Samaipata, la piedra sagrada donde danzan las estrellas
Hoy, el prodigio funciona sólo cuando la naturaleza así lo dispone. Hace más de cinco siglos era parte de un extraordinario ceremonial que, sin duda, deslumbraba en la cercanía y sobrecogía en la distancia. Sacerdotes, músicos y artesanos desarrollaban sus funciones mientras empezaban a fluir particulares líquidos sobre las hendiduras. Entonces las estrellas eran reflejadas por una gran serpiente, por un sol, por un cóndor, por tantas figuras talladas en esta roca. Una roca arenisca que corona las primeras montañas de la cordillera, una roca que probablemente fue el centro de una capital multicultural.
“Se dice que en esas acanaladuras, en esos tallados, se vertían líquidos —explica arqueóloga del Centro de Investigaciones de Samaipata Eleana Maldonado—. Si usted, por la noche, va hoy cuando llueve se ve reflejadas las constelaciones como en espejos. Junto a ese fenómeno, provocado entonces, sacerdotes interpretaban cánticos y mantras que en cierto punto vibran con los líquidos en sonidos expansivos por su ubicación. Probablemente los sabios en astrología se acomodaban en puntos específicos, se sentaban y empezaban a entonar instrumentos de viento, percusión y canticos. Quizás hacían una conexión con lo que era lo sagrado para ellos con los líquidos que fluían, volvían, se evacuaban y daban energía y movimiento sobre la roca”.
Probablemente, bastaría esa particularidad para darle la creciente fama que el llamado “Fuerte de Samaipata” tiene. Pero además esta notable piedra enclavada en una montaña ostenta marcas superlativas. Es vastamente conocida, por ejemplo, como el mayor petroglifo del mundo, es decir, la roca tallada más grande del planeta. Se puede admirarla, muy parcialmente, desde unas pasarelas específicamente construidas para esa función. Pero, por sus dimensiones, sólo puede ser observada de manera cabal ya sea desde en una maqueta o en base a un sobrevuelo. Hay quienes proceden al uso de drones y también se ha apelado a helicópteros, para lo segundo.
Fruto de ello, el museo arqueológico de Samaipata cuenta con una maqueta de la gran roca que permite admirar sus ya célebres características. “Las ruinas de la gigantesca estela configuran la parte superior de un inmenso sarcófago que aparece con la cabeza ligeramente ladeada —describe el poeta y escritor Gary Daher—. Mientras en el lugar donde estaría el ombligo se cala un sol de 18 rayos que guarda una rueda de nueve muescas al centro, unido por lo que se asemeja a un cordón que pende de una pieza en forma de traba, que aparece más arriba. Lo más sorprendente es la parte que cubriría los pies, pues se muestra como un promontorio levantado, tal cual estilan los sarcófagos egipcios”.
Única en el mundo
Daher, quien le ha dedicado el libro La senda del Samai al lugar, inicia así una puntillosa descripción del petroglifo. Un petroglifo que no sólo se consagró a nivel mundial por sus dimensiones (250 por 60 metros), sino por sus características de tallado. “La hacen única a nivel mundial —explica Maldonado, quien ha cursado a nivel universitario las carreras de arqueología y antropología—. Es un tallado uniforme, en un solo bloque, donde se mezcla la representación del paisaje del entorno, la fauna, un área suntuaria y una confluencia de símbolos astronómicos que permite marcar calendarios”.
Es una de las principales razones por las que se ha constituido en sitio Unesco. Valga recordar que, en 1998, esta agencia de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura lo declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad. En Bolivia, sólo Tiahuanaco ostenta ese reconocimiento. Pero, a diferencia de aquella mítica ciudadela emplazada cerca del Titicaca, Samaipata recién empezó a ser estudiado y protegido a mediados de los años 70. En esos años destacó la labor pionera de arqueólogos como Carlos Ponce Sanginés, Oswaldo Rivera y Omar Claure.
Por ello, según recomiendan los entendidos, son contadas las obras académicas que permiten una visión global y detallada del sitio. Así lo asegura, por ejemplo, el reconocido arqueólogo Jedu Sagárnaga, quien recomienda la lectura del libro El Fuerte de Samaipata: Estudios arqueológicos, cuyo principal autor es Albert Meyers. Fue precisamente este arqueólogo alemán quien, entre 1992 y 1995, lideró el Proyecto de Investigaciones Arqueológicas en Samaipata. “Llevó a cabo cinco campañas que quedaron, en la historia de la arqueología boliviana, como las más importantes del oriente del país hasta aquel momento”, destaca Sagárnaga.
Una ciudadela estratégica
En el Fuerte de Samaipata, en torno a la monumental roca esculpida, existe una serie de restos arqueológicos correspondientes a una estratégica ciudadela. “Tambos”, es decir, centros de albergue o acopio; “kanchas”, o complejos amurallados; una “kallanka” que podía servir como cuartel o granero, casas, y diversas vías forman el sitio. Y, tal cual señala Maldonado, aún queda probablemente más del 90 por ciento de los restos ancestrales de la zona por descubrir.
