finanzas y de la geopolítica planetaria. Y queda claro que lo propio puede decirse, en progresiva escala de familias reales tan sobrias como las nórdicas o niponas o tan escandalosas como la española.
Por ello también, más allá de la considerada ilógica y tantas veces cuestionada vigencia de familias a las que se les atribuye un poder superior moral y hasta espiritual por sobre el resto de los mortales, su vigencia parece asegurada por varias décadas y, quizás, siglos más. El poder real de los príncipes no parece tener el anémico color azul que se les atribuía a su sangre, sino el verde o el dorado de las dos principales divisas globales.