Bolivia y sus grandes crisis económicas

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Publicado el 07/05/2023 a las 23h24
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Hace 40 años, a mediados de 1983, la crisis económica en la que había ingresado Bolivia se precipitaba sin solución de continuidad. El Gobierno de Hernán Siles Suazo perdía el control de la inflación. Los precios del dólar y, consecuentemente, de los productos de primera necesidad y los servicios se incrementaban cada día. Las esperanzas depositadas en el régimen que ocho meses antes había llegado al poder arropado por multitudes se transformaban en una creciente decepción. Las huelgas y movilizaciones proliferaban a tal grado que el matutino Presencia abrió un recuadro diario titulado: “Agenda de protestas”.

Para asombro del grueso de la población, sobre la pesadumbre venía la pesadilla. Se esperaban y hasta le habían sido prometidos días distintos. En octubre de 1982, cuando los militares entregaron el poder y empezaba la era democrática, el índice de inflación había llegado a 123,54 por ciento. El cambio del peso boliviano por dólar ya no era fijo, el Gobierno de Celso Torrelio había decretado la flotación en febrero de ese año. E inmediatamente la cotización había saltado de 25 a 44 pesos por dólar, el mayor aumento en 25 años.

Por eso, la llegada de Siles Suazo, liderando a la izquierdista Unión Democrática y Popular (UDP), le dio una aureola de salvador. Es más, horas antes de su posesión, el 9 de octubre de aquel año, vertió unas palabras demasiado caras en el tiempo. En una multitudinaria concentración realizada en plaza San Francisco de La Paz, el Presidente electo lanzó una frase que fue asumida como promesa: “Es posible que, por el gran esfuerzo democrático y pacífico llevado a efecto, en los próximos cien días la situación económica empezará a ser aliviada —dijo Siles—. Vamos a construir una democracia que sea viable para que nunca más vuelvan los gobiernos de facto”.

La debacle udepista

Sólo pudo cumplir con la segunda parte de aquella expresión, la crisis económica, la mayor de la historia boliviana, apenas empezaba y lo peor vino después. Según datos del Banco Central, entre 1982 y 1985, la moneda boliviana se devaluó más de un millón de veces. El dólar, en agosto de aquel año, cuando Siles dejó el poder, ya valía 1.149.354 pesos bolivianos. La inflación había escalado para entonces hasta 11.749,64 por ciento. Las reservas internacionales habían caído de 300 millones de dólares en 1977 a cero en 1983 para recuperarse hasta algo más de 100 en 1984.

“Las protestas no sólo se multiplicaron, sino que se volvieron cada vez más violentas —relata el investigador Álvaro Alarcón en su libro La encrucijada boliviana de 1985—. Ciudadanos, crispados por los bloqueos de mineros que llegaban recurrentemente a La Paz, optaron en varias oportunidades por resolver las cosas a golpes. En ciertas ocasiones, los obreros movilizados reorientaron sus marchas hacia la avenida Camacho donde pululaban cambistas que especulaban con dólares. Les quitaban los fajos de divisas y los hacían detonar con dinamitas”.

Se desataron también las huelgas de transportes y los bloqueos carreteros. Ante la falta de insumos hubo también frecuentes paros de panaderos. El Gobierno, primero, fijaba precios de los artículos de primera necesidad que quedaban como mera referencia frente a los que marcaba el mercado negro. Luego se iniciaron los racionamientos que desataban colas formadas por cientos de personas. “Diez panes, dos kilos de azúcar, uno de arroz y un litro de aceite por familia, máximo —cita Alarcón—. Estallaron los escándalos de corrupción protagonizados por políticos que negociaban, especialmente, con la harina, el aceite y el azúcar”.

Pero, pese a esa notable falta de humanidad, la conducta de aquellos políticos probablemente no fue la más perversa en aquellos momentos críticos. Los operadores de diversos partidos de derecha, centro e izquierda jugaban sus propias cartas aprovechando la crisis económica para buscar hacerse del poder. Toda iniciativa del Gobierno para frenar el desastre era saboteada desde la derecha atrincherada, y con mayoría, en el Congreso. Ahí operaban virtualmente coaligadas las bancadas de Acción Democrática Nacionalista (ADN), liderada por Hugo Banzer, y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) encabezada por Víctor Paz. Mientras que la ultraizquierda afincada en la Central Obrera Boliviana (COB) hacía lo propio agitando las furibundas protestas en las calles.

Al borde del abismo

La tensión fue escalando. La COB demandaba cogobernar con Siles, pero en base a sus propias demandas y planes. Es más, llegó a paralizar por lo menos seis veces el país hasta por 16 días. “Los paros sectoriales afectaron al Banco Central durante casi dos meses y llegaron a suspender los servicios de telefonía, electricidad y agua, incluso a Palacio de Gobierno —rememora Alarcón—. Los agitadores proclamaban la inminente llegada del socialismo. Se multiplicaban las denuncias de ingresos de armas y terroristas de izquierda, incluso fue descubierto un avión carguero colmado de metralletas livianas en Santa Cruz. Por su parte, el 30 de junio de 1984, un grupo de civiles (ligados al MNR), policías y militares secuestró durante 10 horas al Presidente”.

La crisis económica impulsó una aguda crisis social y política. La inminencia de una guerra civil y hasta la desintegración del país empezaron a ser más frecuentes entre las previsiones de los analistas. Por ello, cuando, en agosto de 1985, llegó al poder quien sería el próximo presidente probablemente sus palabras no tuvieron ningún dejo de exageración.

“Estimados conciudadanos, la patria se nos está muriendo y es preciso no eludir ningún recurso para un tratamiento de emergencia que detenga el desenlace —le dijo pausadamente a Bolivia Víctor Paz—. La persuasiva elocuencia de esas cifras precedentes nos revela que no podemos proponer al país medidas cosméticas para arreglar la situación actual. O tenemos el valor moral, con su secuela de sacrificios, para plantear de modo radical una nueva política o sencillamente, con gran dolor para todos, Bolivia se nos muere”.

Las causas

Afortunadamente, las decisiones y sucesos posteriores evitaron aquel riesgo. ¿Por qué el país llegó a semejante escenario económico? Diversos especialistas consultados remarcan en el hecho de que crisis como las de 1985 se incuban a lo largo de varios años. “La hiperinflación no apareció bruscamente, sino constituyó la culminación de un proceso relativamente largo de deterioro”, dice el economista Juan Antonio Morales en su libro La política económica boliviana 1982-2010. En otro acápite puntualiza: “La parte más visible de la acumulación de problemas que precedió a la alta inflación fue la del deterioro del financiamiento del sector público a partir de 1975”. Es decir, cuando la bonanza que experimentó la dictadura de Hugo Banzer empezó a decaer debido a la baja de las cotizaciones de los minerales y el petróleo.

Morales luego remarca que hasta 1978 se desataron déficit globales debidos a fallidos programas de inversiones. Añade que entonces éstos empezaron a financiarse reiterativamente con créditos externos. Y la deuda externa ascendió de 480 millones de dólares en 1970 a 2.723 en 1981. Salto que paulatinamente la fue convirtiendo en impagable. Cuando ya no hubo fuentes de financiamiento externo se apeló a las internas, y ello impulsó una cada vez más alta inflación.

“Hubo una gran deuda internacional que superaba el 60 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) —resume el economista Alberto Bonadona—. No había tampoco la posibilidad de endeudarse internamente. Esto hizo que no tengan el financiamiento suficiente para responder a las necesidades del Gobierno de la UDP. Eso desató una gran convulsión social debido a un aumento generalizado de precios que se acentuó debido a los continuos aumentos de los salarios. Todo eso generó la hiperinflación que se hizo inmanejable”.

Fue la mayor crisis económica de la historia boliviana, tanto que su nivel de inflación fue en algunos momentos el más alto del planeta. Así la han definido diversos expertos. Pero además la explicó como tal y comparativamente el propio Paz Estenssoro cuando justificó las medidas que su gobierno implementó para frenar la crisis en 1985. Aquella intervención como su célebre mensaje donde advierte el riesgo de la muerte de Bolivia se halla en el video documental Siles y Paz, dos destinos contrapuestos, realizado por Carlos Mesa Gisbert y Mario Espinoza.

La otra gran crisis

Paradójicamente, la segunda mayor crisis tuvo también como protagonistas tanto a Siles como a Paz, pero con los papeles claramente intercambiados. Se produjo luego de la Revolución Nacional de 1952. Paz Estenssoro, entonces ubicado en la izquierda, presidía en una coyuntura posrevolucionaria. Había llegado al poder con la aureola del caudillo que traería mejores días para un país en crisis. Pero paulatinamente, las grandes reformas que encaró empezaron a cobrar una costosa factura.

Al realizar cambios de magnitud en la economía boliviana se produjeron desajustes graves en el sistema monetario. Según datos del Banco Central y el ensayo Crisis y desarrollo, escrito por el economista Manuel Contreras, entonces se desató una inflación descontrolada que en el período 1954-1956 superó el 900 por ciento anual. El dólar subió su cotización de 100 a 7.700 bolivianos por unidad. Las reservas internacionales cayeron de 23 millones de dólares en 1952 a apenas 2 millones en 1956. La escasez de productos de primera necesidad derivó en la especulación. El favoritismo político hizo que surgieran los tristemente célebres “cuperos” que obtenían ganancias ocultas con el pan, la carne y diversos alimentos.

El efecto fue devastador especialmente sobre las capas urbanas en un país por entonces marcadamente rural. Aquello generó un creciente desencanto de sectores que en 1952, sorpresivamente habían volcado su apoyo al MNR, junto a obreros y campesinos. Y entonces surgió una sorda y progresiva oposición citadina al régimen, cuyo sustento siguió basado en el respaldo de la población rural y minera.

Paradójicamente, a diferencia de los tiempos de la UDP, los sectores de clases medias y otras capas urbanas protestaban y rechazaban las medidas del Gobierno. Mientras milicias mineras y campesinas destacadas en las ciudades solían reprimir y a respaldar a las autoridades. Paz al finalizar su mandato entregó el poder al nuevo presidente electo: nada menos que Hernán Siles Zuazo, ubicado entonces en la derecha. Y fue Siles quien se encargaría aquella vez de frenar la crisis y lanzar medidas de estabilización que perduraron durante varias décadas.

Las causas

“La Revolución de 1952 generó un gran gasto estatal y ya traía una incómoda inflación desde tiempos de la Guerra del Chaco —explica el historiador Alexis Pérez al señalar las causas—. Bolivia estaba descapitalizada, 300 millones de dólares habían fugado del país y encima tenía un contexto internacional adverso. Hubo una gran caída de la producción, especialmente agrícola, debido a la Reforma Agraria que supuso una modificación en la propiedad privada de la tierra. Con esos agravantes el Estado fue forzado a imponer una serie de restricciones”.

Así como Paz Estenssoro, el 29 de agosto de 1985, lanzó el decreto 21060 para frenar la hiperinflación y reestructurar el sistema económico, el 15 de diciembre de 1956, Siles dictó el decreto de estabilización monetaria. Ambos recurrieron a asesores estadounidenses para que supervisen a sus equipos. Mientras Paz apeló a Jeffrey Sachs, Siles recurrió a George Jackson Eder. Los dos gobiernos debieron pactar con los organismos internacionales los duros ajustes que les cupo realizar. Si en algo más coincidieron fue que ambos tuvieron como uno de sus mayores opositores a sus medidas a otro caudillo de la Revolución Nacional: el líder obrero Juan Lechín Oquendo quien encabezaba a la COB.

¿Viene otra?

“Las grandes crisis económicas, por lo general, en el país se producen aproximadamente cada 30 años —señala el economista Mauricio Ríos—. Así llegó la de 1956, luego la de 1985 y, salvando las distancias, podríamos tener otra crisis a aproximadamente 30 años de aquella. Las características son fundamentalmente las mismas. Responden a una errónea intervención del Estado en la economía, al socavamiento de la institucionalidad democrática y al irrespeto de los derechos de propiedad individual y privada. Toda vez que el Estado interviene en la economía, cuanto más agresivo es, acaba generando crisis, tarde o temprano”.

En meses recientes, un intenso debate entre los especialistas ha ido rememorando con cada vez más frecuencia aquellas experiencias y generado la consecuente pregunta: ¿se halla Bolivia en puertas de otra gran crisis? Tanto Ríos como Bonadona marcan similitudes como diferencias. Bonadona, sin dejar de marcar riesgos, confía en factores como un sistema financiero más sólido y posibilidades de endeudamiento interno. Por su parte, Ríos advierte más próxima la línea roja: “No estoy seguro de que vaya a haber hiperinflación en el país, pero lo que sí puedo decir es que no hay ninguna garantía para que no se vuelva a repetir. Es solamente el último elemento que falta”.

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