Política y “sentido común”
Hay la necesidad de cambiar la política. De hecho, cambió con la llegada de Evo Morales al poder: lo nacional popular contaminó los espacios públicos y estatales. Y fue para bien. Avanzamos en resolver la “cuestión democrática”, esa que se refiere al proceso de democratización social o expansión de la igualdad como “sentido común” ya que la representación simbólica y el espacio físico del poder ahora están vacíos. No hay referentes ni condiciones que limiten y/o precedan a su acceso u ocupación. La máxima de esta cuestión es: "si Evo llegó al poder, entonces, cualquiera puede llegar a él". Siguiendo a Ranciére es el aporte de “los sin parte” a la (re)organización democrática de la comunidad.
“Revolución democrática” se denominó a esta llegada que retrató lo que el país es y puso las cosas en su lugar. En vez de una imagen lineal y homogénea, se graficó a una multitud amorfa: un rizoma de múltiples determinaciones, nodos, que dibujan la sobreposición de intereses y orientaciones en continuo juego y pugna. Esta llegada expresó y aún contiene la articulación nacional-popular en busca de satisfacer apetitos primarios: la igualdad o, más banalmente, la igualación social. Sin embargo, no hubo un proyecto efectivamente asentado de “dotación de sentido” o “reforma intelectual”. Las narrativas que se ventilaron y las que se fijaron en la CPE, fueron y son lejanas de lo que efectivamente se respira y desea como prejuicio colectivo. En ese campo, regresamos al nacionalismo revolucionario y al viejo proyecto liberal de cimentación de una nación estatal que postularon las viejas élites, no como proyecto a edificar, sino, como simple apetito no racionalizado; no como reforma intelectual, sino, como expectativa y angurria de placer.
La democracia nos cuesta. Los cualquiera, los “sin parte” y los despreciados de siempre, impusieron su fuerza y gramática y, en copia de lo existente, reprodujeron lo inmediato: la consecución de un “Estado fuerte” en tanto potencia e instrumento de dominio, pero paradójicamente, Estado débil ética y moralmente. La lógica fue simple como la vida de los que no tuvieron chances: pura razón instrumental y expresión de necesidades. Por ello, el estilo de hacer política se limitó a la expansión de acciones pragmáticas por doquier: concentración de prerrogativas, juego estratégico, manipulación de estructuras, normas y doble discurso. El poder es el poder o, mejor, gestión instrumental de las cosas. Es básicamente fuerza, no consenso, ni deliberación. Supone articulación de grupos corporativos: sumar sectores y otros factores para distribuir y redistribuir las partes en función de un proyecto de continuidad y modernidad simple.
Por ello, una vez más, en la manera de hacer política se repitió este estilo: la inclusión de comunicadores públicos vinculados a los medios, exreinas de belleza, extecnócratas de gobiernos pasados, empresarios o burgueses sin convicción y, junto a ellos, quizás controlando los hilos del poder, el "otro" pluralismo: las estructuras de lo nacional-popular, en pleno bacanal de goce extendido. El “otro” pluralismo que impulsó y resolvió la “cuestión democrática” no logró convocar y articular al “nuevo pluralismo”, esto es, a los nuevos sentires que se incorporan procesual e incrementalmente al campo político con renovadas expectativas, deseos y juicios colectivos: democracia radical, feminismo, ambientalismo, anarquismo libertario, etc. En una palabra, aún no logró percibir ni articular al nuevo “sentido común” que empieza a reconfigurar el escenario y las formas de darse y hacer política.
El autor es politólogo
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