Cómo ir a Pando y quedarse
// Texto: Wilson García Mérida
Fotos: Sol de Pando //
En la década de 1990 a nadie se le ocurría convertir en eslogan partidista la idea del “vivir bien”. Es algo que todo boliviano anhela desde que la patria se hizo libre del colonialismo español. Dos siglos después de aquella Independencia, cuatro cholitas aymaras vendedoras de hortalizas en el mercado El Tejar de La Paz encontraron el camino del paraíso perdido: desembarcaron en Pando cargando papas y cebollas, y hoy una de ellas, Carmela Apaza Rondán, es la concejal más votada en el municipio de Cobija. Sus polleras y mantillas de chola paceña, adaptadas al clima amazónico, son de seda fresca y suave.
En Cobija, conocí a Carmela Apaza a fines de 2010, cuando la entrevisté para Sol de Pando. Vestía su pollera —larga y densa— a la pura usanza de las mujeres aymaras de La Paz, y una blusa blanca de mangas cortas sobre la cual descansaban sus trenzas negras. Nació en La Paz el 20 de septiembre de 1962, de padres aymaras que habían migrado al gran Chuquiago desde Warisata.
Nos hizo pasar a su puesto del Mercado Abasto, una caseta espaciosa que lucía su abundancia multicolor y prolijamente ordenada con latas de conservas, bidones de aceite, sacos de arroz y quinua, fideos, especias diversas y otras decenas de comestibles que llenaban la canasta familiar diaria de los habitantes de Cobija, todo llevado desde el mercado 16 de Julio de El Alto, proveniente de los puertos chilenos. Sus vecinas en ese callejón eran cholas paceñas como ella, también vendedoras de comestibles, además de verduras y frutas, ropa, juguetes y abastos mil. Algunas eran orureñas y otras cochabambinas. Vivían allí 10 años antes de que llegara el “proceso de cambio” a Pando.
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ANTIGUA PRESENCIA ANDINA EN COBIJA
No es cierto que el Estado Plurinacional propició la migración andina hacia esta parte de la Amazonia boliviana; otra cosa es que el neoestalinismo intentó forzarlo sangrientamente por razones electorales.
Los andinos caminan por Pando desde antes de la Guerra del Acre incluso, y el Estado nunca lo supo o fingió no saberlo.
Hay evidencia de que los Pacahuara —nación originaria de Pando ahora extinta por obra y gracia del Estado Plurinacional— masticaban coca yungueña que atravesaba Ixiamas, según anotó el misionero franciscano Nicolás Armentia en sus crónicas de viaje de 1884. Pueblos indígenas amazónicos que aún habitan el Acre en el lado brasileño, como los Huni Kuin, en tiempos de “friagem” visten ponchos similares a los aymaras y entre sus instrumentos musicales conocen el charango.
Se entiende entonces por qué el apellido Mamani es uno de los más antiguos y frecuentes en el registro cívico de Pando, junto con los Alencar, los Ferreira y los Aguada.
Mientras converso con Carmela Apaza en su puesto del Mercado Abasto, su hija mayor, Lissett, una joven muy educada, se encarga de atender a los clientes. En el ambiente flotaban aún los recuerdos tristes de la masacre de Porvenir. Los ojos de Carmela hablaban por ella; sentía miedo, pero al mismo tiempo estaba decidida a no ceder.
Carmela era entonces secretaria ejecutiva de la Federación Departamental de Trabajadores Gremiales, Comerciantes Minoristas, Artesanos, Vivanderos y Gastronómicos de Pando, que aglutina 25 asociaciones con más de 1.500 trabajadores por cuenta propia. Evadiendo hablar del régimen de Morales, en aquella entrevista ella se puso un escudo muy inteligente, hablando exclusivamente de sus preocupaciones gremiales.
Once años después, en vísperas del 83 Aniversario de la Fundación de Pando, volví a entrevistarla. Carmela ya es concejala, elegida en dos gestiones con amplia votación.
ADAPTACIÓN CLIMÁTICA DE LAS POLLERAS
En las elecciones municipales de 2015 fue invitada como candidata a primera concejal por el Frente Para la Victoria (FPV). Logró una cuantiosa votación. Además de los gremialistas, votaron por Carmela sus centenares de clientes, especialmente amas de casa, que se abastecen diariamente en su puesto del Mercado Abasto. La eligieron presidenta del Concejo Municipal. Primera vez en la historia amazónica de Bolivia, una mujer de pollera juraba como máxima autoridad en el órgano deliberante de esta ciudad acreana.
Para el acto de su posesión, se presentó luciendo un traje de chola paceña-andaluz-amazónica radiante. En los comicios subnacionales del pasado 7 de marzo fue reelegida como concejal triplicando su votación del 2015, mediante una alianza de la oposición antievista. Llegó a la posesión vistiendo una mantilla blanca de tela muy delgada como la seda, con encajes y flecos finamente bordados, una pollera larga y liviana color dorado y una bisutería que resaltaba el señorío de aquel típico sombrero de copa tipo Borsalino. Una fusión perfecta y refrigerante, a 32 grados bajo el sol de Pando.
