Las tres ces de Óscar Uzín: contemplación, creatividad y capacidad crítica
La pasada semana ha fallecido uno de los teólogos y filósofos bolivianos más importantes y atípicos del último medio siglo, el orureño Óscar Uzín Fernández.
Uzín, uno de esos renacentistas criollos, fue un ávido lector, incipiente ingeniero y sacerdote dominico de opiniones abiertamente liberales e influenciadas por la Iglesia católica posconciliar más vanguardista, que combinó la tradición más rigurosa del estudio y la reflexión, con las influencias más pragmáticas de la visión teológica norteamericana.
Cada fin de semana durante varias décadas, compartió sus reflexiones por escrito en esta casa periodística, y oralmente en sus homilías de la Catedral de Cochabamba, de la iglesia de Cala Cala y del Colegio Santa María. Se trataba de verdaderos ejercicios de exégesis, con el rigor y preparación escasamente vistos en religiosos de nuestro entorno, lo que le labró un verdadero liderazgo de opinión alrededor de su cátedra en la Universidad Católica San Pablo, donde le honraron con un doctorado honoris causa.
Pero la faceta más sorprendente de Uzín, fue aquella intersección entre su vida personal, diríase sentimental, y su vida intelectual. Además de teólogo, fue uno de los más relevantes narradores bolivianos de principios de los años 70, con una obra muy escueta pero contemplativa, que utilizó con valentía y en clave de ficción, para expresar las contradicciones humanas del celibato, asunto que quizás le marcó de por vida para quedar marginado de la carrera arzobispal y cardenalicia.
Su producción pública de literatura de ficción prácticamente se reduce a dos novelas, una galardonada con el Premio Nacional de Novela Erich Guttentag en 1972 —”El ocaso de Orión”—, y la otra llevada al cine —“Oscuridad radiante”, de 1976—, ejercicios de observación, en una época en la que la novela total y el realismo mágico dejaban pocos resquicios a los emprendimientos contemplativos, oníricos e intimistas como las dos citadas novelas. Completó su obra literaria una muy anticipada autobiografía —“Luz de otoño”, 1990—, además de una fecunda obra de investigación teológica. También acumuló gran cantidad de diarios y relatos inéditos, porque, como decía él, la escritura sobre todo “es para uno mismo”.
Ampliamente identificado con Juan XXIII y con las corrientes más progresistas de la época post conciliar, resaltó siempre el protagonismo de la mujer en la Iglesia, y el valor simbólico de un “dios madre”. Entre sus referentes habituales destacaban sobre todo dos: el teólogo y filósofo suizo Hans Küng, acaso una de las mentes más lúcidas del catolicismo y crítico de la curia vaticana, y el novelista griego y premio Nobel Nikos Kazantzakis.
Uzín será recordado por haber dado ejemplo a quienes le escuchamos, de muchas facetas protagónicas en su propia vida como la debida preparación y el rigor (al estudio, al deporte, a las reflexiones discursivas, etc.), la puntualidad, la capacidad crítica y ética, el compromiso social y la que más me gusta: la capacidad de crítica constructiva a una Iglesia católica venida a menos, que parece haberse preocupado más por detener el reloj y por la política interna, que por ser el faro de Occidente.
Tras varios años aquejado con Alzheimer, el otoño fue apagando lentamente la particular luz de Uzín, pero nos deja un sencillo legado intelectual: su capacidad crítica, su creatividad y su habilidad para la contemplación.
El autor es gestor cultural
Columnas de FADRIQUE IGLESIAS