Pachamamada
Hay mucha tela para cortar al constatar que en el famoso “proceso de cambio”, lo único que cambió son las redes familiares que trastocan la gestión pública en botín.
En ese sentido, perviven las prácticas que tanto se cuestionaron del pasado. Allende de que la corrupción sigue siendo abundante noticia cotidiana, más de paso tenemos la desestructuración de la endeble institucionalidad estatal boliviana que, con el mayor cinismo y desparpajo, se ha colocado al servicio de una hegemonía, ni siquiera partidaria, sino caudillista.
Por otra parte, el tufillo reaccionario y conservador se mantiene mediante privilegios que son otorgados a las FF.AA. y “alianzas” con lo más nefasto de las manifestaciones reaccionarias (Juventud Cruceñista, evangélicos, etc.), sin contar que basta hacer un precario análisis de discursos gubernamentales para percatarse que el militarismo, el chovinismo, el machismo, la misoginia –y otras perlas– continúan revolviéndose en la mentalidad de quienes nos gobiernan.
Sin embargo, parece que lo más terrible es la ofensiva contra el medioambiente que rebasa los peores augurios.
Un estudio de la fundación alemana Friedrich Ebert Stiftung (FES) citado en el periódico Los Tiempos, calculó que el país pierde anualmente 350.000 hectáreas de bosques por actividades legales y clandestinas. Una de las palpables certidumbres de eso la respiramos cada año, al momento que los chaqueos ensombrecen los cielos. Análogo indicador es la vulnerabilidad de las áreas protegidas, hoy ninguneadas por los pedantes detentores del poder a nombre del “progreso”.
Aquello es justamente lo que está aconteciendo con las “megaobras” y proyectos extractivistas (actividades mineras, petroleras, represas, etc.) que se pretenden realizar en reservas naturales e indígenas como el Tipnis, Bala, Chepete, Tariquía, Madidi, Parque Nacional Carrasco, etc., y que se insiste en imponer contra viento y marea.
Así, mientras en lujosos foros internacionales los gobernantes se llenan la boca con arengas románticas a favor de la “Pachamama”, en casa nos violentan con lo más ortodoxo, irresponsable, depredador, ecocida y etnocida de prácticas extractivistas y además al amparo de una concepción “desarrollista” de “progreso” que dejaría pálido al mismísimo Domingo Faustino Sarmiento al enarbolar la racista y etno-antropocéntrica dicotomía de “civilización” versus “barbarie”. El contraste es que Sarmiento alumbraba el pensamiento político del Siglo XIX. Acá los “baluartes internacionales de la Madre Tierra” y “símbolos mundiales de los indígenas”, replican taras similares en pleno Siglo XXI y cuando deberíamos haber escarmentado respecto a las consecuencias sociales, políticas y ambientales de tales paradigmas.
Por ende, una vez más los reales indígenas, representantes de 11 resistencias indígenas del país, marcharán de Sucre a La Paz demandando lo de siempre: Respeto a su territorio, hábitat y cultura.
¿Les suena? ¿No es una historia vieja? ¿No es acaso lo que se reclamó en los 90 ante los sordos y obtusos gobiernos “neoliberales”? ¿No es la situación que se prometió transformar con el “proceso de cambio”? ¿Cuál sería la diferencia entre el presente y el pasado? ¿El color de piel de algunos de los gobernantes? ¿Los aguayos de diseñador? ¿Los aviones y helicópteros al mejor estilo de René Barrientos? ¿Los rimbombantes discursos vacíos que, a estas alturas, sólo se los cree la ingenua e ilusa izquierda europea y uno que otro desinformado?
La autora es socióloga.
Más artículos sobre el tema:
Estadísticas y verdades silenciadas Róger Cortez Hurtado
Política y “sentido común” Fernando L. García Yapur
Vetocracia Waldo Ronald Torres Armas
Los discursos de la demagogia Demetrio Reynolds
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA