La polaridad centralización/descentralización
Sin negar el rol del proceso centralizador en la construcción de la república, es necesario no olvidar que las transformaciones de fines del siglo XIX afectaron no sólo a la minería, sino al conjunto de la economía, a la conformación regional y a la esfera política.
En efecto, el capitalismo minero, en su expansión, estaba modificando la articulación regional y el peso específico de cada oligarquía regional. Las políticas económicas implementadas por las élites liberales quedaron marcadas por su estrecha vinculación con el sector exportador, llevando a Bolivia al colapso de ancestrales redes de comercialización que vinculaban a las regiones periféricas con el mercado interior y cuyos bienes fueron remplazados por la importación del exterior.
Este proceso trajo mayor centralización del Estado y se reflejó en un nuevo tipo de dominación, que concentraba los beneficios del poder en las élites gubernamentales, en la ciudad de La Paz, y en desmedro de los sectores dominantes regionales.
Desde entonces, en Bolivia lo local-regional fue oscurecido por el centralismo que, privilegiando un eje central de desarrollo y postergando la aspiración de los demás departamentos, desvirtuó la articulación “local-global” y posibilitó una forma de organización social que ha tendido a favorecer el centro sobre la periferia. La centralización, como fenómeno socio-organizativo, ha producido un debilitamiento y una desvalorización de lo regional.
La superación de formas centralistas de organización social es el único camino para lograr la reconstrucción de la dimensión local-regional. La sociedad boliviana está enferma del centralismo paceño y muestra esta patología en la falta de iniciativa regional, en esa actitud de espera del “maná” que vendrá del “centro” para calmar las necesidades más elementales.
Una actividad local da a la gente la oportunidad de creer en algo, de tener confianza o, mejor dicho, esperanza de que su acción pueda ser útil, beneficiosa para la sociedad a la cual pertenece. En este momento de crisis nacional, de salubridad, de educación, de supervivencia y moral, deberían aparecer respuestas locales-regionales que piensen primero en la patria chica, en la tierra de nuestros abuelos, en esa tierra donde nacimos y anhelamos volver.
Está claro que Bolivia necesita de una descentralización efectiva, de economías de mercado regionales más competitivas y de un Estado que sea capaz de fomentar la innovación económica y el desarrollo del capital humano local-regional, al mismo tiempo que ofrezca a los ciudadanos mayor igualdad y seguridad.
Para llegar allí se requiere un nuevo tipo de política. En lugar de la polarización y la confrontación ofrecidas por los populistas, y de la centralización y consecuente ahondamiento de las desigualdades regionales ofrecida y defendida por los partidos políticos tradicionales (el MAS fue de lejos el más centralizador), Bolivia necesita construir consensos entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil que deben trabajar juntos para establecer metas a mediano plazo y responsabilizar al Gobierno por ellas. Aunque debe basarse en consideraciones técnicas, esta es una tarea política, no tecnocrática. Implica elecciones y soluciones intermedias.
Ahora que se ha definido una nueva fecha para las elecciones, hay tiempo de reflexionar sobre la polaridad “centralización/descentralización” y esta vez escuchar a las regiones, que tienen mucho que mostrar acerca de las formas del crecimiento futuro del país y el papel de la propia comunidad en su construcción.
El autor es ingeniero geólogo, jorgemarquezostria@gmail.com
Columnas de JORGE MÁRQUEZ OSTRIA