El acoso sexual a estudiantes y su carta de impunidad

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Publicado el 01/09/2020 a las 12h57
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A Viviana Sánchez (nombre ficticio) le tocó ser alumna de quien se convertiría en su acosador. Cuenta que la pesadilla comenzó cuando el individuo dictaba clases de contabilidad en el curso de bachillerato comercial al que ella acudió. Las clases se hacían pesadas y relativamente complicadas debido a la carga académica. Viviana y su grupo de amigas de la prepromoción resolvieron hablar con aquel docente para que las ayude y flexibilice la presión de las tareas.

“Se portó amable, hasta lo noté algo tímido y nos ayudó –recuerda–. Como nos cayó bien, con el paso de los meses, dejamos de llamarle licenciado y, por iniciativa de una de las amigas, empezamos a tutearlo. Nos dio su teléfono y la posibilidad de que le hagamos consultas por chat. Un día me escribió él con halagos a mis esfuerzos y capacidad. Ni imaginaba lo que se me venía”.  

El acoso sexual obedece a una compleja serie de pulsiones psicológicas que se desatan entre el acosador y la víctima. Así describen el fenómeno varias expertas consultadas. “No es casual que los acosos sexuales se presenten en aquellas etapas donde prima el reconocimiento social, más aún en el sistema educativo, sea escolar o superior. –explica la psicóloga clínica Patricia Candy López– (…) Desde muy temprana edad, identificamos el bien y el mal, lo agradable y desagradable, nuestra moral, nuestro pudor, nuestros límites y límites del otro. Pero cuando esto es abruptamente atropellado, sin haber sido respetado, ¿qué acontece?”.

Viviana recuerda que, inicialmente, aquel profesor la designó entre los líderes de grupos del curso, una especie de ayudantes de clase. “Empezó como a alternar llamados de atención con bromas y a repetirme que si me observaba errores, era porque quería que mejore -recuerda-. Cuando pasaban los reproches me contaba su vida y trataba de saber de la mía. Empezó a incomodarme con sus avances. No sabía cómo reaccionar ni si eso era normal. Vivía sola con mi hermano menor y mi tía y no tenía en quién confiar”.

  • El delito

El acoso no solamente es una conducta inapropiada, es un tipo de violencia y, por tanto, una figura delictiva. La definición bien puede hallársela resumida por la Agencia de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef): “Es toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, los tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo”.

La experiencia de Viviana coincide con varias de las características que López cita sobre el fenómeno. “El agresor buscará tener el control –describe la psicóloga clínica–. Por tanto, atacará iniciando muchas veces de manera sutil, hasta conseguir la confianza de la víctima, incluso si es posible conquistarla emocionalmente para acceder a propuestas cada vez más íntimas para luego gozar con el sufrimiento de la víctima. El bajo control ante frustraciones, baja autoestima, la irritabilidad desproporcionada que emergen sin motivo justificado, desconfiado del entorno, envidia, distorsiones cognitivas que justifican su proceder. De la misma manera la víctima, asume como primera instancia sentimientos de culpabilidad, donde incluso disculpa a su agresor por las confusiones emocionales del momento, su autoestima se encuentra lastimada”.

Viviana asegura que en determinado momento se vio sometida psicológicamente por el acosador. El individuo empezó a pedirle mayor apoyo con la materia en las clases y luego de ellas. Más adelante, en las oportunidades en que se quedaban a solas solía invitarle golosinas y hasta compraba algunos alimentos. Sin darse cuenta, ella le había confiado desde su historia personal y familiar hasta sus aspiraciones. Y también sabía que entre el profesor y su esposa había desaparecido la chispa del amor y que estaban pensando en el divorcio.

“En una oportunidad le di a entender que lo consideraba mucho mayor que yo y que solo le podría tener el cariño de un papá, no de un enamorado -recuerda-. Se quedó frío, como golpeado. Luego cambió de actitud e hizo bromas. Pero reiteró su conducta varias veces como si yo no hubiese sido clara en aquella oportunidad. Les conté la situación a dos de mis amigas y, cuando podían, me acompañaban. Pero él, al advertirlo, se dio modos para porfiar. Empezó con la manía de abrazarme cada vez que me pedía disculpas o me expresaba que me ayudaba por mi bien”.           

  • Los riesgos y las claves

¿Cómo se debe enfrentar la amenaza del acoso sexual? Elizabeth Machicao, la directora de la Casa del Adolescente, da varias pautas: “Es algo que también se aprende, debemos enseñar a aprender a gestionar el acoso sexual en todas las edades y todos los ámbitos, entre algunas acciones básicas. Para prevenir el delito sexual, un primer paso consistiría en instruir a las personas en la naturaleza y el alcance de estas agresiones, en el perfil del delincuente y en su modus operandi. Contárselo a alguien de confianza. Acudir a organizaciones especializadas o grupos de apoyo. Intentar cambiar las sensaciones de culpa o vergüenza: el acosador es el que está haciendo algo mal, jamás la persona que sufre el acoso”.