El Fuerte de Samaipata se halla en una zona donde convergen variados ecosistemas. Está ubicado a 1.700 metros sobre el nivel del mar. Aquí se inicia la ruta hacia las grandes cumbres o hacia cadenas volcánicas, pero también se halla cerca de diversos valles, así como de las tierras bajas pre amazónicas. Hoy, a contados kilómetros, hay paseos turísticos como un mirador de cóndores o el bosque de helechos gigantes del célebre parque Amboró. Entre la abundante fauna que se observa en la región suman serpientes cascabel, felinos de diverso porte y píos, entre otros. Esa condición, sin duda, le dio en el pasado una gran importancia.
¿Qué hubo en lo que hoy se llama el Fuerte de Samaipata? “Era un lugar de congruencia de muchos grupos éticos —explica Eleana Maldonado—. Llegaban de todos los nichos ecológicos que se puede ver. Allí había mucha gente, mucho movimiento doméstico, no sólo ritual y militar. Había familias, llegaban productos, se hacían trueques en la ‘kancha’ que está cerca de la roca. Ésa es otra de sus grandes particularidades”.
“Todo apunta a que el lugar fue un punto de convergencia, ‘un sitio de encuentro para varias culturas de la vertiente oriental de los Andes y de la Amazonía’”, define Jedu Sagárnaga. En el libro de Meyers se cita la historia del general inca Guacane quien se instaló en Samaipata. Luego logró “traer a su devoción” a los indígenas de los llanos cercanos. El texto señala que obtuvo en particular la obediencia del jefe Grigotá y sus vasallos Goligoli, Tendi y Vitupue.
Más de mil años de historia
Pero mientras eso ocurría a principios del siglo XVI, Samaipata —según señalan los investigadores que escribieron el texto— ya había sido ocupada varios siglos antes. Se han hallado estilos andinos de la cultura mojokoya, lo que significa un tiempo comprendido entre los años 800 y 1000. Varios siglos más tarde, llegaron los incas, luego los chiriguanos y, finalmente, a mediados del siglo XVI, los españoles. Precisamente, se presume que fue en algún momento de la Colonia en que se constituyó en una suerte de cuartel militar. Y ello dio lugar al denominativo que actualmente aún mantiene: “El Fuerte”.
Sin duda, aquel nombre le queda corto al sitio y a su presumible esplendor centrado en su emblemática piedra sagrada. “Considero que antes de la dominación inca era un área de confluencia de culturas —señala Maldonado—. Había gente que residía en el lugar, pero también había un circuito de comercio. Cuando se conversa con los vecinos de la región y municipios aledaños, ellos hablan de los caminos que interconectan con diversas zonas. Estas grandes redes comerciales a las que se denomina ‘los caminos incas’ eran mucho más antiguas y eran usadas por diversos grupos étnicos”.
Durante la colonia y en siglos posteriores, paralelamente a la curiosidad que despierta el enigmático lugar surgió otro fenómeno harto conocido en sitios similares. “Pronto se tejieron mitos en torno a Samaipata que hablaban de tesoros escondidos en sus entrañas —señala Sagárnaga—. Y muchos incautos se dieron a la tarea de descubrirlos causando mayor daño del que la naturaleza misma ha infringido a su frágil estructura de arenisca. Valga de paso mencionar al cura Miguel de Corella, quien habría sido uno de los primeros ‘huaqueros’ o saqueadores del lugar”.
Tras superarse aquel problema a fines de los 70, hoy la principal adversidad del sitio constituye la preservación de sus monumentos. Los responsables del sitio lamentan la falta de recursos y proyectos orientados a la restauración y cuidados que merecen tanto la gran roca como las edificaciones. Sin duda, también resultan apremiantes trabajos de investigación de grandes magnitudes que no se han realizado desde hace un cuarto de siglo.
Multicultural, otra vez
El sitio se encuentra a 127 kilómetros hacia el norte de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. A ocho kilómetros y desde fines del siglo XIX se ha ido formando la hoy población turística de Samaipata: actualmente con cerca de 22 mil habitantes. Por azares del destino, esta ciudadela más su entorno se caracteriza por una singular confluencia de culturas. Inmigrantes de 25 países viven en la región. La zona centrada en el mítico pedrón ha atraído a investigadores académicos, a naturalistas, a esoteristas, a ufólogos, a poetas y escritores, entre otros.
Unos, con sus interpretaciones y teorías sobre la roca y sus portentosas características e historia. Otros, con sus versos o relatos inspirados. Y algunos simplemente dando la razón a aquellas antiguas culturas que, probablemente, eligieron este lugar como inmejorable para vivir. De hecho, se interpreta que el nombre de Samaipata en sí viene del quechua. Se lo ha traducido como “Descansa en las alturas” como aludiendo a un lugar protegido por su entorno.
Sin embargo, Daher, políglota y filólogo, en su Senda del Samai señala: “Samai en quechua, si se lo toma como sujeto, lo podemos traducir, especialmente en relación a este templo ceremonial, como alma o espíritu; y como verbo podemos darle el significado de descansar, pero ya sabemos que todo descanso exige un trabajo. Por lo que también Samai trae el significado de trabajo con todas estas cosas ya dichas. Y qué decir de Samaipata, siendo que ‘pata’ se traducen como ‘de arriba’, ahora que, traduciendo en el sentido de lo sagrado, mágicamente significa: ‘El espíritu de lo alto’”.
Probablemente, cuando llueve y la roca sagrada empieza a ser serpenteada y moteada por constelaciones y galaxias, aquella acepción se ratifica.