“Nightmare”: metáfora para el “proceso de cambio”
Consciente de su poder el Leviatán criollo viene a cobrar factura: la imposición de su fuerza y el capricho de sus decisiones sobre el beneplácito o remordimiento colectivo que supone el haber comulgado y/o asistido a la cita del “proceso de cambio” . Lo quiere todo y no le importa el cómo, ni la forma: el poder es poder
Se dice y es un lugar común afirmar que la potencia de las imágenes gráficas consiste en sustituir a las palabras, a la explicación que casi siempre implica una relación de dominación, de poder. Las imágenes dicen más que las palabras. “Nightmare” (pesadilla) es una fabulosa obra maestra de Nicolai Abraham Abildgaard, obra tardía que data de inicios de siglo XIX en torno a la dimensión nocturna u oscura de nuestro ser, de aquella en la que el subconsciente se ocupa de nosotros al llevarnos a los patios interiores del miedo y la angustia. La obra busca graficar una de estas dimensiones: el horror de la pesadilla. La imagen es sencillamente poderosa ya que congrega belleza y temor, vida y muerte, placer y remordimiento: dos cuerpos desnudos tendidos en un lecho lujurioso sobre el que se erige un ser maligno que proyecta una mirada directa que nos perturba y una sombra poderosa que anuncia su dominio.
Como cualquier obra artística “Nigthmare” de Abraham Abildgaard pudiera tener múltiples significados o interpretaciones. Pudiera expresar otras cosas, esto es, las que buscamos reconocer y/o dotar de sentido o bien las que pretendemos transmitir para llegar a comprender asuntos de la realidad mundana; pues, como se sabe, las obras de arte son más precisas y directas que los ejercicios analíticos. Además de productos únicos que al contemplarlos o, mejor, insertarnos en ellos, nos convocan, reconcilian y liberan, son recursos para hallar analogías y comprender entornos que no logramos captar ni entender a través de las palabras.
Así, “Nightmare” (pesadilla) de Abildgaard pudiera ser el nombre o la metáfora de una amenaza que reposa sobre nuestros cuerpos para ejercer dominio verdadero y cruel, dominio ominoso sobre la fragilidad y contingencia de la existencia distendida de nuestras vidas, es decir, habla de aquel dominio que se va configurando sinuosamente como poder total sobre los cuerpos y mentes.
Algo así, creo yo, viene ocurriendo en la vida política y pública del país. Se va erigiendo por doquier una sombra espectral que pretende llevarse todo y ejercer dominio. El poder de un Leviatán (otra imagen siniestra de un monstruo demoníaco que de acuerdo a Thomas Hobbes representa la concentración y centralización del poder político en uno o un grupo de personas) se levanta sobre nuestros flácidos y adormecidos cuerpos. Adormecidos por el éxtasis de los orgasmos acaecidos en el tiempo del “proceso de cambio” que abarca ya una década. La analogía con la obra de Abraham Abildgaard es que en ella muestra dos cuerpos: uno femenino y otro impreciso, no importa; lo cierto es que ambos están extenuados de placer y se hallan distendidos de la real amenaza funesta que yergue sobre ellos. En otras palabras, pareciera mencionar que lo que viene después del intenso placer carnal es la pesadilla oscura y cruel.
Por ello, volviendo al asunto de la vida pública, consciente de su poder el Leviatán criollo viene a cobrar factura: la imposición de su fuerza y el capricho de sus decisiones sobre el beneplácito o remordimiento colectivo que supone el haber comulgado y/o asistido a la cita del “proceso de cambio”. Lo quiere todo y no le importa el cómo, ni la forma: el poder es poder y, los artificios legales y discursivos son para él medios necesarios y útiles cuando cuentan y sirven, e innecesarios y desechables cuando obstaculizan.
En consecuencia, pondrá nuevamente a todos al dilema binario de la definición de lo político: amigo/enemigo, sin posibilidades de salida ni elección. La “pesadilla” de Abraham Abildgaard es, así, de lejos la mejor metáfora sobre lo que se configura y avecina como el devenir político de nuestra vida pública.
El autor es politólogo. Presidente del Colegio de Politólogos de Cochabamba, docente de la UMSS.
Columnas de FERNANDO L. GARCÍA YAPUR