De esta otra Bolivia te hablaba, Evo
“Asonada de la clase media decadente”, es el título que el vicepresidente, Álvaro García Linera, le puso sin asco a un artículo publicado el pasado 14 de enero y de cuyas disquisiciones, no por su rigurosidad, sino por una serie de argumentos que tergiversan y desvirtúan, muy a su estilo, una realidad social objetiva, clara y consecuente, se desprende esa frase sabia: “según el sapo la pedrada”. Y es que justamente el núcleo articulador de lo que viene sucediendo en Bolivia es todo lo contrario a “decadente”: es fresco, colectivo, progresista, hartazgo hacia un poder coercitivo que divide y quiebra la institucionalidad democrática. Es un manifiesto ciudadano de las clases medias que reclama su presente y su futuro, su espacio y tiempo. Ese derecho democrático que le fue arrebatado por imposiciones y por falsos discursos de unidad y transparencia.
Su posición soberbia, tergiversadora e insultante de García, se contrapone a muchos precedentes históricos y transformadores de los emergentes movimientos sociales de clase media.
Desde las revueltas que llevaron a la reforma electoral de 1832 en Inglaterra, los grandes conflictos de 1848 que hicieron temblar a Europa y que, entre otras cosas, provocaron el derrocamiento de monarcas: Luis Felipe, Rey de los franceses, entre ellos. Las jornadas memorables de 1968 que, como consecuencia indiscutible, forjaron una modernización en los sistemas y gobiernos y los proyectaron hacia estructuras más cohesionadas y coparticipativas. La primavera árabe que, con sus claroscuros, sentó un precedente importante para transformar los términos en los que se desarrollaba la política en el Medio Oriente.
Hasta desembocar en los movimientos sociales de clase media de junio de 2013 en Brasil, año y mes trascendentales para un país emergente que se situaba entre los puntales importantes del BRICS.
La clase media en Brasil fue el trampolín del progreso y el despegue hacia un horizonte emergente. En 10 años, 40 millones de brasileños de clase media se incorporaron a la fuerza productiva de ese país, pero también fue el impulsor y motor de arranque para que las calles y avenidas de muchas ciudades se llenaran de protestas, manifestaciones, reclamos y un alto a los exabruptos politiqueros y derroche de dinero del gobierno de Dilma Rousseff.
Tres temas fundamentales desorbitaron por completo el gobierno de Dilma: inversión excesiva en el fútbol, ineficiencia total en los servicios públicos y una corrupción galopante que ennegrecía el panorama social, político y económico.
A García, le repugna la idea de que la clase media en Bolivia está reclamando resultados y cambios urgentes en el modo de administrar y gobernar el país. Los movimientos ciudadanos de los últimos tiempos, rechazan la hegemonía y el verticalismo, pero sobre todo, se revelan contra un devenir incierto y oscuro, sin libertades y con una democracia menoscabada y un terrible desgaste institucional. Las clases medias, cuya esencia y fortaleza están en sus fuentes laborares, profesionales y de formación, no responden a derechas ni izquierdas, sino a intereses netamente participativos, cohesivos. Esto demuestra que las transformaciones de los países y los que los encarrilan hacia el desarrollo, son las clases medias, no la proletaria.
“Esto significa que el espacio social de recursos, reconocimientos y oportunidades que anteriormente lo disfrutaban 1,1 millones de personas de clase media tradicional, ahora lo tienen que compartir con otros nuevos 2,2 millones de personas que acaban de ascender desde los sectores populares”, sostiene García. Un análisis que dispara en el propio rostro de Evo y su gobierno. Esta brillante cavilación de García, corrobora plenamente que este gobierno hizo y está haciendo mal las cosas. Si ese 1,1 millones de personas de clase “media tradicional” que disfrutaban de reconocimientos y oportunidades anteriormente ahora tiene que compartir con ese 2.2 millones que asciende desde los sectores populares, entonces llegamos a la triste conclusión de que nada cambió, de que ese nuevo universo de 2.2 millones está a la deriva, sin recursos, sin oportunidades y sin un futuro claro. ¿Acaso no era tarea fundamental de este gobierno garantizar la estabilidad, el progreso y el futuro de esos 2.2 millones de personas para que justamente no “comparta”, sacando las garras, y sí, en un ambiente próspero y equitativo? “Lo más democrático del régimen es que reparte bien la miseria”, decía el cubano Gorki Águila.
Lo que está claro es que la radiografía que realizó el PNUD en su Informe de Desarrollo Humano de 2015 revela que el 65% de la población boliviana ya se encuentra - por sus ingresos - en el sector social de clase media. Entonces no sería nada incorrecto decir que ese 65% de la población es la que está hastiada de la corrupción, de la postergación y el engaño, pero sobre todo, de la constante violación a las leyes y al voto del ciudadano que le dijo No el 21-F a la reelección de Evo Morales.
Por sus características esenciales, la clase media es menos proclive a la manipulación, al engaño, a la opresión y al discurso populachero. Está organizada a través de las redes sociales, utiliza los teléfonos inteligentes, tabletas y cámaras para organizarse e informarse. Pero también son ciudadanos de a pie que pagan su pasaje en transporte público, van a las universidades y se esfuerzan por trabajar y profesionalizarse. Ese 65% de ciudadanos bolivianos ya ha comenzado a revelarse y a demandar al gobierno coherencia, responsabilidad, respeto a la institucionalidad democrática y a cómo vislumbran su futuro como ciudadanos progresistas. El temor de García Linera y seguramente de Evo Morales y su entorno está en que la clase media es mayoría en Bolivia y como tal puede decidir ampliamente con su voto y eclipsar por completo, a través de las ideas, las presiones y un discurso inteligente y renovador, las imposiciones arbitrarias de este gobierno.
El problema del presidente Evo Morales Ayma es que está convencido de que los bolivianos son la inclusión por el consumo, dime cuanto te doy y te diré cómo estás: bonos de parche, asistencialismo, filantropía. Esta ciudadanía de clase media es algo mucho más compleja y amplia; se basa en la defensa de la conciencia, la libertad, los derechos civiles, la familia, la cooperación, la democracia y el futuro que les espera como ciudadanos profesionales y gestores productivos en diferentes rubros.
Esa clase media que desprecia García es la misma que sostiene la economía de Bolivia: paga impuestos y su nivel de consumo es considerable. Al margen de esto, es una capa social que se auto construye y se fortalece con su esfuerzo: estudia, trabaja, trata de generar sus propios ingresos y logra profesionalizarse y reinvierte sus conocimientos en su misma sociedad.
Es lamentable que la incapacidad y la desproporción de este gobierno trate de ignorar y vilipendiar a un sector que justamente es el capital social de un país.
El aparato productivo, el desarrollo y la preservación de la democracia sostenibles, se inicia justamente cuando la clase media alcanza la mayoría. En Bolivia, ese 65% no cesará de reclamar sus derechos y su futuro, la libertad y el respeto a su decisión democrática del 21F. Es la otra Bolivia, esa que no responde a liderazgos de viejos partidos políticos, ni parlamentos demagógicos. Surgió de la indignación, del hartazgo y de una serie de demandas unitarias y colectivas que involucran a formas de vida y futuros inciertos.
Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, sentenciaba Octavio Paz. Las cartas bajo la manga del gobierno para violar las leyes ya fueron develadas. La pretensión de rifar la democracia y la institucionalidad precaria de Bolivia nos debe llevar a una profunda reflexión sobre lo que nos depararía una nueva gestión surgida de la inconstitucionalidad y de la antidemocracia.
El autor es Comunicador Social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.