Alicia nació para que “Giselle” no muera
Corría la década de los 80 y la capital cubana era una vorágine cultural. En la cartelera del Gran Teatro de La Habana se anunciaba la puesta en escena de la suite de ballet “Giselle” con la “prima ballerina assoluta” Alicia Alonso.
Tuve el privilegio de apreciar de cerca su arte, ese día, y luego en cada una de sus magistrales presentaciones de las que participaba la “Alonso” (llamada así cariñosamente por los cubanos), ya sea en el Teatro Karl Marx, en el Gran Teatro de la Habana, en el Teatro Nacional de Cuba o en el Teatro Mella.
Alicia había nacido para que “Giselle” no muriera, afirmaba con toda razón la crítica del ballet mundial. Y es que no era para menos, la “Alonso” supo hacer del ballet el arte que emanaba a flor de su piel.
La vi salir al escenario en varias ocasiones y siempre me daba la impresión de que la “prima ballerina assoluta” flotaba en el aire, especialmente cuando realizaba con gran soltura y maestría su “Grand pas de deux” en el acto II de “Giselle”, en el acto III de “Don Quijote”, con música de Ludwing Minkus, la “Bella durmiente”, del compositor ruso Piotr Chaikovski, o en “Carmen” de Georges Bizet (este último interpretado a la perfección con su “partenaire”, el español Antonio Gades).
El gran mérito de primerísima bailarina cubana era el don que tenía en cada una de sus interpretaciones. Tenía una alegría propia que irradiaba al público, pese a que bailaba a ciegas, puesto que a sus 20 años de edad había padecido de un desprendimiento de retina del cual no se recuperó nunca más.
La “Alonso” era una amante de la vida y las artes. En una entrevista reflexionó: “Supongamos que quitamos los colores de la vida: el azul, el rojo, el verde, el amarillo, todos los colores. ¿Usted cree que podemos vivir sin ellos? Qué monótono sería todo, qué terrible, ¿no es verdad? Eso mismo son las artes, los colores de la vida”.
Su arte trascendió los mares de Cuba. En 2003, el entonces presidente de Francia, Jacques Chirac, le otorgó el grado de Oficial de la Legión de Honor y, en 2017, fue investida como Embajadora de Buena Voluntad de la Unesco.
Con la ausencia del “cisne de cuello negro”, los cisnes del lago lloran su partida.
Editor de Mundo de Los Tiempos
Columnas de ALFREDO JIMÉNEZ PEREYRA