Industriales en la Guerra del Chaco

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Publicado el 28/02/2022 a las 18h39
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Texto: Lupe Cajías*

Fotos: Archivo

Casi cien años después de la guerra entre Paraguay y Bolivia en el Chaco (1932-1935), quedan sin investigar asuntos relacionados con los antecedentes, el desarrollo y las consecuencias de esa confrontación internacional que sacudió al subcontinente el pasado siglo. En general hubo un interés mayoritario en escribir sobre algunos personajes políticos y militares, el discurso nacionalista o las transnacionales del petróleo.

Primó una visión alentada por autores como Augusto Céspedes que dividieron a los bolivianos entre buenos y malos o la narrativa que difundió el partido más importante surgido después de la guerra, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Un caso distinto fue, por ejemplo, la investigación del historiador Leonardo Jeff sobre la presencia de combatientes chilenos en el frente de guerra apoyando la causa boliviana.

Casi no se conoce el rol de los industriales bolivianos y migrantes para ayudar a la causa boliviana como soldados y oficiales, con apoyos económicos y, sobre todo, como responsables de conseguir vituallas y alimentos no perecederos para los combatientes en el frente de guerra.

Aunque el tema merece una investigación mucho más profunda, presento al lector algunas fichas dispersas encontradas en estudios y biografías cuando reunía material para conmemorar los 90 años de la fundación de la Cámara Nacional de Industrias (inicialmente Cámara de Fomento Industrial, La Paz, 1931).

Un interesante antecedente de los industriales en las guerras internacionales es el del migrante europeo Arturo Posnansky durante la invasión de filibusteros brasileños al Acre boliviano y durante las batallas siguientes. Nicolás Suárez y sus hermanos no fueron los únicos industriales en arriesgar sus fortunas para defender a Bolivia.

Posnansky perdió 11.460 libras esterlinas por entregar su embarcación y otros pertrechos al Ejército boliviano, sin cobrar sueldos ni remuneraciones. El Estado boliviano nunca le pagó lo que él había gastado y fueron inútiles sus trámites tanto en Bolivia como en Europa. Testarudo, volvió a Bolivia, se dedicó a la arqueología, recibió la ciudadanía boliviana. Fue condecorado, lo declararon “Benemérito de la patria”.

           

Los industriales asociados ayudan a la logística

Muchas fábricas fundadas por migrantes en los años 20 ayudaron con la logística. Por ejemplo, la “Said” tenía autorización desde 1926 para fabricar en Cochabamba y en La Paz hilados y de tejidos de algodón (tocuyos, vichís, oxford, kaki, dril, lona, casinete y géneros similares).

Estos migrantes palestinos entregaban telas para el Ejército y la Policía a precios de costo durante 10 años. Los elegantes uniformes de los oficiales, tan característicos en las fotos de los combatientes, estaban originados en la gran factoría paceña.

Dante Salvietti, el joven migrante La Spezia, fue condecorado con la orden de Comendador del Cóndor de los Antes en “testimonio y gratitud nacional por sus méritos y servicios eminentes”. El italiano había puesto a disposición del Ejército boliviano sus afamados productos embotellados y también sus flamantes camiones repartidores, los aguerridos “papayeros”. También daba empleo a jóvenes, algunos de los cuales se escondían entre los quintales de azúcar, temerosos de ser reclutados y dejar a sus familias sin sustento.

Salvietti sentía que simplemente había cumplido con el deber, como tantos otros industriales que habían ayudado al Ejército boliviano en la guerra contra Paraguay en pleno Chaco, al sudeste de Bolivia. La Cámara de Fomento Industrial, que habían creado con otros empresarios, apenas un año antes del estallido del conflicto bélico, había participado con todas sus posibilidades para aliviar a las tropas movilizadas.

El pan Figliozzi llegaba hasta las trincheras en el Chaco junto a algunas galletas; eran esperados manjares. Entonces los soldados comenzaron a llamarlo “pan de batalla”. Con los años sería el símbolo del alimento de los paceños y su precio era el termómetro de la inflación y de las protestas sociales.

Conrado Camarligui, florentino, llegó a Bolivia después de la trágica muerte de sus padres, pues la familia envió a los huérfanos a diferentes lugares. Empeñado en salir adelante, creó la “Empresa Camarlingui” para el transporte de pasajeros entre La Paz y Cochabamba y luego entre Atocha y Uyuni para conectar con el tren internacional que traía pasajeros desde Buenos Aires.

Con esa experiencia, Conrado ayudó al Ejército boliviano transportando víveres desde La Paz hasta los fortines en el Chaco. En la zona de las batallas, no dudaba en trasladar tropas a pesar del peligro de su propia vida y de perder todo el capital ahorrado.

La familia Villa de Sucre fabricaba cigarrillos que llegaban a los soldados en las encomiendas. Eran pocas cajetillas para tantos ánimos ansiosos. Entonces los combatientes se pedían unos a otros: “dame una villita” y quedó la costumbre bolivianísima de compartir un cigarrillo entre varios fumadores.