Viviana recuerda la peor etapa de su experiencia. El docente empezó a tantearle si en algún fin de semana podían ir a revisar los trabajos a un lugar más cómodo y hasta a una especie de día de campo. Cuenta que el profesor forzó un beso entre ambos, que ella le rogó que no se repita esa situación y que se aleje. Ante el creciente rechazo empezaron las amenazas.  

“Un día me preguntó si mi tía o alguien ya sabían de ‘lo nuestro’ y me indigné gritándole que no había nada entre los dos –recuerda la víctima-. Él reaccionó recordándome todo lo que me había ayudado y asegurando que se daba cuenta que yo, en el fondo, aceptaba la relación. Luego, lloró, suplicó y dijo que me amaba. Le hablé con calma, le pedí que me entienda y me salí. Acabó el año escolar, durante las vacaciones empecé a enamorar con un muchacho, y entonces aquel profesor reapareció más obsesivo aún”.   

  • El delincuente

Machicao describe ciertos rasgos repetitivos que indican la posibilidad de que estamos en presencia de un acosador sexual: “Son personas que utilizan la sensación de poder como una estrategia para reducir sus sentimientos de inferioridad e inseguridad, empleando el poder de forma negativa, se sienten más fuertes. Presentan una personalidad basada en la obsesión: tienen una inmensa necesidad de dominar, controlar y clasificar. Presentan una autoestima deteriorada sintiendo envidia hacia las personas que tienen aquello que ellos desean: son muy pesimistas y la vitalidad de los demás le señala sus propias carencias”.

La directora de la Casa del Adolescente añade que estos individuos, para aumentar su autoestima, necesitan destruir y conseguir que sus víctimas se rebajen. Provocan en sus víctimas el sentimiento de culpabilidad. Presentan una personalidad irritable y agresiva, bajo autocontrol, ausencia de empatía y tendencia a las conductas violentas y amenazantes.

“Hacían llamadas al celular de mi tía y le hablaban cosas terribles de mí –recuerda Viviana-. A mi enamorado le llegaban varias veces al día llamadas y mensajes en los que le decían que era un cornudo. El profesor escogía además lugares y horas precisas para aparecer ‘casualmente’ y saludarme. Eso durante varios meses, incluso cuando volvimos a clases. Un día apareció mientras yo bajaba la avenida Tejada Sorzano y quiso forzar un abrazo. Grité, empecé a golpearlo. Apareció un señor que le llamó la atención. El profesor le desafió a los puños. No sabía que era un jefe policial que ese día había salido vestido de civil. Tuve suerte”.      

El caso de Viviana marca una constante en Bolivia en cuanto a los escenarios más frecuentes para las agresiones de este tipo. “La familia y los centros de formación académica escolar o universitaria figuran como lugares seguros y de cuidado, siendo los más inseguros lamentablemente –dice López–. Así lo comprueban nuestros datos obtenidos hasta el momento con 19.777 casos, según el registro anual de violencia sexual (Plan de Acción contra los Feminicidios y la Violencia machista, 2019) y registrado en un 3 por ciento específicamente como acoso sexual en Santa Cruz en el año 2018”.

La especialista aclara que todo aquel educador de todo niño, adolescente y joven será considerado responsable por aquel estudiante escolar o universitario. Añade que se agrava el delito en caso de que se atente haciendo uso del poder que se tiene sobre ellos. Sin embargo, las expertas consultadas coinciden en las graves dificultades que surgen en Bolivia a la hora de abordar el acoso contra los más jóvenes.

  • La reacción social

“El acoso sexual contra niños, niñas y adolescentes en Bolivia es un problema que genera reacciones y actitudes contradictorias –reflexiona la activista y abogada Julieta Montaño–. A la inicial indignación y dolor que puede causar en las familias el saber que su hijo o hija menores fueron acosados sexualmente, le siguen la vergüenza y el miedo al qué dirán. Razón por la que en muchas ocasiones no denuncian o, si lo hacen, no persisten hasta el final. En los casos en los que la víctima no es hija o hijo, surge la duda sobre la veracidad de su testimonio, más si se halla en una situación socioeconómica inferior al agresor. En sectores populares causa irritación que puede llegar hasta la agresión física contra el presunto autor, pero tampoco acuden a la justicia por los costos en tiempo y dinero”.

Montaño, López y Machicao coinciden en la urgencia de que se trabaje en la educación y en la información para abordar y conjurar debidamente el fenómeno. “La mejor forma de enfrentar es hablar del tema sin banalizar –dice Montaño–. Escuchar y tomar en serio la palabra de la víctima, intervenir y frenar conductas que pueden ser vividas por niñas, niños o adolescentes. Se deben desarrollar acciones de prevención en la casa, la escuela y toda la sociedad. Se requiere del compromiso efectivo de la población adulta y de las autoridades para prevenir el acoso sexual”.

Viviana cuenta que logró escarmentar a su agresor gracias a las circunstancias fortuitas de aquella tarde y varios días posteriores que le trajeron duras consecuencias. Nunca más apareció. Sin embargo, lamenta el no haber tenido los recursos, el tiempo, el apoyo ni, finalmente, el carácter para procesarlo.    

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