Los inútiles
A mi hermana, que es maestra, no le quita el sueño el receso que la cuarentena ha impuesto a las actividades escolares. Me asegura que sigue avanzando en sus clases mediante videoconferencias.
Mi hija, en cambio, está preocupada porque, según me cuenta, desde que comenzó la emergencia sanitaria, ella y sus compañeros no han avanzado nada en dos materias cuyos docentes “ya son mayores” y, aparentemente, conocen poco o nada de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.
La comparación no sería llamativa de no mediar un detalle: mi hermana es maestra de primaria mientras que mi hija está en el último año de la universidad. Entonces, tenemos, por un lado, a niños de menos de 12 años avanzando en sus materias con sus celulares y, por otro, un problema académico porque es incierta la forma en la que se revolverá la evaluación de las materias pendientes de mi hija y sus compañeros.
El coronavirus ha pillado desprevenidos a todos y las cuarentenas han paralizado al planeta. Muchos están reaccionando, como esos niños de primaria, pero otros simplemente dejan que los días pasen uno detrás de otro.
Estas dos situaciones plantean muchas interrogantes pero la principal es esta: ¿cómo se justifica que una universidad, de estudios superiores, tenga docentes que no saben utilizar Internet para su avance de materias? Eso es tanto, como que se hubiera inventado la escritura y los sabios del pueblo no sabrían leer ni escribir.
El destino inmediato de la educación es una de las muchas preocupaciones de esta cuarentena. ¿Qué pasará con el año escolar?, ¿qué harán las universidades para paliar los efectos de este paréntesis?
Más allá de las decisiones administrativas, se multiplican las voces para optar, de una vez, por la teleducación. Eso implica más problemas, como el costo de Internet, pero el mayor de todos es lo que tendríamos que hacer con los inútiles, aquellos que, trabajando de educadores, no saben cómo manejar una computadora y menos aún un programa o aplicación para teleconferencias.
Todos sabemos que las cosas no volverán a ser las mismas cuando pase la pandemia. Habrá que aprender a vivir en un mundo con mayor comunicación, pero menos contacto físico.
Es hora de pensar, entonces, en deshacernos de aquello que no sirve y que, para colmo, representa un gasto.
En esa misma categoría están ciertos servidores públicos que ganan mucho, pero hacen poco o, como se está viendo en esta cuarentena, no hacen nada más que cobrar sus jugosos sueldos.
Cada vez suenan más las voces para deshacerse de asambleístas y concejales costosos, pero inútiles.
El autor es periodista, Premio Nacional en Historia del Periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA