Estadísticas y verdades silenciadas
Hoy como ayer, el informe anual del Presidente al país ha sido usado para abrillantar realizaciones, exagerar resultados y minimizar, cuando no sencillamente omitirr, las dificultades y los yerros. Lo novedoso es la manera en que estos hábitos han alcanzado sus cumbres con el régimen y sus cabezas; el Vice, en especial, no pierde la oportunidad de escenificar una ceremonia en la que disfrazado de académico reflexivo y solemne augur, combina estadísticas con inverosímiles análisis.
Si se pone algún empeño en concentrar la atención en el fondo de su sinuoso razonamiento y el contenido de sus predicciones, se encuentra que básicamente reitera las cifras con que nos bombardea el ministerio de Economía y alguna otra repartición oficial y termina por encontrar una segura ruta hacia la luz, el estado integral o la felicidad perdurable, siempre y cuando –claro– el primero y el segundo de la cadena de mando permanezcan indefinidamente en sus puestos.
Las piezas maestras de información, interpretación y augurios son, invariablemente, el incremento del producto bruto nacional y la disminución de la pobreza y desigualdad. El crecimiento del PIB y la renta per cápita son hechos, duros y puros. Excesivamente puros, quizás, porque nuestra ventaja de puntos porcentuales y el haber transitado desde la renta per cápita de unos 960 dólares promedio, hasta 2005, a los 3.835 (nominal) del año pasado, certifica que porcentualmente crecimos a mayor velocidad que los vecinos, llegando inclusive a ocupar el primer lugar de rankings anuales. Magnífico, pero ¿qué lugar ocupamos este año, en Sudamérica, desde el punto de vista de los ingresos promedio de nuestros habitantes? El último, exactamente el mismo que cuando el régimen se estrenó, hace casi 14 años. (https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.PCAP.CD?locations=ZJ-CL).
¿Que somos el país en el que más rápido y hondo ha caído la pobreza en nuestro subcontinente (35,2% el año 2017)? Corroborado y certificado por cuanto organismo internacional se quiera. Ese dramático retroceso de la pobreza absoluta y moderada, que ha permitido que se nos llame país líder en combate a la pobreza no nos ha permitido, sin embargo, modificar nuestra ubicación respecto a los demás países sudamericanos: el postrero. Colombia (29%), Ecuador (22%) y Paraguay (21%) son los que nos sobrepasan inmediatamente y todos los nombrados quedamos muy lejos de Uruguay (2,7%), según datos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal).
Al ministro que propala y repite incansablemente los logros del modelo boliviano le encanta subrayar que sus resultados han sorteado las tormentas de la crisis financiera mundial y de la caída de precios de nuestros exportables, incluyendo el gas natural; pero, jamás explica, porqué tanto talento no permite superar el lugar relativo del que partimos. Todos los funcionarios, del primero al último, silencian sagradamente esta realidad.
Lo mismo se reafirma en áreas como la salud, donde mantenemos tercamente la retaguardia, como lo verifica el Índice de Acceso y Calidad Sanitaria Mundial.
Bolivia, como todos los países sudamericanos, gran parte de los latinoamericanos y muchos otros exportadores de materias primas, consiguió avances significativos durante los años de superprecios de estos productos. Los méritos más singulares y propios de nuestro país se encuentran en la significativa acumulación de reservas internacionales, una baja inflación, con el consecuente incremento de capacidad adquisitiva y ahorro de sectores populares crónicamente rezagados.
Las acciones del régimen que han conducido a un alto déficit, debido a inversiones caras, fallidas y viciadas por un contexto de corrupción salvaje, su plan para reelección que multiplica ese derroche y eleva sin tregua el endeudamiento, sus planes en materia de destrucción ambiental (millones de hectáreas de deforestación para compensar una maltrecha productividad) y para alimentar mitos insostenibles (“Bolivia núcleo energético continental”) están extinguiendo tales ventajas y marchan a revertirlas completamente.
Esto muestra que para el grupo dominante y sus aliados lo bueno de ser los últimos en la región (y no reconocerlo) es que, por mucho que retrocedamos, no podrán ser acusados de habernos llevado a un puesto más atrás.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo
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