El origen aymara del nombre “Cochabamba”
Marcelo Tito Galindo Gómez
La historia de Cochabamba, al igual que la de muchas regiones andinas, ha sido interpretada desde narrativas dominantes que privilegian lo incaico y lo colonial, dejando en segundo plano los sustratos culturales más antiguos. Analizar el origen del nombre “Cochabamba” no es solo una tarea filológica, sino un esfuerzo por restituir la memoria de los pueblos que habitaron este valle antes de la expansión del Tahuantinsuyo.
Nathan Wachtel (1981) señala que el Archivo Histórico Municipal de Cochabamba conserva manuscritos coloniales valiosos, entre ellos un proceso de oposición de 1560 a 1570 contra los pueblos indígenas Caranga, Quillaca y Sora. También destaca un documento de 1556, titulado Repartimiento de tierras por el Inca Huayna Cápac, uno de los más antiguos conocidos, que menciona a los primeros habitantes indígenas de la región y alude al sistema de mitimaes. Según estos registros, antes de la llegada incaica, el valle estaba habitado principalmente por tres grandes etnias de habla aymara: los Cotas, los Chuys y los Sipe Sipes —como también lo establece Ellefsen (1978, p. 73)—. Además, se identifican otros subgrupos, como Soras, Quillacas, Carangas, Collas, Charcas y Caracaras.
Estas etnias formaban parte de un complejo entramado sociolingüístico donde el aymara era la lengua franca. Ellefsen (1978) sostiene que “la lengua que hablaron las etnias cota, chuy y sora indudablemente fue la aymará” (p. 75), reflejando una continuidad idiomática anterior al dominio incaico.
Con la política expansionista del Inca Pachacútec y, posteriormente, la llegada de Tupac Yupanqui y Huayna Cápac a Cochabamba, se produjo una ruptura en la estructura demográfica y cultural del valle. Los Cotas y Chuys fueron deportados a regiones como Pocona y Mizque, siendo reemplazados por mitimaes quechuahablantes provenientes del Contisuyo (Ellefsen, 1978, pp. 73-74; Urquidi, 1970, p. 350). Esta práctica de colonización interna no era nueva; ya había sido empleada por culturas anteriores como los Tiwanakotas y los señoríos aymaras (Wachtel, 1981).
El cambio lingüístico fue gradual. Según Morúa (1946), incluso en tiempos de la conquista española, el aymara seguía siendo lengua general en regiones como Charcas y los valles de Cochabamba. Solo con el avance del periodo colonial, el quechua fue desplazando al aymara como lengua dominante, favorecido por su uso en la catequesis, la administración virreinal y su asociación simbólica con el poder incaico.
Este proceso de sustitución idiomática, o glotofagia, ha influido directamente en la percepción del origen del nombre “Cochabamba”. La toponimia es clave para rastrear esta transformación. En documentos coloniales, como los de Gutiérrez de Santa Clara (1905, pp. 202, 207, 221, 291) y Steward (1946, p. 192), se menciona el pueblo de “Cotabamba”, ubicado en la zona actual de Cochabamba.
El término “cota”, en aymara, significa lago o lugar de muchas lagunas. Ellefsen (1978) confirma: “En aymará cota quiere decir lago; posteriormente se cambió por el equivalente quechua cocha” (p. 75). Así, Cotabamba —cota (lago) y pampa (llanura)— derivó en Cochabamba, tras la sustitución del lexema aymara por su par quechua, en un proceso influido por la glotofagia y la sonorización fonética propia del quechua (Patronato Arcipreste de Hita, 1979).
El análisis toponímico confirma que nombres como Cotapampa (o Cochabamba) reflejan un paisaje originalmente descrito en términos aymaras, en referencia a valles con ciénagas, ríos, lagos y vertientes. La posterior adopción del quechua “Qochapampa” ejemplifica cómo topónimos con raíz aymara fueron transformados por contacto lingüístico, colonización y castellanización.
En este contexto, palabras como cota/cocha y pampa actúan como elementos genéricos en la formación de topónimos compuestos. Cota/cocha, además, son hidrónimos —nombres propios que designan cuerpos de agua como lagos, ríos o lagunas—, lo cual refuerza su función como núcleo significativo del nombre. Su uso no solo describe el entorno físico, sino que también refleja la interacción cultural e histórica entre los pueblos aymara, quechua y castellano, evidenciando la riqueza multiétnica de la región.
Este fenómeno de transliteración toponímica no es aislado. En Cochabamba persisten nombres aymaras en forma reduplicada como Sipe Sipe, Kara Kara o Coña Coña. Otras variantes incluyen: Cótapachi (laguna vieja, de cota-achachi), Cota-cotani (con muchas lagunas), Cotalaca (tierra de la laguna), Cotaña (laguna seca, de ccota-huaña) o Halla-pampa (campo de arena).
Un caso paralelo al de Cochabamba es el de Quillacollo, castellanización del topónimo aymara Qella-kollu (“colina de ceniza”), que más tarde fue reinterpretado como Quilla Collu, término quechua que significa “colina de la luna”. En ambos casos, se han propuesto dos hipótesis toponímicas —la quechua y la aymara— para explicar el origen de los nombres. Sin embargo, considerando la predominancia de topónimos de raíz aymara en la región, la hipótesis quechua resulta menos sostenible (Peredo, 1963).
En suma, el nombre Cochabamba tiene un origen aymara que ha sido opacado por siglos de reinterpretación quechua y castellanización. Que hoy se hable quechua en la región no justifica atribuirle a esta lengua el origen del topónimo, pues su presencia es resultado directo de las políticas incaicas de mitimaes. Reconocer este origen no niega la riqueza del legado inca, sino que visibiliza que, antes de su llegada, existía un mundo aymara complejo, con sus propias formas de habitar y nombrar el territorio.
Este reconocimiento enriquece nuestra comprensión histórica y contribuye a revalorizar el legado lingüístico de los pueblos originarios. En tiempos en que las identidades indígenas cobran nuevo protagonismo, restablecer el verdadero origen de la palabra “Cochabamba” es un paso fundamental hacia la revalorización de los conocimientos originarios.