“Soy muy respetuosa de las solemnidades; no sólo en los actos del Concejo Municipal, sino en los desfiles de todas las efemérides procuro, como representante del pueblo, ponerme ropa de gala como corresponde”—explica. “Me cuesta hacer costurar esos trajes porque hay que adecuarlos al clima del Oriente, con más seda, con estampados más floridos a tono con el paisaje amazónico. Mi hija se encarga de escoger los diseños buscando algunos modelos en internet y los manda por whatsaap a una pollerera que nos hace la costura en La Paz…”.
En algunos desfiles se la ve prescindiendo de la mantilla. “A veces es suficiente una blusa de seda que haga juego con la pollera, el calor es terrible acá para las mujeres paceñas que usan mantas de lana en este clima, peor de día”.
CARMELA, SUS TRES AMIGAS Y UN CAMIÓN VOLVO
Carmela Apaza afirma que llegó a Pando por primera vez a mediados de los años 90, durante el gobierno de Sánchez de Lozada: “Éramos cuatro amigas que vendíamos verduras en el mercado El Tejar, que está en la zona del Cementerio, en La Paz; sacamos un microcrédito del Banco Sol. Una de ellas, que era dueña de un camión Volvo, nos convenció para invertir ese dinero llevando mercadería a Cobija. Entonces cargamos papa, cebolla y tomate que comprábamos en Caranavi, y de la embotelladora La Cascada llevábamos también Pet Cola”.
Se llamaban Eulogia, Nieves y María; “Eulogia era la dueña del Volvo”. De las cuatro, sólo Carmela se quedó a vivir en Cobija: “Yo dejaba la mercadería a crédito y tenía que volver para cobrar, yendo y viniendo, al final decidí quedarme y a ellas nunca más las volví a ver”.
Su “casero” más frecuente era un brasileño que se apodaba Careca. “Era un peloncito bien buena gente, me pagaba en reales muchas veces, ya falleció”.
SURGIMIENTO DEL MERCADO ABASTO EN UN LOTE BALDÍO
Al descubrir que los brasileños de la vecindad acreana eran importantes clientes, Carmela comenzó a balbucear palabras en portugués. “Para entender un idioma extranjero, tienes que hablarlo” —dice.
“Los brasileños se esfuerzan cuando vienen a Cobija, tratan de hablar español para entendernos, y lo mismo nosotros, tenemos que esforzarnos para hablar en portugués. Cuando nos dicen ‘fala para mim patricios’ nos están pidiendo que les atendamos; ‘troca-se dineiro’ es cuando quieren cambiar reales por bolivianos. Después los saludos que son muy fáciles: ‘bom día’, ‘boa tarde’, ‘boa noite’, y ‘obrigado’, que es gracias…”.
Y el aymara, ¿con qué frecuencia y en qué espacios hablan sus paisanas que están en Cobija?, pregunto. Responde ella y se sincera: “Con mucha preocupación puedo decir que veo a los cochabambinos siempre hablando en quechua, en cualquier lugar; pero el que viene de La Paz, me incluyo, casi nunca habla en aymara, poco o nada se escucha hablar el aymara donde ellos van, no escucho. Y si nadie me habla en aymara, tampoco lo hago yo”.
En 1996, el alcalde Samir Makaren prohibió el asentamiento de las vendedoras en las aceras de la avenida Internacional, que las conectaba a pocos pasos con Brasil. Las desalojó trasladándolas unas 10 cuadras más hacia el centro de Cobija, a un lote baldío que había sido abandonado por la empresa petrolera Peti Ray. Ahí surgió el actual Mercado Abasto.
El impacto andino en Cobija es sobre todo poblacional. Según la concejal Apaza, “cuando se haga el nuevo Censo, se va a confirmar lo que vemos todos los días, la gente que hemos llegado del interior somos el 70 por ciento de la población pandina, es un crecimiento de generación en generación. Yo tengo dos nietos que, aunque llevan sangre paceña, son cobijeños natos, ese es el ritmo del nuestro crecimiento poblacional”.
Cuando ella llegó a Cobija a mediados de los 90, la ciudad tenía 15 mil habitantes. El censo de 2012 arrojó poco más de 46 mil y hoy se estima una población de bordea los 100 mil habitantes, 70 por ciento de ellos son andinos si nos guiamos por la estimación pragmática de Carmela. Ergo, después de El Alto, Cobija sería la segunda ciudad con mayor crecimiento poblacional en Bolivia. El Censo dará una palabra final.
*El autor dirige el periódico amazónico Sol de Pando y el Servicio Informativo Datos & Análisis. Escribió los libros “Un siglo en Cochabamba: mirando una ciudad desde la Taquiña”, “Historia del Milagro” y “Textos Maternos”.