Ningún debate prospera en el país
“Desafío a un debate y que sea con seis de la oposición al mismo tiempo para no aburrirme”, señaló Álvaro García Linera, el ahora candidato cuestionado del MAS. Sobre el mismo tema, el diputado Rafael Quispe apareció en la vicepresidencia con un maple de huevos y una carta dirigida a García Linera, solicitando que fije lugar, día y hora para debatir en idioma aimara. No hay respuesta, ningún debate prospera en la contienda política boliviana.
Por otra parte, los eternos voceros del oficialismo aseguran que el presidente Morales debate todos los días con las organizaciones sociales en la entrega de obras en diferentes lugares del país. Una visión muy simplista y reducida de la palabra debate que exige una aclaración necesaria, para entender que debate implica confrontación de ideas, requiere generar polémica sobre posiciones coincidentes o divergentes en temas políticos, sociales o económicos que afectan al país.
Lo que el presidente hace habitualmente es emitir discursos improvisados, increpar e insultar a la oposición, a la derecha, al imperio, hacer comparaciones con anteriores gobiernos, prometer obras a cambio de votos y luego retractarse y pedir disculpas señalando que se trata de una broma y que la oposición interpreta mal sus ideas. Se trata de un monólogo donde el presidente habla y su militancia escucha, aplaude y asimila sus expresiones. Entre iguales no hay debate, hay imposición, a veces autoritaria, muy pocas veces fruto de la discusión y el consenso.
Por su parte el vicepresidente, que se supone que se trata de un intelectual y que domina el idioma y la oratoria, solo provoca a la oposición en una actitud de prepotencia y autoritarismo, sobredimensionando sus capacidades, pero en la práctica no pasa nada. Olvida de inmediato el reto o el desafío lanzado y no da ninguna muestra de predisposición para retomar el tema y cumplir con su promesa. “Pura boca” dirían los críticos.
Ante esta actitud, los ciudadanos nos preguntamos: ¿por qué el presidente y el vicepresidente no quieren debatir con la oposición?, ¿cuál es el temor real? ¿A qué le tienen miedo? El debate podría ser un espacio para despejar la duda y la incertidumbre que impera en el país en temas como la corrupción, el narcotráfico, la justicia subordinada al Gobierno, la falta de confianza y credibilidad en el Tribunal Supremo Electoral, del que dicen “a voz en cuello” que apañan un fraude para las elecciones del 20 de octubre.
Por su parte la oposición asume una actitud de indiferencia ante el desafío del vicepresidente, siguiendo la misma lógica de restarle importancia al debate, en una campaña electoral que depende del voto ciudadano, más cuando las encuestas refieren un 20 por ciento de indecisos que aún no han tomado posición y que, a través de un debate serio, organizado con responsabilidad podría contribuir con información que contribuya a disminuir la vacilación que existe 4 meses antes de las elecciones.
El debate es siempre constructivo y orientador, en la medida en que los participantes asuman posiciones y argumentos que el público puede valorar y decidir sobre una determinada posición, sobre la base de argumentos confiables y creíbles, que le permitan a la ciudadanía, de tener certeza de ofrecer su voto al candidato que ofrece mayor información y análisis de lo que puede hacer por el país en situación de poder. No se percibe bien cuando se piensa que no necesitan debate y que se sienten victoriosos en la contienda electoral, que por ahora no es nada favorable para el MAS, como en otros tiempos.
El autor es periodista y docente universitario.
Columnas de CONSTANTINO ROJAS BURGOS