Economía, ¿tormenta perfecta?
El año 2006, los astros se alinearon para la economía boliviana.
El Gobierno de Morales se sacó dos loterías: El gordo de los precios de los recursos naturales y la rifa del perdonazo de la deuda externa.
En esa época, se incrementaron significativamente los precios del gas natural, los minerales y la soya. Y se redujo la deuda externa, del 64% del PIB en 2005, al 17% del producto. Asimismo, se inició un periodo de estabilidad social y política inédito.
En 2020, 14 años después, el ciclo se invierte y se crean las
condiciones para una tormenta perfecta: los precios del petróleo e,
indirectamente del gas, se van al suelo. Los de los minerales están a la baja y el precio de la soya no termina de recuperarse. Además, se vislumbra un periodo de tensiones sociales e ingobernabilidad socio-política.
¿Qué ha cambiado a lo largo de estos años en términos externos?,
pues prácticamente nada. El patrón de desarrollo primario exportador sigue el mismo, lo que hace que el comportamiento de la economía boliviana sea totalmente dependiente del algún shock internacional de precios, positivo o negativo.
La cola mueve al perro. El mercado interno es una ficción que sólo funciona con pérdida de ahorro interno y endeudamiento. La economía boliviana nunca estuvo blindada. Esta fue una demagogia del populismo económico.
En la semana que termina, una vez más el precio del petróleo se
reduce dramáticamente: se sitúa en torno a los 35 dólares el barril. Se
pronostica que el crudo puede volver a costar tan sólo 20 verdes.
Tiemblan las finanzas internacionales. En Bolivia, los ingresos por venta de gas natural volverán a caer y el erario nacional se desangrará. Cabe recordar que los precios del gas, que exportamos a los vecinos, están completamente conectados o indexados al valor del crudo a través de una fórmula de precios que se reajusta cada de tres meses.
Para aquellos que sostienen que la crisis económica comenzó en
octubre de 2019, es bueno recordarles que la primera reducción de ingresos se dio entre 2014 y 2015, cuando el precio del gas natural que exportamos a Argentina y Brasil cayó de un promedio 9,25 dólares el millar de BTU (MMBTU) a 5,5.
A partir de junio de 2020, si persiste el derrumbe del valor del petróleo, el precio del gas natural podría estar entre 2 y 3 dólares el MMBTU. El shock externo negativo será más drástico para nuestra economía.
Un otro elemento de la tormenta perfecta es la reducción de los precios de los minerales. En marzo de 2020, el valor del zinc disminuyó a 0,87 dólares la onza troy, en el mismo mes del año pasado el precio era de 1,2. Para el mismo periodo, el estaño bajó de 9,8 a 7,5 dólares la libra fina. La plata y el oro subirán ligeramente de precio, pero no lo suficiente para compensar las caídas señaladas.
En lo que refiere a los precios de la soya, las noticias tampoco son muy alentadoras. Debido al incremento constante de la producción de los principales productores (EEUU, Brasil y Argentina) y la disminución de la demanda de alimentos por parte de China (principal comprador
del mundo, afectado por el coronavirus) se prevén menores precios de los granos en el mercado internacional. Más nubarrones negros sobre el sector externo boliviano.
Como no diversificamos nuestro aparato productivo ni aumentamos la
pauta exportadora en el periodo de las vacas gordas, ahora tan sólo queda rezar al santo de los recursos naturales para que los precios de estos bienes reboten volviendo a los valores del año pasado.
Si a la caída de los precios del más del 80% de nuestras exportaciones añadimos la dramática herencia macroeconómica dejada por el Gobierno de Evo Morales el escenario es complejo y difícil.
Registramos cinco años consecutivos de déficit comercial. Hasta 2019 son seis años de déficit público elevado. Tenemos un tipo de cambio real apreciado que fomenta las importaciones legales e ilegales. El Gobierno del masismo, para atenuar estos problemas y ocultarlos, dilapidó 8.500 millones de dólares de las reservas internacionales del Banco Central, endeudó al país y –tal vez– su pecado más grande fue no haber hecho ningún cambio productivo ni diversificado las exportaciones cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, durante el periodo de las vacas gordas. En pocas palabras despilfarro la bonanza económica.
Crisis del sector externo, deterioro de los indicadores macroeconómicos e ingobernabilidad social y política configuran un escenario de tormenta perfecta.
Para enfrentarla se requiere de un gran pacto social y político que debe surgir de las elecciones de mayo y un programa económico
disruptivo. Solo unidos enfrentaremos este difícil desafío.
En la próxima columna presentaremos algunas ideas para superar la crisis que se avecina.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.