Otro de los firmantes fundadores de la Cámara de Fomento Industrial, Koester, de la Fundición y Maestranza Nacional, había ido hasta el campo de batalla. Ahí luchó hasta salir con el grado de sargento. Junto con otros compañeros fundó más tarde el Club Hípico Los Sargentos, en Obrajes.

Jorge Stege, el alemán famoso por sus embutidos, sobre todo el jamón y la pasta de hígado, se comprometió con la entrega de verduras, que compraba a los campesinos, que preparaba en escabeche para hacer llegar al frente de batalla: zanahorias, cebollas, coliflores, locotos. El estallido en 1932 obligó a la fábrica a ampliar con urgencia sus inversiones y sus instalaciones por la demanda de alimentos para enviar al frente. Stege logró diversificar sus ofertas. También vendía el famoso dulce de membrillo, igualmente muy cotizado en la población.

Hugo Ernst, el primer presidente de la CFI, también aportó con dinero para la compra del Junker que los residentes alemanes regalaron al Estado boliviano en el Centenario de su fundación. Más tarde, en 1938, su hermano August “Cuto” fue piloto del héroe del Chaco y presidente de Bolivia, Germán Busch, hasta que murió en un accidente en el Sajama.

Domingo Soligno, otro de los precursores de la Cámara Industrial, contribuyó con sus productos a los soldados que acudían al frente de guerra. Las famosas frazadas de la guerra del Chaco fabricadas por Soligno fueron un trofeo de guerra de los sobrevivientes que las heredaron por décadas a sus familiares. Era el recuerdo de las noches más oscuras y de los surazos en Villamontes, cuya humedad a veces era peor que la canícula y la sed. El apoyo de los industriales aliviaba la penuria.

Los industriales, nacidos o no en Bolivia o segunda generación de los migrantes llegados desde fines del siglo XIX, no dudaron en respaldar de una u otra forma a las fuerzas combatientes nacionales a pesar del peligro de cerrar una empresa recién formada.

En las arenas del Chaco se juntaron no solamente combatientes de diferentes clases sociales o de distintas regiones del país sino también hombres de diverso origen. Alguien dijo, en los orines que estaban obligados a tomar los soldados para combatir la tremenda sed, se mezclaban todos sin distinciones sociales o culturales.

Otra empresa de gran importancia para el Estado boliviano durante la Guerra del Chaco fue la Fundición Volcán, creada por el alemán Oscar Obrist y que alentaron posteriormente sus hijos y la familia de Alfred Kuser y Hans Manuel Achbacher. Llegó a tener más de 100 trabajadores y ahí el Ejército boliviano podía fundir piezas o arneses para sujetar cañones o máquinas bélicas.

Samuel Hawson, también fundador de la CFI, invitó a su sobrino, el ingeniero Thomas Lonsdale, a incorporarse a la empresa de venta de vehículos, a cargo de los talleres de mantenimiento. Thomas llegó a Bolivia en 1924. Un año después se casó con Luisa Vázquez Maldonado, la primera paceña en tener licencia para conducir autos y heredera de la fábrica de Sodas Water. En 1926 nació Jorge Lonsdale Vázquez.

Aunque de nacionalidad británica, Thomas fue como voluntario para unirse al ejército boliviano, junto con su cuñado Alejandro. Fue herido al conducir un tanque para el comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia, el general Hans Kundt, quien le sacó la bala con unos alicates. Un inglés y un alemán juntos en las tierras tarijeñas, en una escena difícil de imaginar entre las dos guerras europeas.

Heimbert Hinze, el famoso cervecero alemán que adquirió la vertiente Huari, hizo donaciones para los gastos que demandaba la guerra. Financió una red de espionaje para ayudar a Bolivia. Sus dos hijos Heimbert Junior y Ludwig fueron al frente de batalla. Heimbert Junior recibió la medalla de héroe nacional por su actuación en los voluntarios de Alihuatá- Defensores del Km.7.

El gobierno solicitó la colaboración de los fabricantes de calzados para proveer artículos de uso militar: botas modelo americano, ojotas, bandoleras, cartucheras, cajas para guardar municiones, etc.

En 1932, se formalizaron dos unidades industriales de carácter unipersonal: la “Fábrica de Botas y Calzados Salas” de Miraflores, ocupaba a más de 100 operarios, casi todas mujeres porque los varones partían a la guerra. Producían unos 10 mil pares anuales.

 

La escuela para los huérfanos de guerra

Entre los fundadores de la Cámara de Fomento Industrial, el ecuatoriano Alfredo López Godoy puso la editorial América. López, notable masón fundador de la Logia Illimani Dos, habría de alentar en plena guerra la organización de una escuela para huérfanos.

Desde el inicio de la Guerra del Chaco aparecieron niños de diferentes edades y condiciones deambulando por las ciudades, principalmente en La Paz, pidiendo limosna, cometiendo pequeños hurtos o incluso consumiendo bebidas alcohólicas. Surgió la idea entre los masones de crear un espacio para darles cobijo, pero también educación, atención de salud y una formación técnica, tal como antes habían ayudado al Asilo de Expósitos Carlos de Villegas.

La idea fue debatida, se reunieron fondos y se fundó oficialmente el 10 de noviembre de 1933 con el nombre de Escuela Illimani de Huérfanos de Guerra. La Cámara de Fomento Industrial, cuyo presidente en ese momento era Juan Recacoechea, donó siete mil bolivianos para consolidar el presupuesto de la escuela.

En la iniciativa se encontraron otros industriales. El principal cooperante fue Domingo Soligno, cuya esposa donó los vestuarios para los niños. Otros aportes fueron entregados por Pedro Linale, Enrique Kavlin y Francisco Forno.

La escuela de aprendices, oficiales y maestros pasó por diferentes etapas, desde el esplendor de los años cuarenta con maestros de primer nivel, hasta su decadencia en los años cincuenta, a pesar de la subvención de los ministerios de Educación y de Previsión Social.

Luego se convertiría en la escuela Félix Méndez Arcos en honor a un héroe del Chaco y que hoy permanece como centro de acogida de menores abandonados. Entre las opciones disponibles se encuentran: mecánica automotriz, mecánica industrial, electricidad, electrónica, carpintería y panadería.

Asimismo, en 1935 se creó el Patronato de Menores de Huérfanos de Guerra que funcionó en el Hospicio de Huérfanos San José y que también mereció apoyo de los empresarios.

Fue una empresa fundada en 1922 por Ricardo Dillmann, parte de esa generación de hierro que tuvo que enfrentar en pocos años dos guerras mundiales y una crisis económica al borde de la hambruna. Durante la Guerra del Chaco, la fábrica aportó con la llamada Ración de Fierro (o ración seca) para la supervivencia de las tropas. Por ello después fue reconocida con la medalla del Cóndor de los Andes.

 

La experiencia de un industrial cruceño 

Si la Guerra del Chaco fue un terremoto de larga duración para toda la nación, lo fue aún más para esta zona y para la familia de Ramón Darío Gutiérrez, nacido y crecido en el espacio fronterizo de la guerra con Paraguay.

Cuando se iniciaron los primeros enfrentamientos en 1932, todos los hermanos Gutiérrez volvieron a Bolivia para alistarse voluntariamente; los que estaban en el país acudieron hasta el frente de batalla, vecino a su principal hacienda, en la Provincia Cordillera. Se presentaron Adolfo (33 años), muerto en la batalla; Aurelio (30), asesinado; Oswaldo (26), destinado al hospital; Ramón (25), Pablo (21) y Oscar (18), el más aguerrido, famoso por cruzar hasta las trincheras enemigas. Jesús, el mayor, por ley de la república, quedó a cargo del resto de la familia, pero acompañó la movilización nacional con logística desde sus propiedades.

Aurelio fue baleado por un camarada boliviano, en enero de 1935, después de salir ileso de otros combates con el enemigo. Era comandante del fortín en Cañada Strongest, que marcaría a muchos futuros industriales y empresarios bolivianos o recién llegados. Una noche en la que compartía tertulia con militares amigos, apareció un oficial de más alta jerarquía para colarse a la charla, pero no le dieron cabida. Al amanecer, cuando aún las nubes no despejaban los primeros rayos del sol, sonó un disparo. Aurelio murió desangrado; el oficial desapareció y nunca pudo ser juzgado.

La familia defendía la patria, el departamento cruceño y su propia estancia. El principal pueblo de la región, Charagua, estaba en manos paraguayas. Cuando el Ejército enemigo tomó esa población por dos días, pocos meses antes de finalizar la contienda, estableció el centro de comando de la operación en Itaguazurenda, la hacienda de los Gutiérrez.

Tanto el Ejército paraguayo como el boliviano arrasaron con todo lo que había en la hacienda. Los oficiales del Ejército boliviano dejaron pagarés por el ganado que se comieron, pero el Estado nunca reembolsó un peso. Los herederos de Juan Antonio y de Bernardino Gutiérrez, de Itaguazurenda, de Santa Fe, como otros ganaderos cruceños, aportaron con sus reses a los combatientes.

La escritora beniana Carmen Claure encontró varios nombres de migrantes alemanes y de riberalteños que partieron al frente de batalla. Los establecimientos barraqueros quedaban sin hombres. Emilia Bickel de Hecker, de la Casa Seiler y Cía., organizó a las mujeres para conseguir otros ingresos. También partieron los empleados de la sucursal de la Casa Zoller y Monse, la famosa tienda alemana ubicada en Santa Cruz.

Al revisar los datos acá resumidos es evidente que, a pesar de lo publicado durante este siglo, falta mucho por conocer más el día a día del impacto de la Guerra del Chaco entre bolivianos de todo el país y los flamantes migrantes llegados en el siglo XX.

 

*Los datos son parte de la investigación de José Peres-Cajías y de Lupe Cajías para el libro sobre los 90 años de la Cámara Nacional de Industrias.

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