Populismo: izquierda / derecha
Hace poco en un coloquio sobre hegemonía y populismo me hicieron una pregunta que considero interesante y a la vez compleja: ¿Cuál es la diferencia entre uno de izquierda y otro de derecha?, ¿cómo se establece (o identifica) esa diferencia? Respondí con un argumento convencional recurriendo a la clásica distinción propuesta por Norberto Bobbio: la izquierda busca la igualdad y la derecha prioriza la libertad. Yo mismo no quede satisfecho con esa respuesta que finalmente simplifica el asunto. Si bien el populismo es una manera de ocurrir la política cuya particularidad es el establecimiento de una frontera entre unos y otros, habría que definir o establecer cuándo es de izquierda y cuándo y por qué es de derecha. Me aventuré a decir algo más (un tanto artificial o metida de contrabando): el populismo de izquierda es de raíz "nacional-popular" que nos conecta con lo real, el Real lacaniano, esto es: aquello que sabemos que somos pero que no sabemos significar, decir, ni describirlo; o bien, solo sabemos que es algo que a veces nos avergüenza porque irrumpe como un malón y, en la "normalidad", buscamos eludir su presencia e incidencia.
No expresa –ni en el uso del lenguaje ni en la manera de verse o comportarse– lo “políticamente correcto”. Un populismo, o mejor, siguiendo a Rancière, una política que pone de nueva cuenta la relación de las partes, la distribución u organización de estas. En suma, el populismo de izquierda es el que busca, una y otra vez, constituir y reinventar al pueblo a pesar de lo ya establecido o instituido como imagen y concreción de este. Patea el tablero, subvierte lo normal y las buenas maneras para replantear el orden de la igualdad o la distribución de las partes. Por ello, en su efecto, esta política de marcar la frontera busca radicalizar la democracia, reinventar y resignificar la igualdad. Benjamin Arditi en uno de sus ensayos encontró una analogía explicativa para este populismo que según su argumento acompaña a la democracia representativa sin quebrantarla. Siguiendo su argumento, es la imagen de un acontecimiento que sucede en una fiesta formal al que llegó un invitado ebrio y, sin que nadie pudiera evitarlo, se ocupó de poner en vilo las buenas formas y recordar de esa manera el fin u objetivo de la fiesta.
En cambio, el populismo de derecha es el que busca negar y alejarse de lo real, de aquel Real lacaniano que amenaza y subvierte el orden instituido. Es un populismo que frente a lo Real (innombrable, abigarrado, ominoso) busca imponer –e imponerse a sí mismo– una fantasía, una disciplina, un orden. Es, si se quiere, aquel momento en que el populismo deja de ser el acontecimiento episódico de radicalización de la democracia para empezar a ser su reverso: la búsqueda emotiva del escarnio, dolor y, finalmente, del castigo.
Este populismo expresa el resentimiento que provoca la irrupción de la igualdad, enuncia la reacción al malón que arrasa y modifica burdamente la relación de las partes. Temor al desorden que provoca la presencia del impresentable: el borracho y, los indeseados: el consorte libertino que le acompaña. En otras palabras, es la resistencia a la disrupción que acontece en el orden del imaginario y en el simbólico, esto es, desde la “normalidad” lo que se desea o busca y se dice o expresa. Este populismo convoca a través de la política de frontera a comulgar en el prejuicio de la desigualdad que anida como pasión (junto al de la igualdad) en toda comunidad política. Apela al fondo histórico de ejercicio habitual del poder: el (re)establecer el orden instituido, las buenas maneras, la estabilidad y certidumbre. Su raíz es conservadora ya que más que apertura a un “por venir”, el devenir “otro” de la política, supone el cierre, la sutura: la imposición de un prejuicio, una narrativa, una utopía.
El autor es politólogo
Columnas de FERNANDO L. GARCÍA YAPUR