Un nuevo orden democrático, informativo y político, urgente
Individualismo, sociedad, miedo, humano, ética, posmodernidad, globalización, transformación, inequidad, desregulación, libertad.
¿Pero qué diablos es esto?
¿Una lista de requerimientos, o la necesidad de excluirlos de nuestra vida diaria?
¿Características esenciales de una sociedad en crisis en busca de una nueva forma de enfocar su convivencia, su interacción entre sus semejantes? ¿Intencionalidad?
¿Subversión?
¿Alternabilidad?
¿O más bien un redescubrimiento de los atributos y falencias de una sociedad que se niega a continuar anclada, estática y rotando sobre su propio eje, hacia un mismo lado?
Sí, también, pero más que todo, son términos que provocan fluidez, interacción, cambio y reinvención, también, desde luego, una profunda reflexión y compromiso sobre lo que está sucediendo actualmente en la “aldea global”.
En Modernidad Líquida, del polaco Zygmunt Bauman, se advierte cómo la humanidad y su interacción diaria no sólo refleja la precariedad de sus vínculos en un mundo altamente individualista, sino que también esa liquidez que con tanto acierto plantea Bauman, puede ser explosiva, impredecible y deshacer por completo ese nudo social unitario para transformarlo en una ola de protestas, liberando energía y asumiendo los retos, angustias y miedos de una humanidad hastiada de la imposición.
La modernidad líquida es una metáfora del cambio: “Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la libertad de los mercados”. Bauman no teoriza, simplemente narra contradicciones, desencuentros y contrariedades de nuestra sociedad que paulatinamente se va transformando.
La humanidad está sufriendo esa modernidad líquida sin certezas. Una incertidumbre social, económica y democrática que rompe con esquemas políticos e ideológicos que por mucho tiempo se encargaron de etiquetar a sus sistemas.
Esa masa flotante, casi viscosa, que asumía su cotidianeidad como parte de una dinámica hacia un futuro prometedor y seguro, ahora se convierte en líquida y fluye como un torrente, exigiendo cambios y desregulaciones. Interpelando y planteando necesidades colectivas, dejando de lado esa unidad casi inamovible de las autosatisfacciones.
Ahora la aldea global asume una posición horizontal en sus exigencias. Es la decadencia de los gobiernos. No acepta a un único líder que los dirija y los organice, son parte de una unidad exigiendo una docena de cosas.
“Las protestas suplen la falta de política global con oposición popular.
El origen de todos los graves problemas de la crisis actual tiene su principal causa en la disociación entre las escalas de la economía y de la política. Las fuerzas económicas son globales y los poderes políticos, nacionales. Esta descompensación que arrasa las leyes y referencias locales convierte la creciente globalización en una fuerza nefasta. De ahí, efectivamente, que los políticos aparezcan como marionetas o como incompetentes, cuando no corruptos”, aseguraba Bauman en una entrevista en 2014.
Las diversas posiciones académicas e intelectuales con respecto a la urgente necesidad de plantear un nuevo orden democrático, informativo y político parecen sonar con mayor intensidad en esta aldea global. En buenas cuentas, se trata pues, de subrayar que este mundo globalizado aún tiene cuentas pendientes con temas determinados y determinantes.
Parafraseando a los académicos: “La economía se ha globalizado, pero las instituciones y la democracia no”.
Las sociedades se van fragmentando cada vez más, producto de los sistemas políticos que los van acondicionando paulatinamente hacia un puñado de ideas y de acciones. Esas sociedades se van haciendo cada vez más inertes y anquilosadas en un mundo en el que ya no importa cuán integrado se esté a esa aldea de McLuhan, si en realidad esa integración se reduce a poco y no se tiene un ejercicio amplio de una democracia mucho más incluyente y articuladora.
La política, como fuente narcotizadora de las sociedades, no ha hecho otra cosa que bloquear avances sustanciales en materia de participación integral hacia una convivencia más fluida entre seres humanos. La democracia no es un concepto teórico, es un ejerció inalienable e imprescriptible. La democracia no se la debate ni se la conceptualiza, se la ejerce y se la practica diariamente.
“El gran criminal del siglo XX, decía el escritor mexicano Octavio Paz, es el Estado, sobre todo en los países en los que éste posee la propiedad de los medios de producción, de la ideología y, por ende, de los productos del trabajo y de las almas de sus habitantes”.
“Las crisis globales requieren soluciones globales”.
El “Manifiesto por la democracia global” lanzado a principios de 2016 por un grupo de intelectuales, escritores y artistas de todo el mundo a los líderes mundiales y políticos y a los ciudadanos de este planeta, ha alertado sobre un desequilibrio democrático y participativo de la sociedad sobre temas determinantes que garanticen su estabilidad y su inclusión.
Ahora es el momento de reactivar ese manifiesto y sus posteriores acciones reflejadas en exigencias a los gobiernos, en un mundo caótico, insustancial y carente de equilibrio social, económico y de justicia.
Ese manifiesto, que desde mi punto de vista sostiene propuestas claras, surgidas de vertientes comunes, como las carencias y necesidades actuales, no sólo pone a consideración los seis o siete puntos que serían el núcleo articulador de toda una nueva corriente democratizadora que invita a una participación activa “para ser ciudadanos del mundo y no meros habitantes”, sino que también abre un gran debate mundial sobre cómo, los líderes mundiales y sus gobiernos mediocres y corruptos, sobre todo latinoamericanos, han estado encaminando la inclusión y coparticipación de sus ciudadanos en temas que les incumben directamente a ellos y que tienen la obligación de resolverlos en pos de una armonía social que, cuando menos, pueda intentar unificar condiciones de vida halagüeños y abrir espacios participativos, hacia otros fines que están alejados de la colectividad, la libertad, la justicia y la democracia.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.