¿Cómo leer encuestas?
Como sucede a la gran mayoría de los ciudadanos, hombre y mujeres, mis conocimientos estadísticos son absolutamente insuficientes para hacer una buena lectura de las encuestas electorales. Por eso, desde las elecciones de 2002 apoyé con entusiasmo la propuesta de que la Corte Nacional Electoral (CNE) –que entonces era plenamente independiente y no, como ahora, que pese a haber sido convertida en “órgano del Estado”, sus funcionarios actúan al servicio de sus colegas del Ejecutivo– haga control de la calidad metodológica y técnica de las empresas dedicadas a este oficio.
Ese control es indispensable porque desde que comenzaron a realizarse encuestas de este tipo en el país, el estamento político-partidario las utilizó como un instrumento más de campaña electoral, afectando su credibilidad. Ante esa realidad, era y es pertinente que el Órgano Electoral se responsabilice de garantizar la buena calidad técnica de las encuestas de preferencia electoral a ser difundidas por los medios masivos.
Lamentablemente –como todo lo que toca el oficialismo se distorsiona, peor cuando de democracia se trata–, una vez que el MAS copó el Órgano Electoral, la tarea de dirigir el departamento de fiscalización de las empresas encuestadoras quedó en manos de personal de confianza de la Vicepresidencia del Estado. De esa manera, no sólo que pudieron entorpecer la tarea de las empresas independientes, sino que pergeñaron instrumentos que coartan la libertad de información.
Pero, siempre hay resquicios. Y en el tiempo en que el Órgano Electoral fue presidido por Kathia Uriona se vivió una corta primavera democrática que coincidió con la realización del referendo constitucional de febrero de 2016 y la rápida difusión del resultado asignando la victoria a quienes se oponen a la reelección inconstitucional de los actuales primeros mandatarios. Obviamente esto molestó tanto al oficialismo que la presión sobre Uriona fue creciendo hasta obligarla a renunciar por motivos personales y, de esa manera, liquidar cualquier vestigio de insubordinación a los dictámenes del Órgano Ejecutivo y del MAS.
De todos modos, también entonces hubo mucha diferencia entre las predicciones de las empresas encuestadoras y los resultados finales, lo que permite inferir que algo falla en el Órgano Electoral para que no detecte, o no quiera detectar, las causas de los errores en que incurren las empresas del rubro.
En ese contexto y ante la avalancha de difusión de predicciones electorales, me permito sugerir algunas acciones que, por lo menos, permitan reducir nuestras angustias. Veamos algunas:
La más contundente es la no acción, lo que equivale a no leer, escuchar ni creer las encuestas que se difunden ni a los analistas que las comentan, y votar el próximo 20 de octubre exclusivamente según nos mande nuestra conciencia.
Si no es el caso y nos interesan estos datos, escojamos como empresa de menor desconfianza aquella que en anteriores elecciones publicó las estimaciones de voto que más se acercaron al resultado oficial (de todos modos, recuerde que nada está garantizado).
También puede darnos alguna idea de la preferencia electoral observar si hay coincidencias en las tendencias de votos a nivel nacional y departamental de varias empresas encuestadoras. Eso sí, poniendo en segundo plano los porcentajes difundidos.
Si tiene un amigo de confianza que sabe de estadísticas y sondeos, pídale su opinión sobre los datos que se van publicando por todos los medios.
Hay que estar súper alerta cuando si, sin que se haya establecido una alianza previa, de repente varios medios de comunicación publican el mismo día y casi a la misma hora los resultados de una encuesta de opinión electoral realizada por una determinada empresa encuestadora. Peor, si ésta es nueva.
También hay que tomar el recaudo de averiguar la filiación política, religiosa, cultural y sexual de quienes comentan los resultados de una encuesta, porque normalmente esa filiación predomina en el análisis y no sus conocimientos estadísticos.
En fin, siempre hay que recordar que una encuesta electoral es la fotografía de un momento específico que puede estar bien o mal registrada, o incluso ser un “fotomontaje”. Lo bueno, en todo caso, es que los resultados de las elecciones avalarán o desacreditarán el trabajo de las empresas encuestadoras.
Por tanto, sólo la defensa de nuestro voto y la transparencia del acto electoral permitirán elegir a nuestros gobernantes, y confiar o no en las empresas encuestadoras. Si hay fraude, no habrá autoridades legítimas (abriéndose una etapa de gran incertidumbre) ni podremos comparar los resultados reales de la elección con las estimaciones de las encuestas electorales…
El autor fue director de Los Tiempos
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