Basura bajo la alfombra
Cuando llego a una ciudad nueva, hay tres cosas que me interesan conocer para entender mejor su estilo de vida: su mercado, sus fuentes de agua y su gestión de la basura. En particular la última puede dar una clara idea sobre estructuras sociales, visión a corto o largo plazo, capacidad organizativa y sostenibilidad económica de la misma ciudad.
Hace un tiempo me mudé a Italia, a la región del Véneto. Es uno de los polos industriales del país y uno de los centros turísticos más importantes del mundo: las ciudades de Verona, Padua y (sobre todo) Venecia reciben a diario centenares de turistas. Se producen, con estas actividades, toneladas –literalmente– de basura. Pero, aunque tienen tanta producción de desperdicios, no existen botaderos de basura. En su lugar tienen el primer lugar del país en reciclaje y reindustrialización de residuos.
En cada casa hay siete basureros: papeles, plásticos, metales, vidrio, basura tecnológica, biodegradable y genérica. Hay además centros de acopio para los desperdicios que necesitan otro proceso, como restos de electrodomésticos, baterías, muebles, donde hay que hacer un pago extraordinario para dejar los residuos. Aquello que no puede ser reciclado, como los residuos de hospitales, viene incinerado en hornos con filtros especiales para evitar contaminar el aire. Además, no se distribuyen gratuitamente bolsas en los mercados, sino que se cobra por ellas de modo que no se aliente su consumo.
Este sistema tiene, por supuesto, un costo muy alto, que es pagado a través de impuestos y tasas de aseo. Requiere además que los ciudadanos asuman la responsabilidad de gestionar sus residuos y organizarlos: sin la responsabilidad individual es imposible el sostenimiento del sistema. Además, es necesaria una fuerte inversión en tecnología e innovación para encontrar formas de disminuir la producción de basura, mejorar la recuperación de materiales y evitar su acumulación. Por ejemplo, ahora las bolsas plásticas con las que se venden alimentos son biodegradables y se disuelven en agua, de modo que no generen acumulación.
El modelo está lejos de ser perfecto, pero habría que lograr cambiar la forma en que se consume para tener un impacto mayor y eso es difícil.
Pocos días bastan para que nos demos cuenta cuánto contaminamos y cuán peligroso es acumular basura bajo la alfombra. Es hora de asumir que los desperdicios no desaparecen por sí mismos. Nuestros residuos no dejarán de estar ahí por arte de magia: somos nosotros, quienes los producimos, que debemos gestionarlos.
La autora es escritora.
Columnas de CECILIA DE MARCHI MOYANO